lunes, 19 de septiembre de 2011

MENSAJE DOMINICAL DEL OBISPO DE CANCÚN-CHETUMAL: DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

RICO EN MISERICORDIA

Mensaje Dominical de Mons. Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, Obispo Prelado de Cancún-Chetumal.

La misión que encomienda Jesús a sus discípulos es clara: “Busquen el reino de Dios y su justicia”. Asimismo, en la Ley  y los mandamientos, la justicia es un punto central para vivir según la voluntad de Dios, hasta el punto en que Jesús nos recuerda: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no podrán entrar en el reino de Dios”. Pero hablar de justicia humana es limitado e incluso a veces, ambiguo. La experiencia de Dios nos abre los horizontes de la justicia y la misericordia. Sería importante reflexionar sobre ¿cómo entendía Jesús la justicia de Dios?

Es por eso que nos cuenta una parábola, una pequeña historia con un mensaje de enseñanza muy profundo que proviene de la experiencia misma de la fe. En esta parábola,  el protagonista es el dueño de una viña que salió varias veces a la plaza del pueblo a contratar obreros. Los quería a todos activos, dispuestos, que tuvieran un salario, que tuviera sentido su vida, que tuvieran vida en sí mismos. No quería ver a nadie sin trabajo y en la miseria. Contrató a un primer grupo que trabajó arduamente durante doce horas. Y los últimos a quienes contrató sólo trabajaron una hora. A todos les había prometido el mismo salario.

Al final de la jornada, el dueño ordenó que todos recibieran un denario, lo mismo que el jornal de un día. Quería vida no sólo para ellos, sino también para sus familias y lo hacía de manera inmediata. No esperó una semana para pagarles. Con esto,  ninguna familia se quedaría sin cenar esa noche. Sin embargo, ante tanta bondad y misericordia de brindar trabajo y salario inmediato, algunos calificaron la actuación de este señor, al ofrecer  una recompensa igual por un trabajo desigual.

La justicia proporcional y atributiva no encaja en esta visión del mundo. Quienes han trabajado con el peso del día y del calor desean recibir más de lo prometido. Parece por tanto, razonable la protesta de quienes han trabajado durante toda la jornada. Estos obreros reciben el denario estipulado, pero al ver el trato tan generoso que han recibido los últimos, se sienten con derecho a exigir más. No aceptan la igualdad. Este pensamiento es muy humano, limitado y a veces tan egoísta que nos impide captar la bondad de Dios y alegrarnos con su misericordia infinita hacia todos.

En el plan de Dios hay trabajo para todos

El evangelio también nos habla, por medio de imágenes y alusiones, de Dios y de su reinado en el mundo. Él desea contar con hombres y mujeres para llevar adelante su proyecto. Los busca incansablemente, a lo largo de la historia, a lo largo de nuestra vida, en diferentes horas de nuestra vida para invitarnos a colaborar de muchas maneras en bien de su reino: en nuestra niñez, en la juventud, en la vida profesional, matrimonial, incluso en la senectud.

Efectivamente, el hombre ha sido llamado a colaborar con Dios en el cuidado del mundo y de todos nuestros semejantes. Nunca se es demasiado joven ni demasiado viejo para trabajar con él y por él.  Depende de nosotros responder a su llamado, saberle escuchar y comprender aquellas luces interiores que lanza a nuestro corazón, aquél corazón hambriento y sediento de tener parte en el reino de Dios, de tener un sentido trascendental en nuestra vida.

Podemos también con este evangelio, hacer una lectura social de nuestra realidad actual. Es lamentable la situación de tantos miles de personas en nuestro Estado y nuestra Patria que carecen de un trabajo, de un salario para alimentar  sus familias y sobre todo de trabajos dignos. La situación de los que no encuentran trabajo, de los que no tienen voz en la sociedad es lamentable y un hecho que clama al cielo.

Nuestro Padre Dios escucha atentamente el clamor de su pueblo, de sus necesidades y el hambre que sufre. Es necesario pedirle a Dios no sólo por ellos sino que nos brinde la gracia de escucharlos a ellos, de poder responder solidariamente a sus necesidades según nuestras capacidades. En el plan de Dios hay trabajo para todos, comenzando por la ayuda mutua.

Todos somos acogidos y salvados por su misericordia

Por último esta parábola admite también otra lectura, la espiritual. Podemos llegar a pensar como Iglesia que somos, que los criterios de evaluación de éxito y bienestar que ofrece el mundo, basado en la producción y el consumo, también son aplicables en el reino de Dios. Ciertamente Dios es generoso y magnánimo y desea el mejor de los bienes para nosotros, pero no depende sólo ser la “mejor parroquia”, la “más tecnológica”, la que tiene “más feligreses”.

Recordemos las palabras del P. Martín Königstein y que el mismo Papa Benedicto XVI estuvo de acuerdo en afirmar, que “el éxito no es uno de los nombres de Dios”. La teología de la prosperidad que muchas nuevas sectas quieren “vender” a los creyentes es peligrosa. Creen que el bienestar económico les llegará si son generosos con sus fuertes aportaciones económicas semanales y que eso les dará entrada al Paraíso prometido. Eso no es lo que nos pide Jesús. Él nos llama a trabajar desde nuestra propia realidad a la construcción de su Reino, con nuestro tiempo, nuestra oración y nuestras obras de misericordia y contribución solidaria. Por eso nos contrata, para trabajar en su viña, en el reino que dé vida digna e integral para todos, que dé vida en abundancia, en especial a los que carecen de esta vida, a los pobres.

El propietario de la viña paga el mismo salario a los obreros de la primera hora y a los que fueron a la viña ya en la tarde. Y esto escandaliza a los que se creen más justos que Dios. Ese escándalo motiva a Jesús a afirmar que “los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”. Pero el Dios de Jesús, el único y verdadero Dios, tiene los brazos abiertos a todos. Todos somos acogidos y salvados, no por nuestros esfuerzos sino por su misericordia insondable.