EL HOMBRE DE FE,
Artículo
escrito por el Pbro. Fabricio Seleno
Calderón Canabal, de la Diócesis de Campeche.
Con
la fiesta solemne de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos hoy domingo
20 de Noviembre, finaliza el año litúrgico católico-cristiano, durante el cual
hemos realizado un recorrido por los misterios de Cristo, desde su nacimiento,
su vida y ministerio pastoral, su pasión, muerte y resurrección, hasta llegar a
la conclusión con la mirada y el corazón puestos en Cristo, Rey del Universo,
de nuestras vidas, de nuestras ciudades, de nuestra Iglesia.
Durante
las últimas semanas, a través de la liturgia, Jesús nos ha invitado a revisar y
evaluar nuestra vida a la luz de la fe. ¿Qué tanto he crecido en mi fe durante
este año litúrgico que está por finalizar? ¿He vivido con fidelidad y
perseverancia el estilo de vida que Jesús me invita a vivir? ¿Qué he hecho con
los dones y gracias que Dios me ha dado? ¿Ahora que llega el final de este año
litúrgico entrego frutos de vida, de esperanza, de amor? ¿En algo he ayudado
para construir el Reino de Dios?
No
se trata de hacer una revisión de vida que nos conduzca al miedo, a la
desesperación, al sin-sentido de la vida de fe. Se trata más bien de una
evaluación al estilo de los exámenes que un profesor aplica a sus alumnos al
final del ciclo escolar para tener certeza de su aprovechamiento y tener bases
para tomar decisiones para el futuro de cada alumno: lo promueve al grado
siguiente o repite el mismo grado.
En
efecto, de esa revisión de vida surge la certeza de cómo vamos consolidando
nuestra fe y nuestro amor hacia Cristo, el Señor. Si descubrimos que vamos
avanzando… ¡Animo! No hay que llenarse de soberbia ni de seguridad personal,
pues cada día de la vida hay que avanzar en el camino de la fe.
Si
descubrimos que no hemos crecido nada durante el año litúrgico 2010-2011, o
peor aún, que hemos dado algún paso atrás… ¡No nos desanimemos! Dios nos da una
nueva oportunidad para esforzarnos, para crecer en la vida de fe. Dios nos
ofrece un nuevo año litúrgico que iniciaremos, Dios mediante, el próximo
domingo 27 de Noviembre, para crecer y robustecer nuestra fe.
Creamos
las palabras que Dios dirige a su pueblo por boca del Profeta Ezequiel: «Yo
mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas. Así como un pastor vela por
su rebaño cuando las ovejas se encuentran dispersas, así velaré yo por mis
ovejas e iré por ellas a todos los lugares por donde se dispersaron un día de
niebla y oscuridad».
«Yo
mismo apacentaré a mis ovejas, yo mismo las haré reposar […] Buscaré a la oveja
perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la
débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré. Yo las apacentaré con
justicia».
En
este ambiente de fe nos disponemos a iniciar un nuevo año litúrgico con el
tiempo de Adviento, que nos prepara a celebrar el tiempo de la venida del
Señor.
Una
vez más renovaremos la llamada a la esperanza cristiana que nos dice que,
cualquiera que sea la situación que vivamos, Dios siempre está con nosotros,
Dios siempre se hace presente entre nosotros y se hace compañero de camino,
Dios nos acompaña y nos invita a preparar los caminos para que pueda llegar a
todos nosotros.
El
Adviento nos prepara a la celebración de la Navidad, misterio de fe a través
del cual Dios se nos ofrecerá de la manera más cercana y alegre: En un niño
recién nacido, en brazos de una madre que lo ama profundamente.
Para
llegar a ese momento de profunda alegría y paz, será necesario ir preparando el
camino, ir creciendo en el deseo de acoger a Dios en nuestra vida. Siempre,
pero sobre todo en el Adviento, la liturgia de la Iglesia es rica en signos
externos que nos ayudan a vivir con más conciencia este tiempo de preparación,
que nos ayudan a vivir actitudes, que tocan nuestras cuerdas más sensibles.
Uno
de estos signos pedagógicos, que nos van indicando el camino de preparación, es
la Corona de Adviento, un signo muy arraigado entre nosotros, pero que sería
conveniente que en cada hogar, en cada familia, hubiera una.
Con
este signo de la Corona de Adviento, sencillo y dinámico, se trata de ir
creando una actitud de espera. Al inicio de la primera semana de Adviento se
enciende una vela; el segundo domingo, dos velas; y así sucesivamente hasta que
en vísperas de la Navidad, el cuarto domingo de Adviento, ya están encendidas
las cuatro velas. Hemos caminado de la oscuridad a la luz plena. La corona de
Adviento, quiere ayudarnos a descubrir que el hombre sin Dios camina en la
oscuridad, y que la presencia de Dios transforma la oscuridad en luz.
No queremos seguir caminando en la oscuridad, por eso
exclamamos ¡ven, Señor Jesús! Entonces, la Navidad, día de la llegada de Jesús, se convierte
en la fiesta de la luz. «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto
una gran luz». Jesucristo, el Hijo de Dios, es la Luz del mundo, y con su
venida entre nosotros nos ilumina y nos llena de esperanza.
Ojalá que en este
Adviento 2011se tenga la Corona de Adviento en la familia, en el grupo de
catequesis, en el grupo apostólico, pues es una oportunidad para tener un
sencillo pero profundo momento de oración y preparación en camino hacia la Navidad.