lunes, 5 de diciembre de 2011

¡UN ADVIENTO QUE ANUNCIA VIDA DIGNA!



¡UN ADVIENTO QUE ANUNCIA VIDA DIGNA!
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Artículo escrito por el Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal, de la Diócesis de Campeche.

El pasado domingo 27 de Noviembre iniciamos en la Iglesia un nuevo tiempo de gracia, el Adviento, que es un tiempo de espera y de preparación para la venida de Jesús, el Salvador del mundo.

Es importante que vivamos este tiempo en un ambiente de fe, unidos en oración y en la escucha orante de la Palabra de Dios, para aprovechar  este tiempo privilegiado y así fortalecer nuestra identidad cristiana: somos todos verdaderos discípulos y misioneros de Jesucristo en esta Iglesia de Dios que peregrina en Campeche.

En este Adviento 2011, la auténtica oración cristiana habrá de acercarnos más a Dios, a conocerlo y a amarlo más y mejor. La oración y la reflexión fiel siempre llevan a los discípulos-misioneros a construir la comunión, a transformar su realidad y a comprometerse a llevar una auténtica vida cristiana.

En México, desde hace algunos años, muchos están obstinados en buscar quien sembró la cizaña, la mala hierba; es decir, buscan al culpable de la escalada de violencia que vivimos actualmente, pero sin afanarse en buscar algún camino de solución para detener esta espiral de violencia.

Al igual que en varios países de América Latina y del Caribe, en México se está deteriorando, en la vida social, la convivencia armónica y pacífica, por el crecimiento desmesurado de la violencia, que cada día destruye más vidas humanas y llena de dolor a las familias y a la sociedad.

Algo tenemos que hacer para transformar esta realidad y reconstruir el tejido social, pues si continuamos así, en algunos años más estaremos perdidos. Tenemos que esforzarnos por construir un nuevo rostro de nuestro país, buscando la paz y no la violencia, buscando la vida y no la muerte, buscando la libertad y no la esclavitud que provoca el crimen organizado y las adicciones.

Continuar así significa creer más en la violencia que en la paz, significa aceptar todo cuanto nos propone esta sociedad de la prepotencia y de las desigualdades humillantes.

¡Qué en Cristo, nuestra paz, México tenga vida digna! Cristo vino al mundo para que todos tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn 10,10). Él nos cuenta la parábola de la humildad, para cambiar la teoría del “ojo por ojo, diente por diente”, por el “perdónanos como nosotros perdonamos” del Padrenuestro.

Cristo nació en una insignificante población, rodeado de pastores pobres y marginados, en un rústico pesebre. Después de su nacimiento, José tuvo que esconder al niño y a su Madre, María, en Egipto porque Herodes le buscaba para matarlo.

Vivió 30 años en el silencio de la vida cotidiana; durante tres años predicó la verdad más fascinante; habló del amor y la misericordia de Dios, del perdón y de la vida eterna. Toda su enseñanza quedó sintetizada en las Bienaventuranzas.

A los Doce apóstoles que esperaban marchar, como un gran ejército, hacia Jerusalén para liberar al pueblo de la dominación romana, les responde muriendo semidesnudo en una cruz.

Tres días después resucitó. Sí. ¡Resucitó! Llenando de vergüenza a los soldados romanos que no podían explicar lo sucedido. Ninguno se acordó que anunció su resurrección; ni siquiera sus discípulos.

Todos estaban convencidos que la muerte había interrumpido el camino de paz propuesto por el gran profeta Jesús. Los poderosos de la tierra pensaban que habían puesto fin a la historia de Jesús; creían que cerrando el sepulcro con una gran piedra escribían el último capítulo de esta historia. Pero no fue así.

Aquello era solo el principio. No se puede encerrar en una tumba al creador de la vida. Con la resurrección de Jesús, la luz de la vida ha roto para siempre la oscuridad de la muerte.  Al amanecer del día de la resurrección, de la tumba vacía surgió la vida y nada la detendrá.

Sin embargo, aún hoy algunos ocultan la paz, la manipulan, la desprecian, la disfrazan. Por eso es más lógico creer al ejército romano que a Magdalena y las asustadas mujeres que regresan del sepulcro.

Por eso existe un camino que va de Jerusalén a Emaús, que recorren dos hombres profundamente tristes y desilusionados. Jesús, el gran profeta en quien habían puesto sus ilusiones y sus esperanzas, está muerto. En su corazón ni siquiera cabe la posibilidad de que Jesús fuera a resucitar; para ellos todo ha terminado ya.  

Este camino es semejante al que recorre el hombre de hoy encerrado en su propia ilusión y en su egoísmo, pensando que ya nada ni nadie podrá cambiar el rostro dolorido y sufriente del México en que vivimos.

Muchos hombres y mujeres, hoy, van por el camino hacia Emaús, que es el camino de la desesperación, la desilusión, la indiferencia, la violencia, el rencor, el pesimismo, la división. «Nosotros esperábamos...» tantas cosas, pero todo sigue igual. Por eso es preferible encerrarse en el propio mundo, desentenderse de los demás y que cada uno se las arregle como pueda.

En este camino, un desconocido camina con nosotros hoy;  es un hombre de una presencia discreta que busca explicarnos el secreto de la vida. Es Jesús vivo y resucitado que se hace el encontradizo para pronunciar en nuestro interior palabras de consuelo y de aliento que vuelvan a despertar el entusiasmo y la ilusión que el miedo ha paralizado. ¿Sabremos reconocerlo los hombres y mujeres del año 2011?