LA VIRGEN
MARÍA, SIGNO DE
ESPERANZA PARA NUESTRO PUEBLO
Artículo escrito por el Mons. Enrique Sánchez Martínez, Obispo
Auxiliar de Durango.
Las celebraciones litúrgicas del Adviento, especialmente la Eucaristía,
nos invitan a contemplar a María, como un signo claro de espera para la
Iglesia, ya que la recordamos en las celebraciones del nacimiento de su Hijo
(su primera venida) y en la espera de su vuelta al final de los tiempos. Desde
la solemnidad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre) hasta la celebración
de la Maternidad de María (1 enero), la presencia de María en la liturgia es
abundante.
Durante el tiempo de Adviento la Liturgia recuerda frecuentemente a la
Santísima Virgen, sobre todos los días del 17 al 24 de diciembre y, más
concretamente, el domingo anterior a la Navidad, en que hace resonar las voces
proféticas sobre la Virgen Madre y el Mesías, y se leen episodios evangélicos
relativos al nacimiento inminente de Cristo y del Precursor. Los fieles que viven
la Liturgia el espíritu del Adviento, al ver el inefable amor con que la Virgen
Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a
prepararse, vigilantes en la oración y... jubilosos en la alabanza, para salir
al encuentro del Salvador que viene.
Es importante señalar cómo la Liturgia de Adviento, uniendo la espera
mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de
la Madre, presenta un equilibrio cultual que nos puede ayudar a no separar la
piedad popular mariana de su punto de referencia fundamental que es Cristo.
La Navidad es una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal,
salvífica de María, "cuya virginidad intacta dio a este mundo un
Salvador". En la solemnidad del Nacimiento del Jesús, la Iglesia, al
adorar al divino Salvador, venera a su Madre gloriosa; en la Epifanía del
Señor, al celebrar la llamada universal a la salvación, contempla a la Virgen,
Sede de la Sabiduría y Madre del Rey, que ofrece a la adoración de los Magos el
Redentor del universo (Mt 2, 11); y en la fiesta de la Sagrada Familia,
contempla la vida santa que llevan la casa de Nazaret: Jesús, María y José, el
hombre justo (Mt 1,19).
Hay que dirigir una atención especial a la solemnidad de la Maternidad
de María. En ella celebramos la parte que tuvo María en el misterio de la
salvación y exalta la singular dignidad de que goza la Madre por la cual
merecimos recibir al Autor de la vida. Esta celebración es una ocasión propicia
para renovar la adoración al recién nacido Príncipe de la paz, para escuchar de
nuevo el jubiloso anuncio angélico (Lc 2, 14), y para implorar de Dios, por
mediación de María, el don supremo de la paz.
Para nosotros los mexicanos, la solemnidad de Santa María de Guadalupe
(12 diciembre), le da un toque de especial espiritualidad guadalupana al
adviento. Dice el P. Fidel González: El Acontecimiento guadalupano fue la
respuesta de gracia a una situación humanamente sin salida: la relación entre
los indios y los recién llegados del mundo europeo. El encuentro de la Virgen
de Guadalupe y el indio Juan Diego, fue el gancho entre el mundo antiguo
mexicano y la propuesta misionera cristiana llegada a través de los españoles.
El resultado fue el nacimiento de un nuevo pueblo cristianizado. Juan Diego no
era ni un español llegado con los conquistadores como Cortés, ni un misionero
español como los primeros que fueron franciscanos y dominicos. Era un indígena
perteneciente a aquel viejo mundo.
Aquellos dos mundos hasta entonces desconocidos entre sí, y ahora
enemigos, con todas las premisas para el odio o para la aceptación fatalista de
la derrota por parte de los indios vencidos, y para el desprecio o la
explotación por parte de los recién llegados, se empezaron a reconocer en aquel
símbolo tangible de María, imagen de Iglesia, anunciado a través de un indio
convertido y acogido por todos. Se llegó así a una inculturación del
Acontecimiento cristiano en el mundo cultural mexicano. Es el nacimiento del
pueblo latinoamericano.
La devoción a la Virgen María, basada en el Acontecimiento Guadalupano
constituye un punto notable de convergencia religiosa y cultural para los
católicos mexicanos, para los latinoamericanos, y sin duda también para todo el
Continente, incluso aquel de matriz anglosajona. El acontecimiento guadalupano sigue
afirmando el método usado por Dios en la historia salvífica: el uso de un
particular histórico (un pueblo) que contiene en sí una dimensión universal. El
acontecimiento guadalupano es un hecho de la historia y no un simple símbolo
fabricado para promover una ideología o como consecuencia de una ambigua
religiosidad popular.
Durango, Dgo., 11 de Diciembre de 2011.