domingo, 14 de agosto de 2011

LA IGLESIA DE CAMPECHE EN EL REGAZO DE MARÍA


LA IGLESIA DE CAMPECHE
EN EL REGAZO DE MARÍA

Artículo del Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal, Encargado de la Comisión Diocesana para la Pastoral de la Comunicación Socia de la Diócesis de Campeche.
 
El sábado 6 de Agosto una parte de la Iglesia de Dios que peregrina en Campeche llegó llena de entusiasmo, de fe y de amor a la Basílica de Guadalupe para encontrarse con la «dulce Señora del Cielo» y, a sus pies, celebrar la Misa de la Peregrinación Anual de la Diócesis de Campeche.

Siendo una cita importante para la Iglesia de Campeche, me parece interesante compartir con ustedes algunos párrafos de la homilía que nuestro Obispo dirigió a los presentes desde la montaña del Tepeyac.

«La Providencia de Dios –iniciaba diciendo en la homilía– nos ha convocado en este día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Transfiguración del Señor. Hemos venido a la casa de todos, a la casa de nuestra Madre, la Madre de México. Y recordando las palabras que Pedro, Santiago y Juan dirigieron a Jesús manifestando su agrado y su deseo de permanecer en el Tabor, nosotros podemos también tomar prestados sus versos para decir a coro: "Qué a gusto estamos aquí, qué bueno sería quedamos aquí, en la casa de nuestra Madre para siempre".

¿Cómo, no? si aquí experimentamos la fuerza del amor de nuestra Madre, aquí experimentamos el abrazo de María. Si desde aquí, y con sus ojos, la terrible realidad tiene otra perspectiva; si aquí nos cubre un manto que aleja de nosotros tristezas y sufrimientos; si aquí, mirando a quienes nos rodean, recordamos que todos somos hermanos. ¿Cómo no vamos a querer quedarnos? ».

«Hoy venimos a la "Casita" del Tepeyac, los que caminamos peregrinos en el sureste de México».

«Llegamos a esta Basílica llenos de emoción y de alegría por encontramos tan cerca de un milagro, tan cerca de la Madre del Cielo que ha levantado su tienda entre nosotros; pero también llegamos conmovidos, conteniendo un llanto que abraza a tantos hermanos y hermanas que sufren como no debieran sufrir, que sufren como ningún hijo de Dios debería sufrir.

Venimos como peregrinos para recordar nuestra condición de caminantes por el mundo. Caminantes, podemos distinguir con más claridad las cosas más importantes de la vida. Podemos distinguir con facilidad lo importante de lo superfluo. Quisiera de todo corazón, que este monte sea un lugar en donde acontezca la transfiguración de nuestros corazones, de nuestras familias, de nuestra querida nación».

Estamos aquí presentes «para cumplir con el compromiso de ser una peregrinación; no nos trae el mero gusto de visitar este bellísimo y legendario santuario; no venimos movidos por una devoción estéril e intimista.

En estos momentos álgidos de nuestra historia, Campeche quiere ser solidario con los hermanos que han olvidado ya lo que significa vivir en paz y en seguridad, con tranquilidad y en sosiego. Si por gracia de Dios nosotros todavía lo vivimos, queremos ser solidarios con quienes no lo viven.

Esa paz que disfrutamos en nuestra casa peninsular no impide que vibremos con el prójimo al ritmo de la incertidumbre de la violencia, de la sangre que corre amargamente por las avenidas de tantas y tantas ciudades de nuestro querido México».

«La situación de enfrentamiento entre hermanos que derrama sangre inocente, el veneno que contamina a las jóvenes generaciones que aspiran o se inyectan muerte, la maquinaria cruel del crimen organizado que se protege bajo el abrigo de la corrupción y la impunidad, la inútil contienda de palabras de colores y plataformas que no se concretan en acciones que busquen el bien de todos y no de unos pocos, las manos que apuntan y reparten culpas quedando como únicos inocentes, nos duele a todos y nos punza nuestra responsabilidad con el México de hoy que va construyendo el México de mañana.

La Iglesia de Cristo no puede estar de parte de quien pisotea la dignidad de las personas, de quien se deja arrastrar por el torrente de la ambición y pasa por encima de sus hermanos; no puede mostrar solidaridad con quien destroza y perjudica las pocas instituciones que cultivan los valores y la responsabilidad social».

«Nadie que se diga auténtico discípulo de Jesús puede mutilar el Evangelio para ajustarlo a conveniencia; sólo es discípulo el que promueve al hombre trasfigurado en su integridad, quien colabora activamente y en conciencia con la transfiguración de México a partir de la propia transformación de su corazón.

No nos está permitido encerramos en las sacristías y apagar los micrófonos, y hacer como si nada sucediera. La vocación bautismal al profetismo exige de nosotros el anuncio de una buena noticia para el hombre […] convocado a ser constructor de paz.

Pero también nos exige la denuncia que procura estructuras de justicia, de progreso para todos, de igualdad, de responsabilidad con los demás, de respeto a la verdad sobre el hombre. No podemos quedamos callados ante las amenazas que deterioran la de por sí difícil situación cultural, no nos pidan que ignoremos la diferencia entre tolerancia y complicidad.

Por eso, desde la cumbre transfigurada de la colina de México, queremos pedirle a Ella que engendre un nuevo pueblo, como lo hizo al principio de nuestra historia; que reciba en sus manos juntas y orantes el corazón que late en el pecho para que lo ablande, que lo haga dócil a la voluntad de Dios y le infunda fuego que cambie el escenario de nuestro pueblo».