martes, 25 de mayo de 2010

HOMILÍA DE MONS. RAMÓN CASTRO CASTRO

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO

Del Evangelio según san Lucas 4, 21-30:

“En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: -¿No es éste el hijo de José? Y Jesús les dijo: -Sin duda me dirán aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.

Y añadió: -Les aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Les garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”.
 
INTRODUCCIÓN
 
El evangelio de este domingo es la continuación del texto de Lucas que hemos comenzado a reflexionar en el domingo precedente. En el episodio de la sinagoga de la semana pasada Jesús anunció su programa mesiánico y anunció que el “hoy” salvífico había llegado. Pensaríamos que el mensaje hubiera podido ser aceptado y agradecido, sin embargo la gente no acepta que el hijo de José el carpintero, fuese el Mesías. Era demasiado conocido este Mesías, desilusionaba su origen, demasiado humano para sacudir la conciencia a sus paisanos de Nazaret. ¿Por qué será que los hombres rechazan al profeta que habla en nombre de Dios? Porque descubren en él un personaje que incomoda o inquieta la vida; que los despierta de su sueño tranquilo y los hace caer en la necesidad de cambiar y mejorar. Quizás porque trae demasiada luz a nuestras tinieblas y nos encandila.
 
Los paisanos de Jesús lo rechazaron porque pedía un cambio radical de vida, de costumbres, de mentalidad. Buscaron todos los pretextos que pudieron para huir de las advertencias del profeta. Hoy más que nunca tenemos necesidad de profetas como Jesús, que nos sacudan la conciencia y nos exhorten a cambiar.
 
Les propongo ahora, haciendo eco de cuanto nos ofrece el evangelio, reflexionar en la realidad de un verdadero profeta de ayer y hoy.
 
1.- EL PROFETA, AYER
 
Las grandes religiones de la antigüedad tuvieron hombres inspirados que afirmaban hablar en nombre de sus dioses, los llamaban profetas, adivinos, magos, agoreros… La misma Biblia nos habla de 450 profetas de Baal, que fueron confundidos por Elías en el Carmelo (1 Re 18, 19-40). El profetismo en Israel es de capital importancia durante muchos siglos. Profetismo, sacerdocio y realeza son como los tres ejes sobre los que gira durante largo tiempo la sociedad de Israel. ¿Qué es un profeta? Es un regalo que de tiempo en tiempo Dios hace al pueblo de Israel. El profeta es un mensajero, un intérprete de la palabra divina. Dios se ha acercado a él, se le ha comunicado, ha recibido la palabra divina, tiene conciencia del origen divino de esa palabra. Y esa palabra que el profeta recibe es más poderosa que el mismo profeta: no podrá callar.
 
El profeta Amós dirá: “Habla el Señor Yahveh, ¿quién no va a profetizar? (Am 3,8). - Vocación del profeta. El profeta es un hombre llamado. No ha escogido él su vocación. Es Dios quien tomó la iniciativa. Así nos cuenta la Escritura la vocación de Moisés, Samuel, Amós, Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc. A veces el llamado se resiste y pone sus reparos, porque el cumplimiento es difícil y con frecuencia le llevará a la cárcel, al destierro, incluso a la muerte. En cuanto al mensaje del profeta, recordemos primero que no hay vocación sin misión, y la misión del profeta será llevar a los reyes, a los sacerdotes y al pueblo la Palabra que Dios ha puesto en su boca. Porque los profetas tienen conciencia del origen divino de su mensaje, lo presentan con estas o semejantes palabras: “Así habla Yahvéh. Palabras de Yahvéh. Oráculo de Yahvéh”. Tienen conciencia inquebrantable de que han recibido una palabra de Dios y que deben comunicarla. Ellos no serán más que instrumentos, la boca por la que Dios habla y comunica su voluntad a los hombres.
 
2.- EL PROFETA, HOY
 
El profetismo: dimensión cristiana fundamental. Cristo fue el gran profeta, el mayor de los profetas; y por el bautismo todos participamos de su don profético. Cristo es Profeta, Sacerdote y Rey; y estos carismas los ha transmitido a su Iglesia, pues la Iglesia no es más que Jesucristo prolongado en el tiempo y en el espacio. Al descender el Espíritu sobre los Apóstoles en el Cenáculo, recibió la Iglesia el carisma de la Palabra (Hech 2,16-17) y el bautismo de fuego (Hech 2,3). La comunidad eclesial, tomada en su conjunto, es sujeto de carisma profético y signo de los nuevos tiempos mesiánicos. Además el carisma profético eclesial no es esporádico, sino presencia permanente del Espíritu.
 
3.- ¿QUIÉN ES UN PROFETA HOY?
 
No consiste hoy el profetismo ordinariamente en salir clamando por las calles, como Jeremías o Amós; ni en hacer signos o señales proféticas extraordinarias, o en pasearse desnudo para servir de presagio (Is 20,3); aunque alguna vez pudiera ser necesario o conveniente algún signo profético llamativo para despertar al mundo adormecido. Profeta es el hombre, religioso, cardenal, sacerdote, laico, que tiene una experiencia inmediata de Dios, que ha recibido la revelación de su santidad y de sus deseos, que juzga el presente y el futuro a la luz de Dios y que se siente enviado por Dios para recordar a los hombres sus deberes en el campo religioso, social, familiar, civil. Y lo hace llevado de celo ardiente por la causa de Dios y de amor compasivo para con los hombres.
 
En este sentido pudiéramos decir que el profeta es la conciencia de Dios que grita a los hombres de hoy para despertarlos, para inquietarlos, para acercarlos a Dios y a sus hermanos. En este sentido es profeta: - la religiosa de clausura que ha tomado en serio las bienaventuranzas y con su vida es testigo de la ciudad de Dios entre los hombres; - el laico que vive comido por la Palabra de Dios, y con su vida profesional y su vida familiar obliga a preguntarse seriamente a los que con él conviven. – el que hace signos proféticos como Mons. Romero en el Salvador; o el clérigo que defiende la vida, la familia tal y como Dios los ha planeado. El profeta, por ser fiel al espíritu del Evangelio y por haber dicho un “si” auténtico a la Palabra de Dios, camina con frecuencia en soledad, en incomprensión y sufrimiento. En el continuo luchar para ser fiel a su misión lo único que le tendrá en vilo serán las palabras del Señor: “Yo estoy contigo”.
 
4.- LA DENUNCIA PROFETICA
 
El profeta que está siempre a la escucha de la Palabra de Dios y es testigo de los desvaríos de los hombres no podrá callar. Gritará con todos sus pulmones contra el hambre, contra las dictaduras, contra quienes quieren destruir la familia; contra la hipocresía y la injusticia; contra la pornografía y el hedonismo; contra el egoísmo; contra el racismo y las guerras; contra la falta de compromiso y de trascendencia por la fe; contra la cobardía e insensibilidad de los que mandan y la soberbia y suficiencia de los que debieran obedecer. Pero, además de la denuncia el profeta debe consolar, exhortar y alentar.

5.- ACTITUD DEL CRISTIANO ANTE EL PROFETA
 
Nos resistimos instintivamente a oír al profeta; irrita, se hace insoportable. Porque pone al descubierto nuestras llagas, nuestras miserias, nuestras infidelidades para con Dios. Nos duele que condene nuestra conducta en nombre de Dios, que nos llame a la conversión. Debido a nuestro orgullo nos creemos en regla con Dios y con los hombres. Por eso quisiéramos que se callase. Pero el que no se cree rico, sino indigente; el que siente sus limitaciones y cree en la posibilidad de la intervención misericordiosa de Dios en su vida, éste dirá como el joven Samuel: “Habla, Señor, que tu Siervo escucha”.

6.- A MODO DE CONCLUSION

Toda proposición que venga de Dios será siempre para el hombre una provocación. ¿Por qué? porque esta provocación lo invita a salir de la rutina, de sus cómodos esquemas mentales, de su mediocridad. Jesús en efecto provoca sus paisanos hiriendo su orgullo al no hacer los milagros que había realizado en Cafarnaúm, y los provoca poniendo fin a los privilegios judíos dando igual preferencia a los gentiles. Se trata de una probación saludable.
 
Es una provocación que nos despierta a la necesidad de una verdadera conversión, a un cambio de mentalidad, a una metanoia. Es una provocación que nos cuestiona la felicidad incompleta que compramos en el supermercado de la sociedad o de la cultura, abriéndonos los ojos a la realidad de la felicidad completa y auténtica. Una provocación que es parte de la misión profética de Jesús y al final de cuentas también nuestra, puesto que participamos de su misión profética a través de nuestro bautismo. Por esa razón aquel cristiano que no provoca ni sacude en algún modo las conciencias de los demás, significa que ha perdido la fuerza de su ser sal y luz en esta tierra. ¡Ánimo profeta!
 
Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche