DOMINGO
II DE ADVIENTO
4 de
Diciembre de 2011
INTRODUCCIÓN
En todo tiempo y en todo lugar
aparecen personajes que de alguna manera, se convierten en signo de los tiempos
para los hombres y mujeres contemporáneos. Han surgido como signos alentadores,
pero también como puntos de referencia en un momento obscuro de la historia. De
estos últimos podríamos mencionar a Nerón, a Iván el Terrible, a Stalin, a
Hitler, entre otros muchos otros, tal vez menos recordados por la
historia pero no por eso menos espantosos, que han herido a la humanidad. De
los primeros, de esos que hacen brillar esperanza, sin duda muchos han sido
tocados por el espíritu cristiano pero otros han actuado conforme a la recta
razón y a la nobleza del ser humano: Francisco de Asís, Gandhi, Martín Luther
King, Madre Teresa, y recientemente, a este gigante de la humanidad, el Beato
Juan Pablo II.
En la
historia de la salvación no han faltado estos signos vivientes que anuncian la
presencia de Dios en medio de su pueblo o que advierten la cercanía de una
intervención divina en favor de los hombres. El tiempo de adviento propone
algunos personajes bíblicos cuyo testimonio y aparición colaboran con la
finalidad de este momento del ciclo litúrgico, concretamente hablamos de
Isaías, de Juan el Bautista, de José y de María, por excelencia.
El II
Domingo de adviento presenta a Juan el Bautista, si bien el profeta del primer
adviento es Isaías y nos acompaña a lo largo de este tiempo, como el último
toque sonoro del cumplimiento de las promesas de Dios.
Juan el
Bautista se convierte en sí mismo en un mensaje provocador que nos prepara a la
vivencia del adviento, a la preparación próxima e intensa ante la llegada de
Jesús a la historia y a nuestra vida.
Hoy
escuchamos en el Evangelio el comienzo del relato de la Buena Noticia de
Jesucristo según san Marcos, propio de este ciclo litúrgico que recién inauguramos.
Se considera el más antiguo de los Evangelios que tenemos en nuestra Biblia y
por tanto, el más sencillo, el más directo, el más fresco. No descubrimos en el
escrito de Marcos a un historiador sistemático y detallista como en Mateo, ni a
un ideólogo y culto estilista como Lucas, ni a un profundo y genial teólogo
como Juan, simplemente encontramos a un fiel recopilador de los testimonios más
vivos acerca del Señor Jesús. Hay quien describe el Evangelio de Marcos como la
narración de la pasión del Señor con una extensa introducción. Se piensa que
tiene como destinatarios principalmente a los cristianos venidos del paganismo,
por su estilo predominantemente kerigmático, tiene la celosa urgencia de
presentar a Jesús como el salvador del mundo.
Atendamos pues
al mensaje de la Palabra de Dios, que en palabras de un discípulo enamorado de
su Maestro nos ha trasmitido la Palabra que da vida y renueva la esperanza en
el corazón del hombre. Fijemos nuestra atención en este misterioso hombre que
aparece gritando en el desierto un anuncio incómodo y apremiante a la vez.
1. PRINCIPIO
DEL EVANGELIO…
El trozo de
Evangelio de este domingo son los primeros versículos de Marcos, que llevan por
título el contenido central de toda la narración que le sigue. Es el comienzo
de la Buena Noticia, del Evangelio, de Jesucristo, Hijo de Dios.
Así comienza
el escrito de Marcos, pero también así comienza la historia de la salvación,
con un anuncio, con una promesa, con una esperanza. El evangelista abre su
relato advirtiendo que la historia inicia con una preparación, para luego
presentar a Jesús e ir revelando su identidad en el transcurso de los capítulos
y versículos hasta llegar al momento culmen de la pasión, muerte y resurrección
de Cristo.
Desde el
primer hombre y la primer mujer que experimentaron la rebeldía del corazón y
las desastrosas consecuencias a que conduce una libertad enferma y débil,
esperaban con ansias la llegada de alguien que les devolviera la gracia, que
les recuperara la pureza y el paraíso que habían perdido con el pecado, que les
ayudara a vencer a sus acérrimos enemigos, pecado y muerte. El pueblo de la
Alianza fue preparado con el testimonio de los patriarcas y profetas para la
llegada de este momento de redención. Este es el primer adviento, la
expectación de toda la humanidad que aguarda la llegada de su salvador.
Lo que san
Marcos hace en su Evangelio es evidenciar que toda promesa de Dios tiene su
cumplimiento, de modo que ha llegado el momento de que el mundo reciba al
Mesías.
Un precursor
es enviado a preparar Su llegada, y a la vez, por su presencia en medio del
pueblo, se puede reconocer su inminencia.
Lo que se
anuncia no es la proximidad de una tragedia, ni la destrucción de todo, ni la
venganza por todos los crímenes cometidos. Lo que Marcos pregona, y a su modo y
criterios todos los profetas y el mismo Juan Bautista, es una buena noticia, es
Evangelio, es algo necesario para que el hombre reavive la confianza en Dios y
experimente la redención; es Evangelio y por tanto, motivo de gozo y de
renovada alegría; es Evangelio y por eso, certeza de que la esclavitud y la
opresión contemplan ya su término. Isaías lo expresa a su manera en la primera
lectura de este día con palabras de ánimo y de confianza: “consuelen a mi
pueblo…díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre”.
El Verbo
convertido en Carne es garantía de cumplimiento, terminó el adviento de Israel.
Sin embargo, la esperanza de Israel no era exclusiva, sino extensiva a todo el
género humano. Y así como una fuente no luce ni se disfruta llenando sólo
la pila del primer nivel, sino que se vuelve más hermosa conforme se derrama el
agua sobre los otros niveles y los desborda, transformando la monotonía del
agua en un bellísimo juego de jolgorio, así era necesario que la Buena Noticia
y la salvación traída por Jesucristo llegara a todos los hombres.
Por esto, el
Evangelio se vuelve para el nuevo pueblo de Israel que es la Iglesia, en un
nuevo anuncio también de una esperanza que se avecina. Vivimos ahora otro
adviento que acabará por colmar todos nuestros anhelos más auténticos, el
adviento que da oportunidad para que todo el mundo conozca a Jesucristo el
salvador del hombre.
Cada vez que
escuchamos el Evangelio nos prepara como los profetas lo hicieron con Israel, a
la llegada del Mesías. Por tanto, el mensaje nos mueve a lo mismo que al
principio, a recibir la buena noticia y a disponer nuestra vida de tal forma
que se pueda realizar en nosotros el plan amoroso de Dios.
2. LA VOZ EN
EL DESIERTO
En la
profecía de Malaquías, Dios había prometido el retorno de su Profeta Elías
antes de la llegada del día del Señor, como se identificaba entonces a la
intervención de Dios en auxilio de su Pueblo. Por tanto, Israel esperaba al
Profeta, el hombre de Dios con palabra de fuego, el precursor que allanaría los
caminos. San Marcos retoma las palabras del Éxodo y de Malaquías que en
combinación declaran: “He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, a
preparar tu camino”. Y luego las de Isaías que dicen: “Voz que clama en el
desierto…”. En este contexto surge Juan el Bautista, como cumplimiento de este
anuncio. Su predicación consistía en un llamado a la conversión, al
arrepentimiento de los pecados, a un bautismo de agua que intentaba manifestar
la purificación interior y preludiaba ya un bautismo de fuego que recrearía al
ser humano.
Juan figura
ya en la descripción del evangelista como un signo escatológico, vestido
burdamente con pelo de camello, ceñido por una correa de cuero y alimentado por
saltamontes y miel silvestre. Entonces y ahora, una especie rara. Empero, su
palabra y su presencia es atractiva, a él acudía hombres y mujeres de muchas
partes de la región, por su mensaje era tocado su corazón y se hacían bautizar.
Juan es la
voz en el desierto de Israel donde predicaba, pero también en el desierto de la
ciudad santa y poblada de Jerusalén.
El
simbolismo del desierto es verdaderamente profundo y enriquecedor. Nuestro
planeta cuenta con grandes extensiones de desierto y más aún, cada vez se
dilata la desertización, ahuyentando poblaciones enteras. El desierto suele ser
sinónimo de soledad, de inhospitalario, de estéril. Qué vano es el grito en el
desierto, que infructuoso resulta ponerse a anunciar una noticia tan saludable
en donde nadie habita. Juan es la voz profética que clama en el desierto, pero
que no pase ante nosotros como un ingenuo. El desierto más terrible y más
desolador no se encuentra en ninguna región geográfica del mundo, sino en el
corazón del hombre.
En medio de
nuestras populosas ciudades, entre edificios que desafían la altura, entre
calles congestionadas de tráfico y en medio del ir y venir de multitudes,
nuestros pueblos parecen verdaderos desiertos; cada quién aislado y encerrado
en sí mismo; cada uno reseco e indiferente de todo lo demás; todos con los
oídos tapados para no escuchar gritos incómodos que nos inquieten. Los
corazones de los hombres se han vuelto genuinos desiertos, rellenos de arena y
sólo arena.
Y sin
embargo, sigue una voz clamando grito en cuello, continúa pregonando contra
toda esperanza de ser escuchado, una gran necesidad: preparen el camino que ya
está cerca el Señor.
Hermanos y
hermanas, qué triste es ver nuestras iglesias repletas de personas en las misas
de domingo, pero qué extraña sensación de estar hablando en el desierto. Llamar
hasta el cansancio a prepararnos a la venida de Cristo, y continuar
descaradamente viviendo como siempre. Es cuando pedimos con insistencia: ¡Qué
los cielos lluevan al Justo! ¡qué la tierra brote al Salvador! Que retroceda en
los corazones y en nuestras comunidades el desierto implacable que nos
atormenta y nos amenaza. Que Juan nunca se acalle, que siga resonando siempre
esa bendita voz que molesta e incomoda para que podamos estás preparados.
Urge, como
dice el profeta Isaías, abrir una calzada en el páramo, ¡un camino en el
desierto! Cosa extraña pero urgente. En el desierto del corazón ha de abrirse
un camino por el que pueda pasar el Señor y fecundarlo todo. Que todo valle de
eleve y toda colina se rebaje, que se enderece lo torcido y lo escabroso se
allane. Cuanto sentimiento, pensamiento, intención u obra muestra que esté
hundida, o se eleve por encima, o retuerza el corazón, ¡que se allane!
Juan ha
subido a lo alto del monte de nuestra conciencia para gritarnos hoy: “Aquí
está su Dios. Aquí llega el Señor lleno de poder”; “ya viene detrás de mí uno
más poderoso que yo”.
3. PREPAREN
EL CAMINO
El apóstol
Pedro en la segunda lectura exhorta a los cristianos a vivir con entrega y
santidad, a fin de manifestar la esperanza cierta que nos mueve e incluso, para
apresurar el advenimiento del Señor. En efecto, hermanos, con nuestra vida
podemos adelantar la llegada del Señor en la medida en que vivamos ya desde
ahora los valores del Reino, en la medida en que instauremos con el testimonio
su presencia en medio del mundo, en la medida en que Él sea cada vez más en
nosotros. El cielo nuevo y la tierra nueva, aunque justamente tendrán su
manifestación plena en la Parusía del Señor, también es verdad que comienzan a
transformarse desde ahora.
Estamos
necesitados de una tierra nueva donde podamos establecer estructuras nuevas y
más justas, y más acordes al Evangelio. La llamada del Bautista en este domingo
no es una invitación intimista y aislada. Es una realidad que todo cambio
substancial en el mundo comienza con la transformación personal, pero también
es cierto que debemos interesarnos por la sociedad y la Iglesia a la que
pertenecemos y tenemos el deber de hacer de ellas, nuevas realidades.
El grito en
el desierto es ¡preparen! Todos estamos convocados a esta labor de renovar
sobre todo esas estructuras de pecado que claman al cielo; esos círculos
estrechos de tiranía y opresión; esas instancias de privilegios con los más
ricos e injusticia con los más pobres. El camino del Señor hemos de prepararlo
en nuestra vida personal con la urgente conversión y cambio de mentalidad y de
manera de vivir; prepararlo en la vida familiar superando los obstáculos para
la comprensión, la fidelidad, la unión y el amor mutuos; prepararlo en la vida
de la Iglesia de manera que sea cada vez más un signo y sacramento de salvación
para todos los hombres, con el perenne testimonio de hermanos que se aman y se
ayudan entre sí; prepararlo en la vida social, con una responsabilidad más
firme en las decisiones y acciones que afectan a todos, con la valentía de
aportar cada uno y exigir de quien se debe, aquello que contribuya al bien
común.
Sabremos con
certeza que el camino se está preparando solamente cuando nuestro desprendimiento
y generosidad remedie el mal y las carencias de los más pobres, cuando las
parroquias sean verdaderas comunidades de vida cristiana, cuando las familias
luchan juntas contra la desintegración y contra formas irresponsables de
convivir, cuando nosotros mismos manifestemos con palabras y obras la
coherencia del Evangelio.
Queridos
amigos, el requisito indispensable para disponer un camino al Señor, que
sutilmente propone el Evangelio de hoy, es el reconocimiento de nuestros
pecados. El contenido del mensaje de Juan el Bautista versaba en echar en cara
el pecado del pueblo, en llamar con insistencia al arrepentimiento, en ayudar a
todos a que descubrieran el horror de pagar con infidelidad al Dios fiel de la
Alianza. Hoy más que nunca, necesitamos hacer un sincero examen de conciencia
sobre nuestras responsabilidades en este amargo e incierto panorama que vivimos
en lo civil y en el de la fe. Reconocer nuestros pecados personales,
familiares, eclesiales y sociales es el camino más saludable para enderezar el sendero,
para abrir brecha al Salvador, para recibir la gracia de la conversión. Que no
se nos vaya este tiempo de gracia sin que hayamos dispuesto el camino para que
venga el Señor a salvarnos.
A MODO DE
CONCLUSIÓN
Hoy no tengo
alguna historia que contar, solamente una invitación en el nombre del Señor: No
nos hagamos sordos, que el silencio de nuestro desierto no se sature de ruidos
innecesarios y puedan resonar las alegres palabras de la Buena Noticia, que
escuchemos la voz que clama en el despoblado que nos advierten que ya es hora
de preparar el camino en el corazón y fuera de él.
Dejemos que
el Profeta del Adviento nos despierte del profundo sueño donde hemos
caído y nos indique que la conversión es el verdadero y necesario camino para
volver a Dios.
Podemos
desgastar el tiempo y la vida silenciando esta verdad, pero no podemos detener
la llegada de nuestro Dios que siempre cumple sus promesas.
Que nuestro
testimonio asemeje al del Bautista y podamos ser para otros una voz incansable
que suena en el desierto de nuestras ciudades que ya es tiempo de despertar, de
abrir los oídos y el corazón y de abrir paso con algún sendero, al Señor que se
acerca.
Que este
tiempo bendito del Adviento sea una oportunidad para regresar al desierto, no
al que nos hemos creado nosotros mismos, sino a aquel donde Dios habita, y
reconociendo nuestras faltas renovemos el bautismo que nos ha santificado y
podamos así, convertidos, aguardar su venida gloriosa a nuestra vida.
Mons. Ramón
Castro Castro
XIII Obispo
de Campeche