lunes, 5 de diciembre de 2011

EL HOMBRE DE FE, EN CONSTANTE ACTITUD DE ESPERA



EL HOMBRE DE FE,
EN CONSTANTE ACTITUD DE ESPERA

Artículo escrito por el Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal, de la Diócesis de Campeche.

Con la fiesta solemne de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos hoy domingo 20 de Noviembre, finaliza el año litúrgico católico-cristiano, durante el cual hemos realizado un recorrido por los misterios de Cristo, desde su nacimiento, su vida y ministerio pastoral, su pasión, muerte y resurrección, hasta llegar a la conclusión con la mirada y el corazón puestos en Cristo, Rey del Universo, de nuestras vidas, de nuestras ciudades, de nuestra Iglesia.  

Durante las últimas semanas, a través de la liturgia, Jesús nos ha invitado a revisar y evaluar nuestra vida a la luz de la fe. ¿Qué tanto he crecido en mi fe durante este año litúrgico que está por finalizar? ¿He vivido con fidelidad y perseverancia el estilo de vida que Jesús me invita a vivir? ¿Qué he hecho con los dones y gracias que Dios me ha dado? ¿Ahora que llega el final de este año litúrgico entrego frutos de vida, de esperanza, de amor? ¿En algo he ayudado para construir el Reino de Dios?

No se trata de hacer una revisión de vida que nos conduzca al miedo, a la desesperación, al sin-sentido de la vida de fe. Se trata más bien de una evaluación al estilo de los exámenes que un profesor aplica a sus alumnos al final del ciclo escolar para tener certeza de su aprovechamiento y tener bases para tomar decisiones para el futuro de cada alumno: lo promueve al grado siguiente o repite el mismo grado.

En efecto, de esa revisión de vida surge la certeza de cómo vamos consolidando nuestra fe y nuestro amor hacia Cristo, el Señor. Si descubrimos que vamos avanzando… ¡Animo! No hay que llenarse de soberbia ni de seguridad personal, pues cada día de la vida hay que avanzar en el camino de la fe.

Si descubrimos que no hemos crecido nada durante el año litúrgico 2010-2011, o peor aún, que hemos dado algún paso atrás… ¡No nos desanimemos! Dios nos da una nueva oportunidad para esforzarnos, para crecer en la vida de fe. Dios nos ofrece un nuevo año litúrgico que iniciaremos, Dios mediante, el próximo domingo 27 de Noviembre, para crecer y robustecer nuestra fe.

Creamos las palabras que Dios dirige a su pueblo por boca del Profeta Ezequiel: «Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas. Así como un pastor vela por su rebaño cuando las ovejas se encuentran dispersas, así velaré yo por mis ovejas e iré por ellas a todos los lugares por donde se dispersaron un día de niebla y oscuridad».

«Yo mismo apacentaré a mis ovejas, yo mismo las haré reposar […] Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré. Yo las apacentaré con justicia».

En este ambiente de fe nos disponemos a iniciar un nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento, que nos prepara a celebrar el tiempo de la venida del Señor.

Una vez más renovaremos la llamada a la esperanza cristiana que nos dice que, cualquiera que sea la situación que vivamos, Dios siempre está con nosotros, Dios siempre se hace presente entre nosotros y se hace compañero de camino, Dios nos acompaña y nos invita a preparar los caminos para que pueda llegar a todos nosotros.

El Adviento nos prepara a la celebración de la Navidad, misterio de fe a través del cual Dios se nos ofrecerá de la manera más cercana y alegre: En un niño recién nacido, en brazos de una madre que lo ama profundamente.

Para llegar a ese momento de profunda alegría y paz, será necesario ir preparando el camino, ir creciendo en el deseo de acoger a Dios en nuestra vida. Siempre, pero sobre todo en el Adviento, la liturgia de la Iglesia es rica en signos externos que nos ayudan a vivir con más conciencia este tiempo de preparación, que nos ayudan a vivir actitudes, que tocan nuestras cuerdas más sensibles.

Uno de estos signos pedagógicos, que nos van indicando el camino de preparación, es la Corona de Adviento, un signo muy arraigado entre nosotros, pero que sería conveniente que en cada hogar, en cada familia, hubiera una.

Con este signo de la Corona de Adviento, sencillo y dinámico, se trata de ir creando una actitud de espera. Al inicio de la primera semana de Adviento se enciende una vela; el segundo domingo, dos velas; y así sucesivamente hasta que en vísperas de la Navidad, el cuarto domingo de Adviento, ya están encendidas las cuatro velas. Hemos caminado de la oscuridad a la luz plena. La corona de Adviento, quiere ayudarnos a descubrir que el hombre sin Dios camina en la oscuridad, y que la presencia de Dios transforma la oscuridad en luz.

No queremos seguir caminando en la oscuridad, por eso exclamamos ¡ven, Señor Jesús! Entonces, la Navidad, día de la llegada de Jesús, se convierte en la fiesta de la luz. «El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz». Jesucristo, el Hijo de Dios, es la Luz del mundo, y con su venida entre nosotros nos ilumina y nos llena de esperanza.

Ojalá que en este Adviento 2011se tenga la Corona de Adviento en la familia, en el grupo de catequesis, en el grupo apostólico, pues es una oportunidad para tener un sencillo pero profundo momento de oración y preparación en camino hacia la Navidad.