lunes, 20 de junio de 2011

LA FIESTA SOLEMNE DE CORPUS CHRISTI

LA FIESTA SOLEMNE DE CORPUS CHRISTI

Artículo del Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal, Encargado de la Comisión Diocesana para la Pastoral de la Comunicación Socia de la Diócesis de Campeche.

El próximo jueves 23 de Junio celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, una fiesta de alabanza y acción de gracias, en la que el pueblo cristiano se congrega en torno a la Mesa del altar para contemplar y adorar el Misterio Eucarístico, memorial del Sacrificio de Cristo en la cruz, que nos ha regalado a todos los hombres la salvación y la paz.

Una fiesta que, «como testimonio público de veneración a la Santísima Eucaristía», culmina con una procesión por las calles de nuestras comunidades, ya que la «participación de los fieles en la procesión Eucarística de la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia de Dios que cada año llena de gozo a quienes toman parte en ella».

Llevando en procesión a Jesús Eucaristía por las calles de nuestra comunidad le acompañamos como aquel pueblo sencillo que, lleno de alegría, iba siguiendo al Maestro en los días de su vida en la tierra, manifestándole sus necesidades y sufrimientos, pero también el gozo y la dicha de estar con Él. Es Jesús mismo quien recorrerá las calles de nuestra comunidad recibiendo el homenaje de nuestra fe y de nuestro amor. Es el Señor Jesús que pasa bendiciendo a todos: niños, adolescentes, jóvenes, adultos, hombres, mujeres y ancianos; y pasa haciendo el bien.

La presencia real de Cristo en la Eucaristía

Desde sus orígenes, la Iglesia está convencida de que Jesús permanece en el pan y en el vino consagrados. Esta fe en la presencia real de Cristo en la Sagrada Eucaristía, llevó, poco a poco, a la devoción a Jesús Sacramentado también fuera de la misa.

La razón de conservar las especies eucarísticas en los primeros siglos de la Iglesia, era para llevar la comunión a los enfermos y a quienes, por confesar su fe, estaban encarcelados y a punto de sufrir el martirio.

Con el paso de los siglos, la fe y el amor de los fieles enriquecieron la devoción a la Sagrada Eucaristía, lo que hizo que se tratara con máxima reverencia el Cuerpo del Señor y que se le empezara a dar culto público. De esta veneración tenemos muchos testimonios en documentos antiguos de la Iglesia.

Esta creciente devoción inspiró al Papa Urbano IV para instituir la fiesta del Corpus Christi el 11 de Agosto de 1264, con el fin de «venerar, adorar, glorificar, amar y abrazar este misterio divino».

Es necesario hacer notar que la adoración y el culto a la Eucaristía son legítimos, ya que no adoramos la hostia consagrada en cuanto tal, sino a Cristo presente en ella; la hostia es únicamente un signo sensible de la presencia de Cristo. A través de la hostia, el acto de adoración se dirige, por la fe, al cuerpo invisible de Cristo. Este cuerpo puede y debe ser adorado porque pertenece a la persona divina del Hijo de Dios.

La procesión del Corpus Christi

En la fiesta solemne del Cuerpo y la Sangre de Cristo, la Iglesia revive el misterio del Jueves Santo a la luz de la Resurrección.

En la procesión del Jueves Santo, la Iglesia acompaña a Jesús al monte de los Olivos: la Iglesia orante siente el deseo de velar con Jesús, de no dejarlo solo en la noche de la traición. En la fiesta del Corpus Christi, reanudamos esta procesión, pero con la alegría de la Resurrección: El Señor Jesús ha resucitado y va delante de nosotros.

La procesión del Jueves Santo acompaña a Jesús en su soledad, hacia su vía crucis. La procesión del Corpus Christi, responde al mandato del Resucitado: Vayan hasta los confines del mundo, lleven el Evangelio.

La fuerza del Sacramento de la Eucaristía va más allá de los muros de nuestras Iglesias; en este sacramento el Señor Jesús se encuentra siempre en camino hacia el mundo. Este aspecto de la presencia eucarística se muestra en la procesión del Corpus Christi: Llevamos a Cristo, presente en el signo del pan consagrado, por las calles de nuestra comunidad.

Encomendamos a la bondad de Jesús nuestras calles, nuestras casas, nuestra vida cotidiana. ¡Qué nuestras calles sean calles de Jesús! ¡Qué nuestras casas sean casas para Él! Qué en nuestra vida de cada día penetre su presencia.

Un día se acercaba Jesús a la ciudad de Jericó y pasó cerca de un ciego que pedía limosna junto al camino. El ciego, al oír el murmullo de la gente, preguntó que sucedía; quienes le rodeaban contestaron: «¡Es Jesús de Nazareth que pasa!». Si el jueves próximo alguien preguntara al oír también el rumor y nuestros cantos de alabanza: ¿Qué es? ¿Qué ocurre?, podríamos contestarle las mismas palabras que dijeron al ciego: ¡¡ Es Jesús de Nazareth que pasa!!

La procesión es una bendición grande y pública para nuestra comunidad. Cristo es la bendición más grande para el mundo. ¡Participemos en esta Fiesta Solemne del Cuerpo y la Sangre de Cristo!