martes, 1 de noviembre de 2011

AL RESCATE DE LAS ÁNIMAS Y DE LAS ALMAS DE LOS VIVOS

AL RESCATE DE LAS ÁNIMAS
Y DE LAS ALMAS DE LOS VIVOS

Comunicado de Prensa del domingo 30 de Octubre de 2011 presentado por el Pbro. José Juan Sánchez Jácome, Director de la Oficina de Comunicación Social de la Arquidiócesis de Xalapa.

La flor de muertos, que brotó desde hace algunas semanas para adornar los campos, nos anuncia la llegada de estas festividades tan esperadas en la tradición mexicana. La liturgia de la Iglesia remarca dos momentos fundamentales en estas fiestas, la celebración de Todos los santos y la conmemoración de los Fieles difuntos, pero de acuerdo a nuestras costumbres termina por prevalecer y ser más colorida la fiesta en torno a los muertos.

La fusión de algunos elementos de la cultura prehispánica y el cristianismo fueron dando forma a las tradiciones sobre las ánimas y el día de muertos que se celebran de manera muy colorida, especialmente a través del altar de muertos y la visita a los panteones, así como en los arreglos, colores y comidas típicas de estas fiestas.

Esta fusión de características de las dos culturas, que se nota en las ofrendas y elementos que adornan el altar de muertos, nos hace reconocer que la muerte no es un tabú para el mexicano, sino que se convierte en algo familiar que incluso nos lleva a hacer fiesta y a convivir en honor de todos aquellos hermanos que llevamos en el corazón y que ya se nos adelantaron para alcanzar la patria eterna.

Por lo tanto, el marco celebrativo de esta tradición mexicana permite afrontar la realidad y la experiencia misma de la muerte desde un enfoque de esperanza. Precisamente el cristianismo potencia este aspecto cuando anuncia que el hombre ha sido creado para la vida y que la muerte es un estado transitorio. La muerte no acaba con las aspiraciones del hombre porque la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo es el fundamento de la vida nueva y definitiva después de la muerte.

Los cristianos compartimos orgullosamente el folklore y las tradiciones de nuestros antepasados en relación al día de muertos, pero también vislumbramos un mundo nuevo que Dios nos promete y que nos lleva a superar el miedo ante los principales enemigos del hombre.

El miedo es, al fin y al cabo, pensar que el mal, el sufrimiento y la muerte pueden vencer sobre el amor, la fraternidad, la justicia y la paz. El miedo es pensar que Jesús ha fracasado; el miedo es no ser capaces de creer que Jesús ha resucitado. El miedo es no creer que -ocurra lo que ocurra, y aunque a veces no lo parezca- el amor vence siempre, el amor es siempre mucho más valioso, más lleno de vida y más definitivo que cualquiera de los éxitos que a veces lamentablemente valoramos tanto.

Por eso, para nosotros la fiesta de Todos los santos complementa y perfecciona nuestro concepto de la muerte. De los altares de muertos giramos nuestra mirada hacia los altares de los santos que creyeron y amaron profundamente al Dios de la vida y por eso llegaron a vivir en plenitud, aguardando el momento de la visión beatífica. Con su testimonio, los santos confirman que ya desde esta vida podemos vivir el reino de Dios si aprendemos a confiar más en el Señor que en nuestras propias seguridades.

La fiesta de Todos los santos también nos llena de esperanza en lo que Dios puede hacer por en el corazón de los hombres, sobre todo ahora que estamos tan necesitados de hombres bondadosos, honestos y virtuosos; de hombres de paz que luchen por la fraternidad y la justicia.

La santidad que propone la Iglesia y que sigue siendo la meta de un cristiano significa para nosotros el camino que nos puede sacar de la situación tan penosa que vive nuestro pueblo, condenado a la pobreza, a la injusticia, a la corrupción y a la violencia precisamente por un sistema que empuja a los hombres a vivir muy por debajo de su dignidad y esclavizados al egoísmo, la avaricia, la soberbia, el odio y la venganza.

No aspiramos a ser santos para que un día se nos venere en el altar. La santidad de vida que proponemos es aquella que nos ayude a recuperar nuestra dignidad de hijos de Dios, nuestra conciencia de que somos hermanos y nuestro compromiso para honrar a nuestro prójimo, especialmente a los pobres, a través del servicio y la promoción humana.

Esperamos, por eso, que estas fiestas no sólo abran un espacio para la convivencia o para sentirnos orgullosos de las costumbres de nuestros antepasados, sino que nos ayuden a vislumbrar ese mundo nuevo que podemos construir en la medida en que tomamos la decisión de vivir en plenitud y recuperar nuestra relación con Dios, como lo hicieron exactamente los santos.

Dios no atenta contra la libertad y la autonomía del hombre, mucho menos contra la soberanía de los pueblos; Dios abre los horizontes para descubrir en dónde se encuentra la fuente de la felicidad. Eso hizo con los santos y por eso sus obras perduran a lo largo de los siglos y su testimonio nos contagia para que también nosotros tengamos la aspiración de vivir en plenitud.

En estas fiestas hagamos oración para rescatar a las ánimas benditas, a fin de que puedan pasar del purgatorio a la patria eterna. Pero también hagamos oración para rescatar las almas de los vivos encadenadas a la ambición, el egoísmo, la avaricia, el odio y la corrupción. Pidamos la intercesión de los santos para liberarnos de estas esclavitudes que provocan sufrimiento y muerte en medio de un pueblo que aspira a vivir en la paz.