¡UN ADVIENTO QUE ANUNCIA VIDA DIGNA!
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Artículo
escrito por el Pbro. Fabricio Seleno
Calderón Canabal, de la Diócesis de Campeche.
El
pasado domingo 27 de Noviembre iniciamos en la Iglesia un nuevo tiempo de gracia,
el Adviento, que es un tiempo de espera y de preparación para la venida de
Jesús, el Salvador del mundo.
Es
importante que vivamos este tiempo en un ambiente de fe, unidos en oración y en
la escucha orante de la Palabra de Dios, para aprovechar este tiempo privilegiado y así fortalecer
nuestra identidad cristiana: somos todos verdaderos discípulos y misioneros de
Jesucristo en esta Iglesia de Dios que peregrina en Campeche.
En
este Adviento 2011, la auténtica oración cristiana habrá de acercarnos más a
Dios, a conocerlo y a amarlo más y mejor. La oración y la reflexión fiel
siempre llevan a los discípulos-misioneros a construir la comunión, a
transformar su realidad y a comprometerse a llevar una auténtica vida
cristiana.
En México, desde hace
algunos años, muchos están obstinados en buscar quien sembró la cizaña, la mala
hierba; es decir, buscan al culpable de la escalada de violencia que vivimos
actualmente, pero sin afanarse en buscar algún camino de solución para detener
esta espiral de violencia.
Al igual que en
varios países de América Latina y del Caribe, en México se está deteriorando, en
la vida social, la convivencia armónica y pacífica, por el crecimiento
desmesurado de la violencia, que cada día destruye más vidas humanas y llena de
dolor a las familias y a la sociedad.
Algo tenemos que
hacer para transformar esta realidad y reconstruir el tejido social, pues si
continuamos así, en algunos años más estaremos perdidos. Tenemos que
esforzarnos por construir un nuevo rostro de nuestro país, buscando la paz y no
la violencia, buscando la vida y no la muerte, buscando la libertad y no la esclavitud
que provoca el crimen organizado y las adicciones.
Continuar así
significa creer más en la violencia que en la paz, significa aceptar todo
cuanto nos propone esta sociedad de la prepotencia y de las desigualdades
humillantes.
¡Qué en Cristo, nuestra
paz, México tenga vida digna! Cristo vino al mundo para que todos tengamos vida
y la tengamos en abundancia (Jn 10,10). Él nos cuenta la parábola de la
humildad, para cambiar la teoría del “ojo por ojo, diente por diente”, por el
“perdónanos como nosotros perdonamos” del Padrenuestro.
Cristo nació en una
insignificante población, rodeado de pastores pobres y marginados, en un
rústico pesebre. Después de su nacimiento, José tuvo que esconder al niño y a
su Madre, María, en Egipto porque Herodes le buscaba para matarlo.
Vivió 30 años en el
silencio de la vida cotidiana; durante tres años predicó la verdad más
fascinante; habló del amor y la misericordia de Dios, del perdón y de la vida
eterna. Toda su enseñanza quedó sintetizada en las Bienaventuranzas.
A los Doce apóstoles
que esperaban marchar, como un gran ejército, hacia Jerusalén para liberar al
pueblo de la dominación romana, les responde muriendo semidesnudo en una cruz.
Tres días después
resucitó. Sí. ¡Resucitó! Llenando de vergüenza a los soldados romanos que no
podían explicar lo sucedido. Ninguno se acordó que anunció su resurrección; ni
siquiera sus discípulos.
Todos estaban
convencidos que la muerte había interrumpido el camino de paz propuesto por el
gran profeta Jesús. Los poderosos de la tierra pensaban que habían puesto fin a
la historia de Jesús; creían que cerrando el sepulcro con una gran piedra
escribían el último capítulo de esta historia. Pero no fue así.
Aquello era solo el
principio. No se puede encerrar en una tumba al creador de la vida. Con la
resurrección de Jesús, la luz de la vida ha roto para siempre la oscuridad de
la muerte. Al amanecer del día de la
resurrección, de la tumba vacía surgió la vida y nada la detendrá.
Sin embargo, aún hoy
algunos ocultan la paz, la manipulan, la desprecian, la disfrazan. Por eso es
más lógico creer al ejército romano que a Magdalena y las asustadas mujeres que
regresan del sepulcro.
Por eso existe un
camino que va de Jerusalén a Emaús, que recorren dos hombres profundamente
tristes y desilusionados. Jesús, el gran profeta en quien habían puesto sus
ilusiones y sus esperanzas, está muerto. En su corazón ni siquiera cabe la
posibilidad de que Jesús fuera a resucitar; para ellos todo ha terminado
ya.
Este camino es
semejante al que recorre el hombre de hoy encerrado en su propia ilusión y en
su egoísmo, pensando que ya nada ni nadie podrá cambiar el rostro dolorido y
sufriente del México en que vivimos.
Muchos hombres y
mujeres, hoy, van por el camino hacia Emaús, que es el camino de la
desesperación, la desilusión, la indiferencia, la violencia, el rencor, el
pesimismo, la división. «Nosotros esperábamos...» tantas cosas, pero todo sigue
igual. Por eso es preferible encerrarse en el propio mundo, desentenderse de
los demás y que cada uno se las arregle como pueda.
En este camino, un
desconocido camina con nosotros hoy; es
un hombre de una presencia discreta que busca explicarnos el secreto de la
vida. Es Jesús vivo y resucitado que se hace el encontradizo para pronunciar en
nuestro interior palabras de consuelo y de aliento que vuelvan a despertar el
entusiasmo y la ilusión que el miedo ha paralizado. ¿Sabremos reconocerlo los
hombres y mujeres del año 2011?