miércoles, 9 de noviembre de 2011

HOMILÍA DEL OBISPO DE CAMPECHE: DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
6 de Noviembre de 2011

INTRODUCCIÓN

Queridos hermanos y hermanas, nos acercamos al ocaso del año litúrgico, contando ya las últimas semanas. Como todas las cosas que terminan, nos evoca este tiempo un tanto de nostalgia y un tanto de alerta. La finitud de las etapas, de los ciclos, de los años, nos recuerda la finitud de nuestra propia vida, y con esto, la oportunidad perfecta para prepararnos al desenlace de nuestra peregrinación y disponer todo para rendir cuentas.

La Liturgia de la Palabra de este domingo muestra un tinte escatológico, muy en sintonía con la celebración recién pasada de los fieles difuntos, pero ahora  totalmente dedicada para nosotros los vivos. En el Evangelio escuchamos una parábola, de las llamadas "de la parusía", término consagrado para designar la segunda y definitiva venida de nuestro Salvador. Nos ubicamos en el evangelio según san Mateo, en el último de los grandes discursos de Jesús que sirven de hilo conductor de toda la Buena Nueva en este evangelista, es el Discurso  Escatológico que comprende los capítulos 24 y 25.

La parábola de hoy es comúnmente conocida como la parábola de las diez vírgenes, o la de las vírgenes prudentes, aunque lo mejor sería referirla al mensaje principal, la llegada del esposo.

El planteamiento es la comparación del Reino de los cielos con diez jóvenes.., pero sin otorgarles el protagónico, ya que la semejanza con el Reino es más bien toda la escena, específicamente el banquete que aguarda su comienzo para la llegada del novio.

Resulta conveniente este trozo de evangelio, como un preanuncio del tiempo litúrgico del adviento que se acerca, para disponernos con las mejores de las actitudes a la recepción y llegada del Señor Jesús a nuestra vida.

El mensaje de Dios para nosotros nos pone de frente con nuestra realidad, con nuestra conciencia de peregrinos por el mundo y nos insta a vivir en este estado permanente de alerta, de expectación gozosa, de vigilancia precavida, porque lo que se acerca no es una catástrofe, es un banquete de fiesta, es la manifestación gloriosa del Reino.

Si el Señor viene hoy a nosotros con esta parábola, no es para provocar el miedo, la tensión o el nerviosismo, sino para sacudir nuestra anquilosada conciencia y ayudarnos a vivir en vela, preparados y con las lámparas colmadas.

¿Estaremos nosotros preparados para la llegada del Señor? Tienen nuestras  lámparas el aceite suficiente para la espera? ¿Entraremos a tiempo a la fiesta, antes que la puerta se cierre irremediablemente?

1.- YA VIENE EL ESPOSO

Para comprender un poco más la trama de la parábola, hemos de recordar la costumbre de ciertas culturas antiguas y los ritos que acompañaban a las distintas celebraciones de las personas. Jesús toma situaciones concretas y ordinarias de  la vida para lanzar la estocada de un mensaje más profundo y salvador para todo el hombre.

En el pueblo judío, como en muchas culturas orientales, la celebración del matrimonio indicaba un rito más o menos así: la noche de la fiesta de bodas, el esposo se dirige a la casa de su novia para llevarla a la casa en que van a vivir como casados. El novio viene acompañado por sus amigos, y la novia a su vez sale con el cortejo de sus amigas. Se forma así una alegre procesión con cantos, iluminada por antorchas y lámparas que todos llevan, para iluminar el camino y  disipar la oscuridad de la noche. El biblista J. Jeremías describe con estas palabras el ritual de la boda: "Después de que el día se ha pasado en bailes y  otras diversiones, tiene lugar la cena de la boda después de la caída de la noche. A la luz de las antorchas es conducida luego la novia a la casa del esposo.

Finalmente un mensajero anuncia la llegada del esposo, que hasta entonces ha tenido que permanecer fuera de la casa; las mujeres dejan a la novia y van con antorchas al encuentro del esposo... La demora está ocasionada por el regateo sobre los regalos a los parientes más cercanos a la novia... El punto cumbre de las fiestas de la boda es la entrada del novio en la casa".

Es en este contexto como aparece la parábola de hoy, con diez jóvenes que retratan a la comunidad cristiana -en la que acontece lo mismos de cristianos necios y cristianos diligentes-, que aguardan la llegada del esposo, que se  identifica claramente con el Señor Jesús. El banquete  de bodas que aguarda para comenzar la fiesta es el Reino que se va preparando y que llegará a su plenitud con la venida de Cristo.

La tardanza del novio sirve para exhortar a la comunidad a la paciencia, puesto  que en la primitiva iglesia, creían la parusía como algo inminente, y al notar el retardo comenzaron muchos a tambalear en su esperanza y a relajar su vida cristiana. La puerta cerrada donde unas quedan fuera y otras participan de la fiesta, es el juicio que aguarda en los últimos tiempos.

Actualizando la parábola, nos ubicamos en este tiempo de espera, paciente y alegre, del Esposo que volverá tarde o temprano. Sin embargo no es una  expectativa que implique inacción, sino que exige un esfuerzo y una actitud de preparación y vigilancia constantes. El grito de "ya viene el esposo, salid a recibirlo", es un grito que anhelamos escuchar quienes andamos la existencia con la clara conciencia de que nos dirigimos al momento culminante, como dice San Pablo, en que todas las cosas tendrán a Cristo por cabeza, las del cielo y las de la tierra.

Este anuncio de la cercanía del Esposo nos recuerda que en el silencio de cada día nos encaminamos al encuentro con el Señor glorioso y resucitado. Por eso justamente, en las últimas semanas de este año litúrgico, aparece la invitación a disponer toda la vida para este momento, presentándose hoy las dos opciones de espera: con la sabiduría y la prudencia de las jóvenes con aceite de sobra para que resista la espera o con la necedad y la imprevisión de las otras jóvenes que negligentemente se conforman con la luz del momento, sin importar si resiste hasta la llegada del esposo.

No podemos ignorar la proclama, que suena en el tiempo y en nuestra propia vida, de que ya viene el Esposo. No tendremos excusa quienes sabemos de antemano que el Señor se acerca y no hacemos lo que la sabiduría aconseja de preparar todo lo necesario, con suficiente aceite para nuestras lámparas. Dios está viniendo constantemente a nosotros, por lo que nos urge a empeñarnos cada día a vivir de major manera nuestra vocación cristiana y las exigencias de nuestro bautismo. Aquí radica la intención fundamental de estas parabolas escatológicas, no sembrar el pánico y la angustia por el fin que se acerca como les ha dado a algunos por apuntar con fecha exacta, sino motivar a este estilo de vida netamente cristiano que aguarda la fiesta eterna.

 2.- CADA QUIEN SU ACEITE

Dado el largo tiempo de espera, todas las jóvenes cayeron en los brazos del  sueño y se durmieron. Aquí no hay distinción entre unas y otras, porque el cansancio venció a todas por igual. En efecto, esto no fue la causa de que cinco  de ellas quedaran privadas del banquete, sino la falta de preparación previa.

Reconstruyendo la escena, se hace notar que las cinco descuidadas llevaron sus lámparas, pero sin aceite para llenarlas de nuevo. Sus bombillas han sido llenadas con ese tipo de aceite que sólo sirve para el momento, que acalla la conciencia y que enmudece a las exigencias que nuestra fe y la inminencia del encuentro con el Señor nos aconsejan; es el aceite de la indiferencia, del mínimo esfuerzo, del egoísmo y de una religiosidad cómoda y hecha a la justa medida.

Las previsoras en cambio, llevaron además un frasco de aceite junto con su lámpara. Este es un aceite diferente, está hecho de fidelidad y de una esperanza firme; es un combustible que se elabora lentamente, supervisado cada día, cuidado en cada actividad; este es un óleo que no se improvisa ni se compra en cualquier tienda, ni a cualquier hora, sino que se extrae en el esfuerzo cotidiano de hacer la voluntad de Dios siempre. Pero al final de cuentas, este aceite rinde mucho más, al grado de llenar un frasco extra en caso de que llegara a agotarse el del quinqué.

A más de alguno puede sorprendernos la respuesta de las jóvenes prudentes a la petición de aquellas descuidadas que solicitan un poco de su aceite para alimentar sus lámparas. A más de alguno nos puedan parecer egoístas y cicateras por su negativa, a lo que puede sonar un acto de caridad con aquellas que se han quedado sin combustible.

Por eso tenemos que interpretar esta parábola en clave de responsabilidad  personal e insustituible y a la vez, resulta una buena ocasión para recordar aquellos pecados que también nos condenan, los de omisión.

Así, no podemos pensar que las jóvenes prudentes se volvieron de pronto mezquinas y avaras, sino que es imposible compartir un aceite que cada quien va elaborando a lo largo de su vida, en cada detalle y con cada decisión que toma. La salvación, y por tanto la participación en la fiesta del Reino, es un don dado a todos por el misterio pascual de Cristo, pero que cada uno asume y corresponde con el testimonio fiel y generoso. Aquí viene a mi memoria aquella sentencia del Santo Obispo de Hipona: "El que te creó sin ti, no te salvará sin ti".

De modo que no se trata de egoísmos o caridades, se trata de mirar en sí mismo la calidad de la respuesta, de la responsabilidad que no le toca a nadie más que a cada uno, con nombre propio y en primera persona. Contemplando bien el texto, deducimos que las jóvenes descuidadas no hicieron ningún mal, ni queda registro de falta o rebeldía, pero la vida cristiana no se fundamenta en no hacer el mal, sino precisamente en hacer el bien, como lo hizo nuestro Maestro.

Entonces, tampoco a nosotros nos está permitido conformarnos a una fe desvinculante y ligera, con aceite de mediocridad en nuestras linternas;  incurriendo muchas veces, si no en pecados de obra, sí en esos más sutiles, más comunes aunque más ignorados de omisión.

Quizá estemos a tiempo de ir a donde lo venden y comprarlo; quizá para eso el Señor nos concede el día de hoy para no dejar que nuestras lámparas se extingan por falta de óleo y lo procuremos con las obras de misericordia y de conversión que se nos presentan; quizá el lugar idóneo para conseguirlo está tan cerca de cada uno como su familia, su pareja, sus hijo o padres, su trabajo, su compromiso con la parroquia, su vecino, los enfermos de su comunidad, etc.

Si cada quien provee su aceite, será bueno preguntarnos si el nuestro es del que dura suficiente, del que nos cuesta esfuerzo y renuncia pero que rinde más, del que se obtiene de esas ocasiones que a todos nos llegan de hacer el bien y las aprovechamos, del aceite que solamente cada uno puede extraer de su propia aceptación de la salvación de Cristo. En palabras del mismo San Agustín al que nos hemos referido dice: "Para mí, en el aceite se significa la caridad".

Y en efecto, es el único combustible que perdura, el único que alumbra lo necesario, el único que nos resiste la espera hasta la llegada del Esposo.

3.- CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS

Si quisiéramos buscar un sinónimo para esta exhortación de mantener nuestras lámparas encendidas y abastecidas de aceite, podríamos decir que consiste en vivir sabiamente, tema que aborda la primera lectura y que sin nombrar, encarnan las doncellas prudentes del evangelio.

La manera sabia de vivir reside  en tener los pies sobre la tierra, los ojos hacia el cielo, con la claridez de nuestro ser de creaturas y con el deseo de buscar y encontrar a Dios. La sabiduría que nos enseña a vivir preparados es la misma que se deja encontrar por quien la busca de corazón, se dejan conducir por ella y los acompaña en todos sus proyectos. Justamente lo contrario a la sabiduría es la necedad, la insensatez de la que nos advierte el evangelio esbozada en las jóvenes descuidadas.

Resulta, queridos hermanos y amigos, que a muchos bautizados, que hemos encendido nuestras lámparas con la gracia, nos ha sucedido lo mismo que a aquella comunidad cristiana que empieza a desesperar por la tardanza de la venida de Jesús; también nosotros, al sentirnos sanos, o llenos de seguridades y comodidades, nos hemos despreocupado de si tarda o no el Señor en su venida y hemos descuidado el aceite de nuestras lámparas. Nos rehusamos a ser sensatos y a obrar bien, como dice un salmo. De aquí la intención primera de la Palabra de Dios de devolvernos la alerta sobre nuestra manera de aguardar el regreso de Jesús, de recordarnos su proximidad en nuestra propia vida y disponernos a vivir siempre con las linternas encendidas. No se vale que nos dejemos contagiar por el sueño de los demás ni que descuidemos el depósito de nuestras bombillas que se han de alimentar continuamente con la oración, con la escucha atenta de la Palabra, con la Eucaristía; no se vale que vivamos a expensas del aceite de los demás, de las obras de misericordia o de piedad que hagan otros miembros de la familia sin que nos impliquemos y comprometamos con lo que nos toca a cada uno, acordándonos que el aceite de nuestros quinqués es un aceite casero hecho con la propia mano para que pueda arder.

Vivir con las lámparas encendidas nos urge a no dejar que se extinga el fuego que comenzó a arder en nuestro bautismo, simbolizado en aquella vela que tomó fuego del cirio pascual, signo de Cristo Resucitado. Mantengamos vivos y radiantes nuestros candiles con una fe firme, una esperanza sólida y una caridad ardiente, y evitemos el aceite rancio y perecedero de un corazón frío y egoísta, somnoliento y olvidadizo, acomodado e indolente. Porque resulta que a  muchos se nos ha apagado la vela, se nos ha ahogado el fuego, se nos ha gastado el aceite y la cera que alimentaba nuestra luz. Este es un llamado a la fidelidad, a la paciente espera, a la alegría contenida por la cercanía del Esposo que nos ha preparado un banquete; es un llamado para evitar en adelante los pecados de omisión y proveer el combustible de nuestra propia vida que perdura al espera -larga o corta-, de la manifestación de Dios en nuestra propia vida. Solamente quien tiene la tranquilidad de un abastecimiento suficiente puede gritar con voz clara ¡Maranatha!, es decir, Ven ya Señor Jesús, el grito del verdadero cristiano sediento de la gloriosa salvación de Dios.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Puesto que las parábolas hablan por sí mismas y nos interrogan y alientan, no queda más que animarnos unos a otros a buscar y producir el aceite necesario que mantenga ardiendo nuestras lámparas, con este combustible que la Palabra de Dios nos ofrece en sus distintas presentaciones:

El aceite de la sabiduría, para dejarnos aconsejar por ella, que es radiante e incorruptible, al decir de la primera lectura. Que es un don que busca ser abrazado con docilidad y humildad a fin de contemplar una manera diferente de ver las cosas y a nosotros mismos; que nos descubre la felicidad a la vuelta del camino, que inunda de luz los senderos confusos y tenebrosos de la vida; que nos revela con mayor nitidez las cosas importantes de las superfluas y vanas; que nos ubica en el lugar correcto para abrirnos a la salvación.

El aceite de la esperanza, de la que nos habla el Apóstol Pablo en la segunda lectura, acerca del destino de los que han muerto y tomando como nuestro el destino de Jesús, que ciertamente murió, pero que ha derrotado al sepulcro con su resurrección. Este es el aceite que nos da el sabor de alegría a esta larga expectativa, que hace de esta espera un momento de gozo y de preparación para cuando vayamos al encuentro de nuestro Señor; este es el óleo que da prueba de la fidelidad y de la solidez de nuestra confianza en Dios.

El aceite de la caridad, de esas obras buenas que van llenando el frasco extra para suministrar a su tiempo el combustible necesario; el aceite que se elabora por cada quien precisamente en esas "insignificantes" ocasiones que se nos presentan para obrar el bien con el prójimo y que nos impide caer en los pecados de omisión; este es el carburante que se reproduce cada día y crece con el esfuerzo de la autentica vida cristiana.

Con esta variedad de aceites óptimos para la bombilla de nuestra vida, estemos pues preparados, despreocupados por el día y la hora, pero cuidadosos de estar bien provistos de la gracia que nos abrirá la puerta cuando llegue el Esposo y nos hará disfrutar del banquete de bodas en su Reino. Hermanos y hermanas, ya viene el Esposo, salgamos a recibirlo.

Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche