domingo, 30 de octubre de 2011

LA MUERTE, DOBLE CLIC SOBRE EL MONITOR DE NUESTROS DÍAS

LA MUERTE, DOBLE CLIC SOBRE

EL MONITOR DE NUESTROS DÍAS

 

Artículo escrito por el Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal de la Diócesis de Campeche.


«La muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y tiene que ser así, porque la muerte es posiblemente el mejor invento de la Vida. Es el mejor agente de cambio. Retira lo viejo para hacer sitio a lo nuevo […] Nuestro tiempo es limitado; así que no lo gasten viviendo la vida de otro […] No dejen que el ruido de las opiniones de los demás ahogue su propia voz interior. Y lo más importante: tengan el valor de seguir a su corazón y su intuición».

He querido iniciar esta colaboración semanal con las palabras que el recién fallecido «Genio de la Manzanita», Steve Jobs, dirigió a los jóvenes en su emotivo e inolvidable discurso de apertura del curso escolar 2005 en la Universidad de Stanford.

Y es que al acercarse el mes de Noviembre, el recuerdo nos conduce, espontáneamente, hacia nuestros seres queridos difuntos, hacia todos los que nos precedieron en la fe y duermen ya el sueño de la paz. Los recordamos y rezamos por ellos para que sea completo su gozo en la presencia definitiva de Dios-Padre.

El recuerdo de nuestros difuntos alcanza su máxima expresión los días 1º  y  2 de noviembre, en los que la Iglesia, de manera especial, ora por los difuntos. El dos de noviembre es el día de los afectos, de los sentimientos. Recordar a nuestros seres queridos difuntos, orar por ellos, llevar flores a su tumba, permanecer en silencio dejando que surjan del corazón aquellos momentos imborrables de nuestra vida transcurrida con ellos, es una necesidad que se encuentra en lo profundo del corazón de cada hombre y mujer.  

Cada uno de nosotros tiene su pequeña lista de seres queridos difuntos, en la que cada nombre escrito lleva consigo recuerdos, emociones, nostalgia… A algunos de nuestros seres queridos los hemos acompañado y atendido hasta el último momento; otros en cambio, han desaparecido a nuestra mirada sin la posibilidad de ofrecerles una palabra o un gesto final.

Es la muerte existencial, «aquella que se matiza de misterio y de temor, que golpea a todos: creyentes y no creyentes. La muerte hecha de agonía, de dolorosa separación; que va acompañada de nostalgia, del deseo de tener nuevamente cerca a quien se ha ido, como si fuera muy pronto para partir, o prematuro, ante la mirada de quien permanece en la tierra; como si fuera muy pronto para quien quisiera hacer lo que no ha hecho y que ahora el tiempo no le permite hacer; que deja un velo de melancolía y una huella de dolor, el dolor de la pérdida».

La liturgia de la misa por los difuntos remarca insistentemente el vínculo que nos liga indisolublemente a nuestros seres queridos difuntos; un vínculo establecido no únicamente por el recuerdo, que nos permite revivir el pasado, sino  constituido, además, por la certeza de que ellos continúan viviendo en la presencia de Dios.

«Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11,25). Ante el misterio de la muerte, la fe viene en nuestra ayuda, iluminándola con la resurrección de Jesús.

Así, la fe nos asegura que la muerte no es el final. No caminamos hacia el abismo, hacia la nada, hacia la destrucción. ¡Dios nos ha creado para la vida! Por tanto, nuestra vida no tiene término, sino meta; de la misma manera como la muerte de Cristo en la Cruz no fue el final, sino el paso a la nueva existencia resucitada y gloriosa.

Entonces, la celebración de los Fieles Difuntos se transforma en una celebración de la esperanza cristiana. En el también llamado “Día de muertos” por nuestras culturas autóctonas, parecería que la muerte es la protagonista de esta celebración, sin embargo, nosotros celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte. Frente a la muerte, la esperanza cristiana nos anima a descubrir que también nosotros resucitaremos como Jesús ha resucitado.

En la muerte está la semilla de la promesa de la vida nueva y eterna; por eso, la muerte no destruye el vínculo afectivo entre nosotros y nuestros seres queridos difuntos.

Seguimos amando a nuestros seres queridos aunque de una nueva forma. Cuando estaban entre nosotros le manifestábamos nuestro amor y afecto a través de un abrazo, una caricia, un gesto solícito, un regalo; ahora que físicamente ya no están entre nosotros, le manifestamos nuestro amor y cercanía a través de una oración, de una veladora que encendemos por ellos, de una misa que ofrecemos por ellos, una flor que se deposita sobre su tumba, una visita al lugar donde ha sido sepultado, y, sobre todo, poniendo en práctica todas las cosas buenas que nos enseñaron durante su vida.

«La temida y mal llamada muerte en realidad es sólo doble clic con el pulgar derecho sobre el monitor de nuestros días […] Resetear el “sistema” personal, poner en blanco la pantalla de una existencia, nada tiene que ver con luto y desagarro […] Lo importante es ser útil en esta o en aquella pantalla, es vencernos a nosotros mismos, a nuestra propia gravedad y subir  al escenario y ofrecer, desbordado de ilusión, algo al prójimo» (K. Aldai en su artículo en memoria de Steve Jobs).

Este 2 de Noviembre de 2011, no sea una mera conmemoración de los Fieles Difuntos, sino que, además, la fe en Cristo, vivo y resucitado, acreciente en nosotros la esperanza de poder encontrarnos un día todos unidos con Cristo y con nuestros seres queridos difuntos en la alegría de la vida eterna.