miércoles, 19 de octubre de 2011

LA REALIDAD NOS CUESTIONA


LA REALIDAD NOS CUESTIONA

19 de Octubre de 2011


Artículo escrito por
Mons. Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de san Cristóbal de las Casas, Chiapas.


VER

Estamos reunidos agentes de animación y coordinación pastoral de nuestra diócesis para compartir, a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, los cuestionamientos que la realidad actual hace a nuestro ser y quehacer, para animarnos y convertirnos, y así seguir trabajando por el Reino de Dios. En vez de sólo criticar, lamentar y condenar, ¿qué hacer?

Estamos analizando la nueva situación cultural que viven nuestros pueblos, sobre todo los indígenas, los cambios que experimentan la familia y los jóvenes, los cambios sociales y políticos, los resultados del censo de 2010 (población, edades, educación, vivienda, salud, trabajo, seguridad social, familia, etc.) y particularmente los datos religiosos. Nos preguntamos: ¿Qué nos dice Dios en esta realidad? ¿Qué nos dicen la mayor presencia de otras confesiones, las prácticas análogas, como santa muerte y espiritismo, las personas que se sienten atraídas por los movimientos, la disminución de prácticas religiosas, el no seguimiento de criterios morales, el aumento de quienes declaran no tener ninguna religión. ¿Cómo nos sentimos ante estos cambios y  retos? ¿Qué exigencias personales y pastorales nos plantean para nuestro ser y quehacer? ¿En qué debemos convertirnos? ¿Qué nos pide el Espíritu, para que seamos una Iglesia servidora del Reino de Dios?

JUZGAR

Jesucristo nos urge a “discernir los signos de los tiempos” (Mt 16,3). El Concilio Vaticano II, cuyo quincuagésimo aniversario de inicio estamos a un año de celebrar, nos insiste en ello: “Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (GS 4).

En Aparecida, decimos que “la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso; tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo exclusivamente espiritual” (DA 148).

Tenemos respuesta, tenemos camino, tenemos luz y esperanza: “Nos afligen, pero no nos desconciertan, los grandes cambios que experimentamos. Hemos recibido dones inapreciables, que nos ayudan a mirar la realidad como discípulos misioneros de Jesucristo” (DA 20). “Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras” (DA 30).

ACTUAR

¿Qué nos estamos proponiendo? Ante todo, sentimos la necesidad de insertarnos más en la comunidad y profundizar estas realidades desde la fe. Ver la realidad que nos sobrepasa e ir rompiendo esquemas para darle respuesta. Informarnos y formarnos, para acompañar a las comunidades frente a estos cambios. Necesitamos una Iglesia con ideas  y respuestas nuevas, esperanzadoras. Hace falta una teología de la esperanza; no dejarnos enajenar ni ser indiferentes.

Llegar a donde están los jóvenes y no esperar que ellos vengan. Urge una pastoral de la familia. Perder el miedo a hermanarnos. Convertirnos y hacer análisis de la realidad desde una teología de la esperanza, desde la dimensión del Reino de Dios. Reforzar nuestra espiritualidad y discernir por dónde nos lleva el Espíritu. Ser auténticos mensajeros de la Buena Noticia. Dejarnos animar por el Espíritu, para vencer nuestros miedos y desinstalarnos. Animarnos desde el mensaje de Jesús; ser trabajadores de Jesús. Con él, por él y en él, ser una Iglesia más samaritana, más cercana a los que sufren. Replantear nuestra pastoral. Resignificar nuestro ser y quehacer. Unirnos en la diversidad.