miércoles, 1 de junio de 2011

SALUDO DEL NUNCIO EN LA APERTURA DE LA ASAMBLEA DE LA CEM


“¡SÍGUEME!”

Saludo de Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México, en la Apertura de la XCI Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano, ayer martes 31 de Mayo de 2011.

Eminentísimos Señores Cardenales,
Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos.

A mi saludo fraterno, uno mi más viva felicitación por el entusiasmo y atención que han dedicado a la preparación de esta Asamblea que, sin duda, reviste particular y actual importancia de frente a este nuestro hoy, en el que la globalización, que compromete el bienestar humano en lo económico, lo político, lo cultural, etc, plantea serios interrogantes sobre el futuro de instituciones como la familia, la parroquia y las comunidades, sobre los valores cristianos, el sentido de pertenencia a la Iglesia, la fe y a la práctica religiosa. Son cuestionamientos que motivan a trabajar con creciente eficacia en favor de aquella formación de los aspirantes al sacerdocio y de los mismos sacerdotes (formación permanente), que les capacite a ofrecer al mundo un cada vez más coherente y evangelizador testimonio.

Me alegro y les felicito porque, como he tenido oportunidad de constatar durante mis visitas a sus diócesis, ustedes, teniendo muy en su corazón la formación de los aspirantes al sacerdocio y de los sacerdotes, no han, en general, escatimado ni personal ni medios a favor de tan fundamental objetivo en la vida de cada diócesis: preparar testigos de la fe que sepan dar razón de su esperanza y faciliten el encuentro con Jesucristo vivo, a través de una formación acorde a las exigencias de nuestra época, en la que no faltan las luces, pero en la que frecuentemente resaltan más sus sombras, presentándose también para nosotros como verdaderos retos.

1. Los estudiosos señalan así, que hoy, particularmente el joven, vive en medio de aparatos, intercomunicado, y sin embargo, también en una gran pobreza en las relaciones. La reducción de las familias y el hecho de que muchos padres hayan dejado a otros la tarea de educar a sus hijos, hace que muchos jóvenes no tengan con quien relacionarse y que encuentren dificultad para hablar y para concentrarse.

Se trata de un fenómeno que no puede ser obviamente ignorado por nosotros, pues nos indica cuánto sea indispensable que el seminario sea verdadero y privilegiada comunidad de fraternidad real y no meramente funcional, donde se ofrece sentido de pertenencia; una familia donde el candidato al ministerio sacerdotal ame y se sienta amado con un amor de calidad, y en la que formandos y formadores puedan crecer mutuamente como personas íntegras.

2. Se dice también que el joven de hoy se ve enfrentado a la conjunción de diferentes fenómenos sociales: al fracaso de las utopías sociales, a la visión pesimista del futuro, al mundo del consumo. Problemática que genera en el joven una incapacidad para la ascesis y para la entrega por alguien, pues funda el sentido de su existencia en el “estar bien” y en la satisfacción inmediata.

Ello, en el contexto de la formación sacerdotal, nos desafía a ofrecerles a Cristo como la única posibilidad para darle sentido a la vida y a las dificultades existenciales, y a prestar mucha mayor atención a la realidad del joven para orientarla. Por otra parte, motiva a dar a la vida religiosa y sacerdotal su dimensión de auténtica donación de sí mismo a Dios y a los hermanos, en la que se asume el sacrificio, no como un fin en sí mismo, sino como consecuencia del amor a Dios y a los demás. En una época sin utopías, la formación sacerdotal debe saber presentar el gran proyecto del Reino de Dios y su justicia.

3. También se afirma que el joven de hoy suele pasar fácilmente del entusiasmo al desaliento, y que con la misma facilidad abandona los proyectos, pues tolera poco las circunstancias difíciles, lo cual le genera estados depresivos y dificultad para asumir compromisos definitivos e incondicionales, se derrumba con facilidad y se vuelve indolente para asumir actitudes de crecimiento y de curación de su propia interioridad.

Se trata de una situación ante la cual la formación debe saber presentar la vida cristiana como un camino en el cual todo se puede en Cristo, crear un ambiente comunitario y de trabajo que ayude al crecimiento interior, y dar respuestas claras, inteligentes, sabias y coherentes, trabajando oportunamente las debilidades para que no destruyan.

4. Otra característica que es frecuentemente mencionada, se refiere a la importancia que hoy se da al individuo, más que al grupo, lo que en la práctica genera absolutización de intereses y conveniencias personales, pérdida de pertenencia a un colectivo y tendencia a permanecer solo.

Atenta a la realidad, la vida consagrada y sacerdotal y los procesos de formación, deberían saber ofrecer un género de vida que, sin anular la individualidad, enfatice los valores comunitarios, formando en valores generosos que partan de las necesidades de los otros y no de los intereses personales. Esta característica, por otra parte, es también oportunidad para redescubrir y fortalecer el valor de lo personal y del testimonio.

5. Es indudable que en la actualidad se vive una gran confusión ética; no se sabe distinguir entre el bien y el mal; la moral esta basada en lo que produce gusto; se privilegia la acción a la oración.

En este contexto, el desafío para nosotros está en mostrar a Jesús como el único modelo ético; una ética fundamentada en la humanidad misericordiosa de Jesucristo, lo que exige de los adultos, religiosos y sacerdotes formadores, ser en verdad auténticos guías y maestros, con coherencia y rectitud de vida y de doctrina.

6. Es igualmente innegable que vivimos en un mundo sumamente consumista, en el que poseer comodidades y bienes materiales, es para muchos el único camino hacia la felicidad.

Realidad objetiva del consumismo que sin duda lanza un fuerte reto a presentar la vida cristina como alternativa de plenitud y a redescubrir el sentido de la pobreza como consejo evangélico y como camino de realización personal y comunitaria. Al mismo tiempo, genera en los consagrados (tanto religiosos como seculares), la oportunidad de cuestionar un consumismo que, en ocasiones, ha llevado a hacer que se pierda el sentido del darse verdaderamente a los hermanos.

7. Ni duda cabe, por otra parte, que el joven de hoy vive bombardeado de imágenes eróticas; la comunicación, la televisión, el internet, el mundo cotidiano. Este ambiente exige que los procesos de formación propongan el amor cristiano como realidad que no niega lo erótico, sino que lo sublima, lo plenifica, lo eleva; que proponga la vivencia de la sexualidad como amor ordenado, y muestre el amor de castidad y de celibato como hechos realizantes.

8. Vivimos en una época que ha hecho de la libertad (entendida como hacer lo que uno quiere y cuando quiere) su más alto valor. La libertad especialmente centrada en los intereses y conveniencias del individuo. Los de los otros no sólo son secundarios, sino que pueden suponer un límite al ejercicio de la libertad.

Ante esta desafiante realidad la formación sacerdotal debe saber presentar la vida cristiana, religiosa y sacerdotal como ejercicio de una libertad más auténtica: la libertad de Cristo. Ayudar a los jóvenes a descubrir el valor y el sentido de la autoridad, de la obediencia y del sacrificio personal, y a tomar conciencia del daño interior que hace el libertinaje. Al mismo tiempo, obliga a cuestionar el carácter formalista y, en ocasiones, meramente externo de obediencia y de coherencia.

9. En fin, de acuerdo a cuanto afirman los estudiosos, hoy vivimos en una época que tiene gran dificultad para asumir realidades radicales, comprometidas y fuertes. La tendencia sensible es a lo superficial, a lo de baja intensidad, a lo “light”. Particularmente en la vivencia de la fe aparecen también diversas tendencias “light”: vivir lo atractivo de la fe y dejar lo que supone compromiso y entrega, buscar opciones emocionales que no comprometan la vida, tomar la persona de Jesús como modelo, pero no como salvador, etc. Hay quienes pueden sentirse atraídos por Cristo, pero que tienden a tomar sólo lo que les produce satisfacción o emoción, desdeñando lo que implica sacrificio, abnegación o dificultad. Así, la espiritualidad, la oración, la vida sacramental, el apostolado, tienden a ser vividas en manera superficial, provisional y a nivel elemental.

Al respecto, vale la pena advertir y tener presente que, en relación a la formación filosófica, teológica, intelectual y espiritual, y hablando en general, en algunos seminarios podría estar presente un peligroso fenómeno: la facilidad con la cual algunos podrían ofrecer la formación mediante la sola trasmisión de “datos” y, por otra, la facilidad con la que los candidatos recogen información del internet; hecho que en no pocos provoca o acentúa la “flojera” intelectual que los lleva a hacer por hacer, o por cumplir. Además, mucho del material que de esos medios se extrae, frecuentemente carece de nitidez filosófica o teológica, lo que puede favorecer la tendencia a vivir una fe mezclada con elementos extraños, y más propios del ambiente “light” de la época.

Desde esta perspectiva, y como ya nos lo indicaba Aparecida, somos todos conscientes de que el gran y fundamental reto que se nos presenta en la formación sacerdotal, es aquel de saber proponer la opción por Jesucristo y por su seguimiento, como una opción de radicalidad y de entrega absoluta. En consecuencia, formar en la coherencia, en el encuentro personal e íntimo con Cristo y, a través de Él, con el hombre de hoy. Formar para la radicalidad. Presentar la vida cristiana, la vida religiosa y sacerdotal como estilos de vida verdaderos y superiores ante la mediocridad de la vida burguesa.

Para ello, teniendo siempre a la vista los objetivos de la formación sacerdotal, las instrucciones de la Santa Sede y la realidad que permanente y fuertemente nos interpela, revisemos si fuese necesario, en profundidad, los métodos pedagógicos, los programas, etc., de formación al sacerdocio en todas sus etapas, incluyendo aquella de la formación permanente del sacerdote.

En su reciente Mensaje para la Jornada de las Vocaciones 2011, el Santo Padre, invitando a los Obispos a llevar a cabo una pastoral vocacional atenta y adecuada, teniendo un especial cuidado en la selección de los aspirantes al sacerdocio y de los agentes pastorales, ha recordado que la propuesta que Jesús hace a quienes dice “¡Sígueme!”, es ardua y exultante, porque invita a entrar en su amistad, a escuchar de cerca su Palabra y a vivir con Él; enseña la entrega total a Dios y a la difusión de su Reino según la ley del Evangelio; invita a salir de la propia voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella; hace vivir una fraternidad que nace de esta disponibilidad total a Dios (cf. Mt 12, 49-50), y que llega a ser el rasgo distintivo de la comunidad de Jesús: el amor de unos a otros (cfr. Jn 13, 35).

En medio de un mundo que cada vez entiende menos las opciones radicales de amor, se hace sin duda necesario vivir coherentemente la radicalidad de nuestra opción.