lunes, 5 de diciembre de 2011

HOMILÍA DEL OBISPO DE CAMPECHE: DOMINGO II DE ADVIENTO



DOMINGO II DE ADVIENTO
4 de Diciembre de 2011

INTRODUCCIÓN

En todo tiempo y en todo lugar aparecen personajes que de alguna manera, se convierten en signo de los tiempos para los hombres y mujeres contemporáneos. Han surgido como signos alentadores, pero también como puntos de referencia en un momento obscuro de la historia. De estos últimos podríamos mencionar a Nerón, a Iván el Terrible, a Stalin, a Hitler,  entre otros muchos otros, tal vez menos recordados por la historia pero no por eso menos espantosos, que han herido a la humanidad. De los primeros, de esos que hacen brillar esperanza, sin duda muchos han sido tocados por el espíritu cristiano pero otros han actuado conforme a la recta razón y a la nobleza del ser humano: Francisco de Asís, Gandhi, Martín Luther King, Madre Teresa, y recientemente, a este gigante de la humanidad, el Beato Juan Pablo II.

En la historia de la salvación no han faltado estos signos vivientes que anuncian la presencia de Dios en medio de su pueblo o que advierten la cercanía de una intervención divina en favor de los hombres. El tiempo de adviento propone algunos personajes bíblicos cuyo testimonio y aparición colaboran con la finalidad de este momento del ciclo litúrgico, concretamente hablamos de Isaías, de Juan el Bautista, de José y de María, por excelencia.

El II Domingo de adviento presenta a Juan el Bautista, si bien el profeta del primer adviento es Isaías y nos acompaña a lo largo de este tiempo, como el último toque sonoro del cumplimiento de las promesas de Dios.

Juan el Bautista se convierte en sí mismo en un mensaje provocador que nos prepara a la vivencia del adviento, a la preparación próxima e intensa ante la llegada de Jesús a la historia y a nuestra vida.

Hoy escuchamos en el Evangelio el comienzo del relato de la Buena Noticia de Jesucristo según san Marcos, propio de este ciclo litúrgico que recién inauguramos. Se considera el más antiguo de los Evangelios que tenemos en nuestra Biblia y por tanto, el más sencillo, el más directo, el más fresco. No descubrimos en el escrito de Marcos a un historiador sistemático y detallista como en Mateo, ni a un ideólogo y culto estilista como Lucas, ni a un profundo y genial teólogo como Juan, simplemente encontramos a un fiel recopilador de los testimonios más vivos acerca del Señor Jesús. Hay quien describe el Evangelio de Marcos como la narración de la pasión del Señor con una extensa introducción. Se piensa que tiene como destinatarios principalmente a los cristianos venidos del paganismo, por su estilo predominantemente kerigmático, tiene la celosa urgencia de presentar a Jesús como el salvador del mundo.

Atendamos pues al mensaje de la Palabra de Dios, que en palabras de un discípulo enamorado de su Maestro nos ha trasmitido la Palabra que da vida y renueva la esperanza en el corazón del hombre. Fijemos nuestra atención en este misterioso hombre que aparece gritando en el desierto un anuncio incómodo y apremiante a la vez.

1. PRINCIPIO DEL EVANGELIO…

El trozo de Evangelio de este domingo son los primeros versículos de Marcos, que llevan por título el contenido central de toda la narración que le sigue. Es el comienzo de la Buena Noticia, del Evangelio, de Jesucristo, Hijo de Dios.

Así comienza el escrito de Marcos, pero también así comienza la historia de la salvación, con un anuncio, con una promesa, con una esperanza. El evangelista abre su relato advirtiendo que la historia inicia con una preparación, para luego presentar a Jesús e ir revelando su identidad en el transcurso de los capítulos y versículos hasta llegar al momento culmen de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

Desde el primer hombre y la primer mujer que experimentaron la rebeldía del corazón y las desastrosas consecuencias a que conduce una libertad enferma y débil, esperaban con ansias la llegada de alguien que les devolviera la gracia, que les recuperara la pureza y el paraíso que habían perdido con el pecado, que les ayudara a vencer a sus acérrimos enemigos, pecado y muerte. El pueblo de la Alianza fue preparado con el testimonio de los patriarcas y profetas para la llegada de este momento de redención. Este es el primer adviento, la expectación de toda la humanidad que aguarda la llegada de su salvador.

Lo que san Marcos hace en su Evangelio es evidenciar que toda promesa de Dios tiene su cumplimiento, de modo que ha llegado el momento de que el mundo reciba al Mesías.

Un precursor es enviado a preparar Su llegada, y a la vez, por su presencia en medio del pueblo, se puede reconocer su inminencia.

Lo que se anuncia no es la proximidad de una tragedia, ni la destrucción de todo, ni la venganza por todos los crímenes cometidos. Lo que Marcos pregona, y a su modo y criterios todos los profetas y el mismo Juan Bautista, es una buena noticia, es Evangelio, es algo necesario para que el hombre reavive la confianza en Dios y experimente la redención; es Evangelio y por tanto, motivo de gozo y de renovada alegría; es Evangelio y por eso, certeza de que la esclavitud y la opresión contemplan ya su término. Isaías lo expresa a su manera en la primera lectura de este día con palabras de ánimo y de confianza: “consuelen a mi pueblo…díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre”.

El Verbo convertido en Carne es garantía de cumplimiento, terminó el adviento de Israel. Sin embargo, la esperanza de Israel no era exclusiva, sino extensiva a todo el género humano. Y así como una fuente no luce ni se disfruta  llenando sólo la pila del primer nivel, sino que se vuelve más hermosa conforme se derrama el agua sobre los otros niveles y los desborda, transformando la monotonía del agua en un bellísimo juego de jolgorio, así era necesario que la Buena Noticia y la salvación traída por Jesucristo llegara a todos los hombres.

Por esto, el Evangelio se vuelve para el nuevo pueblo de Israel que es la Iglesia, en un nuevo anuncio también de una esperanza que se avecina. Vivimos ahora otro adviento que acabará por colmar todos nuestros anhelos más auténticos, el adviento que da oportunidad para que todo el mundo conozca a Jesucristo el salvador del hombre.

Cada vez que escuchamos el Evangelio nos prepara como los profetas lo hicieron con Israel, a la llegada del Mesías. Por tanto, el mensaje nos mueve a lo mismo que al principio, a recibir la buena noticia y a disponer nuestra vida de tal forma que se pueda realizar en nosotros el plan amoroso de Dios.

2. LA VOZ EN EL DESIERTO

En la profecía de Malaquías, Dios había prometido el retorno de su Profeta Elías antes de la llegada del día del Señor, como se identificaba entonces a la intervención de Dios en auxilio de su Pueblo. Por tanto, Israel esperaba al Profeta, el hombre de Dios con palabra de fuego, el precursor que allanaría los caminos. San Marcos retoma las palabras del Éxodo y de Malaquías que en combinación declaran: “He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino”. Y luego las de Isaías que dicen: “Voz que clama en el desierto…”. En este contexto surge Juan el Bautista, como cumplimiento de este anuncio. Su predicación consistía en un llamado a la conversión, al arrepentimiento de los pecados, a un bautismo de agua que intentaba manifestar la purificación interior y preludiaba ya un bautismo de fuego que recrearía al ser humano.

Juan figura ya en la descripción del evangelista como un signo escatológico, vestido burdamente con pelo de camello, ceñido por una correa de cuero y alimentado por saltamontes y miel silvestre. Entonces y ahora, una especie rara. Empero, su palabra y su presencia es atractiva, a él acudía hombres y mujeres de muchas partes de la región, por su mensaje era tocado su corazón y se hacían bautizar.

Juan es la voz en el desierto de Israel donde predicaba, pero también en el desierto de la ciudad santa y poblada de Jerusalén.
El simbolismo del desierto es verdaderamente profundo y enriquecedor. Nuestro planeta cuenta con grandes extensiones de desierto y más aún, cada vez se dilata la desertización, ahuyentando poblaciones enteras. El desierto suele ser sinónimo de soledad, de inhospitalario, de estéril. Qué vano es el grito en el desierto, que infructuoso resulta ponerse a anunciar una noticia tan saludable en donde nadie habita. Juan es la voz profética que clama en el desierto, pero que no pase ante nosotros como un ingenuo. El desierto más terrible y más desolador no se encuentra en ninguna región geográfica del mundo, sino en el corazón del hombre.

En medio de nuestras populosas ciudades, entre edificios que desafían la altura, entre calles congestionadas de tráfico y en medio del ir y venir de multitudes, nuestros pueblos parecen verdaderos desiertos; cada quién aislado y encerrado en sí mismo; cada uno reseco e indiferente de todo lo demás; todos con los oídos tapados para no escuchar gritos incómodos que nos inquieten. Los corazones de los hombres se han vuelto genuinos desiertos, rellenos de arena y sólo arena.

Y sin embargo, sigue una voz clamando grito en cuello, continúa pregonando contra toda esperanza de ser escuchado, una gran necesidad: preparen el camino que ya está cerca el Señor.

Hermanos y hermanas, qué triste es ver nuestras iglesias repletas de personas en las misas de domingo, pero qué extraña sensación de estar hablando en el desierto. Llamar hasta el cansancio a prepararnos a la venida de Cristo, y continuar descaradamente viviendo como siempre. Es cuando pedimos con insistencia: ¡Qué los cielos lluevan al Justo! ¡qué la tierra brote al Salvador! Que retroceda en los corazones y en nuestras comunidades el desierto implacable que nos atormenta y nos amenaza. Que Juan nunca se acalle, que siga resonando siempre esa bendita voz que  molesta e incomoda para que podamos estás preparados.

Urge, como dice el profeta Isaías, abrir una calzada en el páramo, ¡un camino en el desierto! Cosa extraña pero urgente. En el desierto del corazón ha de abrirse un camino por el que pueda pasar el Señor y fecundarlo todo. Que todo valle de eleve y toda colina se rebaje, que se enderece lo torcido y lo escabroso se allane. Cuanto sentimiento, pensamiento, intención u obra muestra que esté hundida, o se eleve por encima, o retuerza el corazón, ¡que se allane!

Juan ha subido a lo alto del monte de nuestra conciencia para gritarnos hoy: “Aquí está su Dios. Aquí llega el Señor lleno de poder”; “ya viene detrás de mí uno más poderoso que yo”.

3. PREPAREN EL CAMINO

El apóstol Pedro en la segunda lectura exhorta a los cristianos a vivir con entrega y santidad, a fin de manifestar la esperanza cierta que nos mueve e incluso, para apresurar el advenimiento del Señor. En efecto, hermanos, con nuestra vida podemos adelantar la llegada del Señor en la medida en que vivamos ya desde ahora los valores del Reino, en la medida en que instauremos con el testimonio su presencia en medio del mundo, en la medida en que Él sea cada vez más en nosotros. El cielo nuevo y la tierra nueva, aunque justamente tendrán su manifestación plena en la Parusía del Señor, también es verdad que comienzan a transformarse desde ahora.

Estamos necesitados de una tierra nueva donde podamos establecer estructuras nuevas y más justas, y más acordes al Evangelio. La llamada del Bautista en este domingo no es una invitación intimista y aislada. Es una realidad que todo cambio substancial en el mundo comienza con la transformación personal, pero también es cierto que debemos interesarnos por la sociedad y la Iglesia a la que pertenecemos y tenemos el deber de hacer de ellas, nuevas realidades.

El grito en el desierto es ¡preparen! Todos estamos convocados a esta labor de renovar sobre todo esas estructuras de pecado que claman al cielo; esos círculos estrechos de tiranía y opresión; esas instancias de privilegios con los más ricos e injusticia con los más pobres. El camino del Señor hemos de prepararlo en nuestra vida personal con la urgente conversión y cambio de mentalidad y de manera de vivir; prepararlo en la vida familiar superando los obstáculos para la comprensión, la fidelidad, la unión y el amor mutuos; prepararlo en la vida de la Iglesia de manera que sea cada vez más un signo y sacramento de salvación para todos los hombres, con el perenne testimonio de hermanos que se aman y se ayudan entre sí; prepararlo en la vida social, con una responsabilidad más firme en las decisiones y acciones que afectan a todos, con la valentía de aportar cada uno y exigir de quien se debe, aquello que contribuya al bien común.

Sabremos con certeza que el camino se está preparando solamente cuando nuestro desprendimiento y generosidad remedie el mal y las carencias de los más pobres, cuando las parroquias sean verdaderas comunidades de vida cristiana, cuando las familias luchan juntas contra la desintegración y contra formas irresponsables de convivir, cuando nosotros mismos manifestemos con palabras y obras la coherencia del Evangelio.

Queridos amigos, el requisito indispensable para disponer un camino al Señor, que sutilmente propone el Evangelio de hoy, es el reconocimiento de nuestros pecados. El contenido del mensaje de Juan el Bautista versaba en echar en cara el pecado del pueblo, en llamar con insistencia al arrepentimiento, en ayudar a todos a que descubrieran el horror de pagar con infidelidad al Dios fiel de la Alianza. Hoy más que nunca, necesitamos hacer un sincero examen de conciencia sobre nuestras responsabilidades en este amargo e incierto panorama que vivimos en lo civil y en el de la fe. Reconocer nuestros pecados personales, familiares, eclesiales y sociales es el camino más saludable para enderezar el sendero, para abrir brecha al Salvador, para recibir la gracia de la conversión. Que no se nos vaya este tiempo de gracia sin que hayamos dispuesto el camino para que venga el Señor a salvarnos.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Hoy no tengo alguna historia que contar, solamente una invitación en el nombre del Señor: No nos hagamos sordos, que el silencio de nuestro desierto no se sature de ruidos innecesarios y puedan resonar las alegres palabras de la Buena Noticia, que escuchemos la voz que clama en el despoblado que nos advierten que ya es hora de preparar el camino en el corazón y fuera de él.
Dejemos que el Profeta del Adviento  nos despierte del profundo sueño donde hemos caído y nos indique que la conversión es el verdadero y necesario camino para volver a Dios.

Podemos desgastar el tiempo y la vida silenciando esta verdad, pero no podemos detener la llegada de nuestro Dios que siempre cumple sus promesas.

Que nuestro testimonio asemeje al del Bautista y podamos ser para otros una voz incansable que suena en el desierto de nuestras ciudades que ya es tiempo de despertar, de abrir los oídos y el corazón y de abrir paso con algún sendero, al Señor que se acerca.

Que este tiempo bendito del Adviento sea una oportunidad para regresar al desierto, no al que nos hemos creado nosotros mismos, sino a aquel donde Dios habita, y reconociendo nuestras faltas renovemos el bautismo que nos ha santificado y podamos así, convertidos, aguardar su venida gloriosa a nuestra vida.

Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche