sábado, 1 de enero de 2011

HOMILÍA DEL OBISPO DE CAMPECHE: SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

Estimados Amigos y Hermanos: Es penoso y triste verse excluido de una buena noticia o quedarse al margen de un beneficio. Por eso, el gozo de la encarnación del Hijo de Dios inunda los corazones de todos los hombres, porque el amor de Dios no sabe de fronteras, ni distingue razas ni países. Esta es precisamente la solemnidad que celebramos este domingo: la Epifanía del Señor, es decir, la universalidad de la salvación, la redención de Dios que alcanza a todo hombre. Si bien, un solo pueblo fue elegido por Dios y este pueblo recibió y vigiló celosamente las promesas del Señor, también es cierto que el que es Padre de todos procura el bien para los que son sus hijos sin importar nacionalidad. En Israel brilló la estrella que alegraría a toda la tierra y hoy el mundo entero agradece el magnífico don de la salvación en Jesucristo.

Del Evangelio según san Mateo 2, 1-12:

«Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes. Unos magos de oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: "¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo".

Al enterarse de esto, el rey Herodes se sobresaltó y toda Jerusalén con él. Convocó entonces a los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en manera alguna la menor entre las ciudades ilustres de Judá, pues de ti saldrá un jefe, que será pastor de mi pueblo, Israel".

Entonces Herodes llamó en secreto a los magos, para que le precisaran el tiempo en que se les había aparecido la estrella y los mandó a Belén, diciéndoles: "Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay de ese niño y, cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo".

Después de oír al rey, los magos se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto surgir, comenzó a guiarlos, hasta que se detuvo encima de donde estaba el niño. Al ver de nuevo la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron. Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Advertidos durante el sueño de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino"». Palabra del Señor.

INTRODUCCIÓN

La Epifanía del Señor es la solemnidad litúrgica que da origen a la devoción y tradición popular de los reyes magos y celebrada cada seis de enero, por cierto muy arraigada en muchos pueblos de nuestro país.

La piedad de las gentes sencillas y el paso de los años han llevado a darles el cetro regio, canonizar, bautizar, contar y pintar la piel de cada uno de estos magos de los que habla el Evangelio, y así tenemos ahora a los tres Santos Reyes Magos; Melchor, Gaspar y Baltazar; uno blanco, otro amarillo y otro negro.

Sin embargo, lo importante de estos magos de oriente que buscan al rey de los judíos para adorarlo es el simbolismo que encierran: en ellos se hace presente la humanidad entera y con ellos se postra para adorar al Niño, por eso, todo lo que se le ha agregado, de nombre y raza, es aceptado en cuanto hace más visible esta universalidad.

Comprendemos así, que el Emmanuel, el Dios-con-nosotros se vuelve en efecto, el Dios-para-todos. De este modo, contemplando al Mesías hecho un niño, sabemos con certeza que la luz ha brillado, que Jerusalén está resplandeciente, que las tinieblas comienzan a ceder. En la primera lectura identificamos a Jerusalén con el mismo Señor Jesucristo, a quien convergen todas las naciones, el que se vuelve claridad para todos, el digno de recibir toda alabanza y riqueza.

Como cumplimiento del augurio de Isaías, al Dios en Belén le traen incienso y oro. El Profeta no se imaginó siquiera que al Mesías podrían ofrecerle mirra como regalo, puesto que simboliza humanidad, y esto es precisamente la admirable bondad de Dios y la locura de su amor por nosotros, que Dios se ha hecho hombre.

En el mensaje de Pablo a los cristianos de Éfeso encontramos la proclamación abierta de este misterio que celebramos hoy: .por el Evangelio, también los paganos son coherederos de la misma herencia.

Sin olvidar que el Evangelio es justamente el mismo Jesucristo y que paganos éramos todos los que no pertenecíamos al pueblo judío, el pueblo de la alianza. Estamos pues, en la fiesta de la catolicidad, en el gozo agradecido de que la salvación que nos trae Jesús es para nosotros y para todos. Seria bueno reflexionar si realmente nos sentimos llamados y comprometidos a compartir esta Buena Nueva o si por el contrario, nos hemos adueñado de la salvación o nos hemos quedado con la riqueza que les pertenece a todos.

1.- REY DE LOS JUDIOS

Me resulta curioso y a la vez sorprendente cómo la vida de Cristo inicia y termina bajo este mismo título, Rey de los judíos. Así lo buscaban los magos y así decía sobre su cabeza en aquel madero: Jesús Nazareno Rey de los Judíos. Sin embargo, la primera vez era una profesión de fe, la última fue una "burla", la más cierta, pero al fin de cuentas, en modo grotesco; aquella hecha por magos paganos guiados por Dios, ésta por desalmados soldados.

Dice el prólogo del Evangelio de san Juan: Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Estas palabras recién escuchadas en la liturgia me vienen a la memoria a la hora de reflexionar en la Palabra que Dios nos dirige hoy. En la escena aparecen los letrados, los conocedores de la ley y los sumos sacerdotes, pero ninguno se interesa por encontrar al Mesías, al contrario, comparten la preocupación de Herodes como un peligro para su autoridad y su poder. Jesús vino a los suyos, como uno de su raza, cumpliendo las Escrituras para que pudieran entender, y no lo reconocieron. Fueron estos sabios venidos de oriente quienes sin conocer las promesas buscaban al verdadero rey.

Herodes es la figura antagónica del pasaje de hoy y conviene que miremos su actuar como una lección para nuestra vida. Él era el rey, y vaya que su gobierno no se distinguió por ser de los más nobles, ni de los más justos. Ante el rumor en Jerusalén de que unos extranjeros buscan a un rey recién nacido, Herodes se llena de espanto y Jerusalén también. Uno por temor a perder su reino, otro por la inminencia de la promesa mesiánica cumplida. La angustia del monarca le lleva a consultar las Escrituras, que de principio no cree ni comparte la esperanza de Israel, pero es la inquietud que brota de un corazón ambicioso, la paranoia de quien se pone al centro del universo. Sin darse cuenta, él mismo los envía a Belén con la malévola intención de conocer los mínimos detalles y poder acabar a tiempo con su infante rival, ¡qué locura! Lo aterroriza un niño, lo desasosiega un bebé que duerme en un pesebre. No alcanza a ver que su enemigo es la maldad que hay en su corazón, la ambición que le ofusca y su hambre de poder lo que lo aprisiona y esclaviza.

Pensemos, queridos hermanos y amigos, si Jesús es para nosotros, en nuestra vida real y cotidiana, el rey al que gozosos nos sometemos; si le hemos recibido cada vez que viene a nosotros. Corremos el riesgo de saber mucho de Dios, como los escribas y sumos sacerdotes de Jerusalén, pero no reconocerle cuando está tan cerca, a nuestro lado.

Veamos también si no nos hemos vuelto Herodes cuando rechazamos a Cristo por temor a que nos quite nuestras seguridades, a que nos exija aquello que no estamos dispuestos a cederle, a que sea él quien reine y dirija nuestras vidas.

2.- DE ORIENTE A BELEN, Y DE REGRESO

Los magos que aparecen en el Evangelio de hoy, astrónomos para unos, sabios para otros, tienen la particularidad de provenir del oriente, para así denunciar el escritos sagrado que no son parte del pueblo elegido, no son judíos y por tanto, poco o nada deben saber de la esperanza de Israel. Vienen siguiendo la conducción de una estrella, que partiendo de su simbolismo, recuerda a la estrella de David y la promesa del rey mesiánico y hace alusión también a las palabras de Isaías, a esa luz que guía a pueblos y reyes.

Lo cierto es que algo los ha movido a Jerusalén, van a Israel buscando lo que el corazón de todo hombre busca: la esperanza y la liberación. ¿De qué otra manera entendemos que se postren ante un rey ajeno, ante un soberano clandestino sin corona ni trono? Seguro que en Jesús han consolidado la esperanza y adquirido la confianza de la salvación humana.

Visto así, sabemos que los magos de oriente somos todos, los que sin ser judíos, por la fe somos coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo como dice San Pablo.

Llegan a Belén, en la tierra de Judá, la ciudad de David. En la humilde Belén se realiza el milagro más grande. La ciudad menospreciada e insignificante a los ojos de las grandes ciudades, cobra nueva fama, y este es precisamente el proceder de Dios, que fija su mirada en las cosas sencillas, en los pequeños de corazón. En Belén, cuyo nombre significa la casa del pan y anticipa así el don de la Eucaristía, los magos y en ellos todos los pueblos, han contemplado al Salvador y por la fe han quedado incorporados a la redención proyectada en Cristo. Pero deben volver para compartir con otros tan grande alegría.

Advertidos en sueños de que no volvieran a Herodes, regresaron por otro camino. Y no podía ser de otra manera. Luego de postrarse ante el mismo Dios, de sentir de cerca su salvación, no podían seguir caminando por el mismo sendero, es necesario regresar diferentes, convertidos, por caminos nuevos.

Mis hermanos, muchos de nosotros somos venidos de oriente, quienes reconocemos nuestras faltas y pecados caemos en la cuenta de que no hemos sido fieles a la alianza y que estábamos excluidos de pueblo de Dios, pero justamente por eso viene el Señor a nuestras vidas, para devolvernos la posibilidad de ser salvos, para reincorporarnos a su familia, para mostrarnos a nosotros también su salvación, y nos espera en Belén, en el pesebre de cada altar para que en la Eucaristía y en los hermanos, le adoremos y recobremos la alegría.

No perdamos de vista la estrella, no distraigamos la mirada en las cosas deslumbrantes de camino porque podemos extraviarnos y confundir a Herodes con Jesús. Y una vez experimentado Dios en nuestras circunstancias particulares, presente en nuestras vidas, no regresemos por el mismo camino, no hagamos vano la luchas y victorias por vivir como hijos de Dios y como redimidos.

3.- ORO, INCIENSO Y MIRRA

Era un uso normal al presentarse ante el soberano de algún reino, ofrecerle obsequios que lo satisficieran a fin de recibir benevolencia y generosidad. Aquellos hombres venidos de lejos, de esa distancia que separa del Dios verdadero, traen sus regalos. No le conocen, pero saben que si es rey, y de esto están ciertos, los merece.

Lo importante no es lo valioso que puedan ser estas ofrendas que le presentan, sino lo que significan. Ante el Rey hecho Niño, que reposa en los brazos de su madre, estos extranjeros se postran, le adoran y le entregan sus dádivas:

• Oro, porque reconocen que es Rey y soberano. Es el presente común para cualquier monarca que ostenta poder. Oro de riquezas, de buenos augurios, de victoriosos combates. Los magos saben que Jesús es rey, ya luego a la postre nos dirá el mismo Señor que su reino no es de este mundo, y que su reino es donde predomina la paz, la concordia, el perdón, la misericordia.

• Incienso, por su condición de Dios. Al misterio que la mente no alcanza, lo reverencia el corazón. No es cosa sencilla de entender el hecho de que Dios se haya encarnado y aparezca de pronto en un portal de aquella villa, sin embargo con este regalo nos descubren que es Dios, el Emmanuel. El incienso simboliza, incluso en nuestros días, la oblación grata al Señor, que no consiste en sacrificios de reses y corderos como antiguamente, sino en la oración sincera, en el ofrecimiento de sí mismos, en la elevación -como el humo-, del alma hacia Dios.

• Mirra, adorando el bellísimo misterio de la encarnación, el mismo Dios que asume la naturaleza humana, menos en el pecado, porque el pecado es inhumano, no pertenece a la condición del hombre que en el principio fue creado muy bueno. La mirra es una planta oriental que tiene distintos usos, como el culto, o medicinales. Aunque no se toma, tiene un gusto amargo. Su empleo común es para elaborar ungüentos que sirven luego para embalsamar cadáveres. Con estos datos de fondo aparece claro el mensaje. Amargura como anticipo de la pasión que le espera en orden a la redención del genero humano; mixtura para conservación como venerando de algún modo la corruptibilidad de su ser mortal. En efecto, el Rey y Dios, es también Hombre para solidarizarse con todos los hombres. En adelante, nada que nos aflija o perturbe le será desconocido porque Cristo comparte en su humanidad nuestras angustias y tristezas, nuestras alegrías y esperanzas, como lo dice el Concilio.

Las fiestas navideñas se han vuelto ocasión privilegiada para agasajar a los seres queridos con obsequios y sorpresas. Y tenemos que reconocer que nos preocupamos de enterar al otro de nuestro aprecio con algún detalle que le agrade. Quizás sea bueno reflexionar si hemos procurado en este tiempo un regalo bien envuelto y valioso para el alma de la fiesta, para el Señor Jesús. Nunca es tarde para disponernos a darle a Dios el regalo de nuestra vida, y se vale tomar la sugerencia de los magos.

Démosle a Jesucristo el oro de nuestro tiempo, de nuestro compromiso con su obra, de nuestra generosidad en aquello que consolida su reino en nuestras comunidades; démosle el incienso de nuestra oración agradecida y sincera, la que brota de un corazón coherente que eleva sus ojos a Dios, el incienso de nuestra aceptación a la voluntad del que es Padre de todos; démosle la mirra de nuestra compasión y caridad con los pobres, con los indigentes, con los que su sufren en su cuerpo o en su espíritu, con la práctica de la misericordia y de la solicitud por los sencillos.

A MODO DE CONCLUSION

Hermanos y hermanas, la salvación del Señor ha brillado para todos, hemos visto ya surgir su estrella en el firmamento y hemos de ir presurosos a adorarlo. Estamos invitados a la fiesta de la salvación los de oriente y los de occidente, los del norte y los del sur. A todos los confines de la tierra alcanza el amor de Dios y su misericordia. Dejémonos conducir por la estrella radiante que es María, la madre de Jesús y nuestra madre. Que todos nos sintamos convidados a disfrutar del bien que nos trae el Señor y a compartirlo con los que están lejos de la fe verdadera. El Rey y Señor nos espera en el Belén de al lado, en el pobre, en la Eucaristía, en la caridad, en la oración, vayamos pues a adorarlos.

Ojalá que no lleguemos con las manos vacías y hueco el corazón. Que le entreguemos esos regalos que nos cuestan pero que sabemos que ansia el Señor recibir: nuestra conversión, nuestra coherencia, nuestro amor mutuo y sincero, nuestro compromiso con la fe y nuestra autentica vida cristiana. ¡Dios se ha manifestado! Manifestémosle ahora nosotros nuestro amor a El en el amor a los demás, en especial a los alejados. ¡Ánimo!

Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche
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