sábado, 8 de octubre de 2011

BIENAVENTURADOS LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ

BIENAVENTURADOS LOS QUE
TRABAJAN POR LA PAZ

Homilía de Mons. Rogelio Cabrera López, Arzobispo de Tuxtla Gutiérrez y Vicepresidente de la CEM, en el V Congreso Eucarístico Nacional Tijuana 2011

Estamos reunidos  en este simposium teológico para reflexionar sobre la Eucaristía en uno de sus rasgos más interesantes: La eucaristía como la mesa común para todos los que se acerquen a ella, deseosos de construir la paz y la armonía entre los seres humanos. Ella inspira a los creyentes para dejarse transformar en otro Cristo, porque cuando la Iglesia   celebra  la eucaristía  es transformada por la presencia del Señor. El milagro eucarístico es también milagro eclesial que cambia al mundo y le anima en la búsqueda de la paz, la justicia y la comunión.

Los que trabajan por la paz, siembran la paz y cosechan la justicia” escribió el Apóstol Santiago. Palabras que son eco de la enseñanza de Jesús: “Bienaventurados los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios”.

Cristo en el sermón de la montaña declaró felices a los que trabajan por la paz y prometió que se les llamaría hijos de Dios. Los esfuerzos por implantar la paz dan una experiencia filial y quienes los ven descubren en ellos la cercanía familiar con Dios, nuestro Padre. Ahora el apóstol Santiago con la figura del campo habla de la justicia como el fruto de la fatiga de la siembra. Quien trabaja por la paz no es un simple espectador de lo que sucede en el mundo, sino que se convierte en un cultivador de la paz, trabaja como el Padre Dios que siempre trabaja.  Como el campesino siembra con dolor y cosecha con gozo.

No es por ello extrañó que el Señor Jesús marcará con el sello de la paz la misma misión de la Iglesia. Él es la paz y tiene como misión implantar el Reino de la paz. Los discípulos aprendieron bien la instrucción dada antes de la resurrección: “Cuando entren en una casa, digan primero: Paz a esta casa. Si hay alguno digno de paz, la paz descansará sobre él. De lo contrario, la paz regresará a ustedes” (Lc 10, 5-6).

¡Qué interesante! La paz regresará a Ustedes. En el discípulo no hay lugar para el odio y el resentimiento. Si su mensaje no es aceptado él permanecerá en paz, pues reconoce la libertad del que le escucha y por eso sabe esperar y comprender la negación. Es consciente que la misión no tiene el éxito asegurado. Que el evangelio como propuesta al ser humano,  siempre tendrá los márgenes de la decisión libre de cada persona. Aun así les dirá: “Con todo sepan que el Reino de Dios ha llegado ya” (Mt10, 11).

Jesús saluda a los discípulos: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes”. (Jn 20, 21). Cristo saluda con la paz. No es un simple saludo convencional. Tiene toda la carga de su persona y de su evangelio. Es un saludo que transforma al que lo escucha y lo mueve a compartir esa misma experiencia a otros. La paz es saludo, osculo, abrazo. Voz y afecto, palabra y sentimiento.

Si en los pasajes evangélicos en los que se habla de la misión, Jesús manda a los discípulos dar un mensaje de paz, quiere decir que la paz es parte fundamental de la misión como mensaje y como proyecto del Reino. La paz es don divino y tarea humana, contenido y actitud, opción y acción para la misión evangelizadora de la Iglesia.

Después de decir esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver a Jesús” (19, 20). Él les muestra las manos y el costado que fueron traspasados por clavos y lanza. El crucificado no tiene odio ni respira venganza. Su muerte se transforma en vida y el mal recibido en perdón. Este perdón que ellos mismos deberán dar y que ayudarán a buscarlo. Sólo quien mira al crucificado aprende a perdonar. En la Eucaristía podemos contemplar el rostro del crucificado y resucitado que entrega la paz y la hace comunión. La paz se convierte así en mensaje pascual y en elemento eucarístico.

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: reciban el Espíritu Santo. A quien les perdonen los pecados les quedarán perdonados; a quienes se los retengan les quedarán retenidos” (19, 22-23). La construcción de la paz sobrepasa las fuerzas humanas, se requiere el Espíritu Santo que todo lo recrea. La paz es proyecto creativo de Dios. De ahí que quien quiere ser misionero de la paz de Cristo debe volver a nacer, ser creatura nueva. Cristo debe soplar sobre él y comunicarle la vida del Espíritu.

Existen odios y rencores en el mundo porque no hay hombres y mujeres nuevos, transformados por el perdón de Cristo. Si las personas se empecinan en su pecado es difícil que la  gracia y el amor de Dios puede dar fruto en ellos.

 La paz da el fruto de la justicia porque se siembra con amor y perdón. La injusticia genera violencia  y la justicia construye la paz.  Sembrar la paz para cosechar justicia es anunciar y testimoniar una vida digna para todos. La Eucaristía es garantía de paz. Al final de la celebración se nos dice: “Pueden ir en paz”,  vayan y comuniquen el mensaje de la paz de Cristo a cada persona y a la sociedad civil

Que la alegría pascual del encuentro con Jesús nos haga trabajar por la paz.