lunes, 17 de octubre de 2011

LA VIDA CRISTIANA NO SE VIVE EXCLUSIVAMENTE EN EL TEMPLO, NI SE REDUCE AL ÁMBITO DE LA SACRISTÍA

LA VIDA CRISTIANA NO SE VIVE EXCLUSIVAMENTE EN EL TEMPLO, NI SE REDUCE AL ÁMBITO DE LA SACRISTÍA

Comunicado de Prensa del domingo 16 de Octubre de 2011 presentado por el Pbro. José Juan Sánchez Jácome, Director de la Oficina de Comunicación Social de la Arquidiócesis de Xalapa.

En esta nueva etapa de nuestra vida democrática hay sectores que todavía no han entendido la misión de la Iglesia en la sociedad y por eso se oponen y hasta se rasgan las vestiduras cuando la Iglesia se pronuncia sobre temas sociales.

En situaciones como estas se sienten hasta especialistas de la Biblia cuando intentan fundamentarse precisamente en ella para exigirle a la Iglesia que no se inmiscuya en temas sociales y que no interfiera en la vida democrática. Afirman que Jesucristo ya había separado campos cuando afirmó: «Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Por cierto, los que más hablan en este tono son los que defienden apasionadamente la democracia y la libertad de expresión como una de las principales conquistas de nuestro tiempo; es decir, auténticos demócratas censuran e intentan reprimir la libertad de expresión de la Iglesia. Esta percepción es el resultado de un concepto arcaico y oscurantista de religión que se tiene en algunos ambientes. En este punto habría que recordar que la religión no se vive exclusivamente en el templo, ni se reduce al ámbito de la sacristía.

En nuestro caso, la Iglesia no es un club donde la pasamos bien y después nos vamos a vivir completamente desconectados de lo que creemos y celebramos. No es un teatro lo que vivimos en las Iglesias. Más bien nos esforzamos en construir una existencia cristiana a partir de los valores del Evangelio.

Por eso, a los cristianos nos queda claro que una Iglesia que se repliega, que se mira excesivamente hacia adentro, que se queda callada y que no hace oír su voz en la vida de la sociedad no es la Iglesia de Jesucristo. La Iglesia no ha sido constituida simplemente para reproducir ritos, sino para compartir unos valores y una visión de la vida capaz de transformar la realidad.

Este domingo los cristianos meditaremos ese famoso pronunciamiento de Jesucristo, arriba señalado, que es utilizado precisamente para sostener que la Iglesia no se tiene que meter en política y que se debe sujetar estrictamente a lo que es el culto y la sacristía. Si ponemos en su justo contexto este texto del Evangelio de San Mateo descubriremos que Jesucristo no se estaba refiriendo a una separación entre la política y la religión; Jesús no estaba separando campos sino delimitando actitudes.

La moneda tiene impresa la imagen del César y es del César; el ser humano lleva impresa en su corazón la imagen de Dios, por tanto pertenece a Dios y Él es el dueño de las personas que portan esa moneda. De esta forma quería dejar en claro qué significa el señorío del César y el señorío de Dios.

Jesús les echa en cara a sus interlocutores que se preocupen por un problema secundario y pasen por alto la obligación principal de otro "tributo". En sus palabras podemos descubrir esta insistencia: dejen que el César sea César y sólo eso, pero no se olviden de que Dios es Dios y está por encima del César y de cualquier autoridad de este mundo. Jesús, pues, no afirma la división de competencias sino que sostiene la primacía de Dios en la vida del hombre.

Por lo tanto, la vida cristiana no se puede restringir al terreno de lo privado. La Iglesia está llamada a formar parte activa de la vida de la sociedad, respetando siempre los ámbitos correspondientes y sin hacer política partidista. A la Iglesia le corresponde estar recordando al César que no puede actuar en contra de la libertad y de la dignidad humana. La Biblia en otras partes invita a las autoridades a reconocer que el poder les ha venido de lo alto con el único propósito de servir dignamente al pueblo que se les ha confiado.

De manera especial, en estos tiempos críticos que nos está tocando vivir necesitamos una Iglesia humilde, que sirva a los más necesitados y que sea capaz de estar junto a los que sufren; una Iglesia que pueda canalizar las angustias, las esperanzas y las ilusiones de los hombres, especialmente de los más golpeados por la violencia, la pobreza y el desempleo; una Iglesia que de manera profética esté señalando al César lo que no contribuye para alcanzar las principales demandas de la sociedad.