domingo, 8 de agosto de 2010

DE CAMINO AL TEPEYAC CON FLORES Y CANTO

Escrito por: Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal


Ayer, sábado 7 de Agosto, se celebró en la Basílica de Guadalupe, la Misa de la Peregrinación Anual de la Diócesis de Campeche. Desde días antes, una pequeña porción de la Iglesia de Dios que peregrina en Campeche «se encaminó presurosa» a una casita de la montaña del Tepeyac, donde la Virgen María de Guadalupe nos recibe, pues esa casita es hogar de todos los mexicanos, donde nos sentimos escuchados y consolados; donde recuperamos nuestras fuerzas, encontramos la alegría y la paz (Cfr. Is 66,10-14) que ha traído Jesús.

La Iglesia siempre está «en viaje», en camino; ha sido enviada, existe para «caminar» en el tiempo y en el espacio, dando testimonio y anunciando el Evangelio hasta los confines de la tierra. En las peregrinaciones, se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Por eso nuestro Obispo, Mons. Ramón Castro Castro, un grupo de sacerdotes y unos cuatrocientos fieles se pusieron en camino hacia la Basílica de Guadalupe en la Peregrinación que año con año realiza nuestra Iglesia Diocesana de Campeche.

La decisión de partir hacia el Santuario ya es una confesión de fe, el caminar juntos es un canto de gozo y esperanza, y la llegada es un encuentro de amor con la Madre del Tepeyac, pues la mirada del peregrino se sitúa en esta bella imagen impresa en la tilma de san Juan Diego, imagen que nos hace sentir la ternura y la cercanía de Dios. (DA 259)

Fue el gran amor que Don Alberto Mendoza y Bedolla, VIII Obispo de Campeche, tenía a la Virgen de Guadalupe, el motor que lo impulsa a efectuar la primera Peregrinación de la Diócesis de Campeche a la Basílica del Tepeyac, el 24 de septiembre de 1944, siguiendo los pasos de las diócesis de Puebla, de cuyo presbiterio había salido, de Guadalajara y de Querétaro, que desde aquellas fechas ya se hacían presentes en el Tepeyac.

El punto culminante de la peregrinación anual al Tepeyac es la celebración Eucarística a los pies de la Santísima Virgen de Guadalupe el primer sábado del mes de agosto. Sin embargo, no puede considerarse el final de esa cita anual, porque se emprende nuevamente el camino, el camino de regreso a la realidad en que se vive. Después de visitar y orar a los pies de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac, la comunidad católica de Campeche, teniendo como modelo a la Virgen María, «se encamina presurosa» a realizar su tarea evangelizadora, alentada por el amor de Cristo, que está presente en medio de nosotros y camina con nosotros.

Santa María de Guadalupe ha hablado con su imagen sagrada, manifestando, a través de ella, su maternal presencia en la vida de la Iglesia y de la Patria. La Virgen de Guadalupe ha revelado su maternal solicitud por cada uno de sus hijos, por cada familia, por cada hombre y mujer que vive en esta tierra, que trabaja, que se esfuerza; por cada hombre y mujer que deja su tierra para emigrar, por cada uno de nosotros... Por todo esto, ¿no merece una visita al Tepeyac?

Los mexicanos estamos acostumbrados a relacionar la Basílica de Guadalupe con las experiencias de la vida diaria: los momentos de alegría y de tristeza, especialmente los momentos decisivos de la vida, como el nacimiento de los hijos, el bautismo, la decisión del rumbo de nuestra vida, los exámenes profesionales, las enfermedades, y otros tantos momentos.

Al sentir la dulce mirada de la Virgen de Guadalupe, el peregrino «se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños» (DA 259). Por eso, diariamente, cientos de hombres y mujeres, acuden con sus problemas, sus esperanzas, ilusiones y proyectos a la Basílica de Guadalupe para hablar con la «Dulce Señora del cielo», la cual no ha dejado allí únicamente su imagen, una de las más veneradas en el mundo, sino que está especialmente presente.

Y también está presente para cada uno de aquellos peregrinos que acuden a ella, aunque sólo con el alma y con el corazón, cuando no es posible hacerlo físicamente, como sucede con tantos campechanos que, por la lejanía y las dificultades, no hemos podido acompañar esta peregrinación a los pies de la Virgen de Guadalupe.

A todo peregrino que se acerca a ella, la Dulce Señora del Tepeyac le consuela con aquellas tiernas palabras: «Hijo mío el más querido: No es nada lo que te espantó, te afligió, que no se altere tu rostro, tu corazón. Por favor no temas esta enfermedad, ni en ningún modo a alguna otra enfermedad o dolor entristecedor. ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aun tienes necesidad de alguna otra cosa?» (NM 118-119)

¡Qué palabras tan sentidas, tan profundas y tan maternales! ¿Cómo no amar a esta Madre común, que con tanto cariño nos trata? Ante un amor tan grande, la Iglesia de Dios que peregrina en Campeche se hace presente en la Basílica de Guadalupe, como todos los años, para hacer su ofrenda de amor a nuestra Madre María de Guadalupe. Como san Juan Diego, venimos con nuestra tilma, con flores y cantos, para decirle a María que la amamos verdaderamente, que amamos a su Hijo Jesucristo, que amamos a la Iglesia y que, a pesar de nuestras fallas humanas, queremos ofrecerle nuestras rosas y nuestra vida misma. Al amparo de tan buena madre, podemos sentirnos tranquilos.
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