viernes, 23 de septiembre de 2011

VISITAN TEHUACÁN RELIQUIAS DEL BEATO JUAN PABLO II

VISITAN TEHUACÁN RELIQUIAS

DEL BEATO JUAN PABLO II

 

Artículo escrito por Mons. Rodrigo Aguilar Martínez, obispo de Tehuacán.


En el espíritu del Año Jubilar que hemos iniciado este mes de septiembre para prepararnos a la celebración de los 50 años de la Diócesis de Tehuacán, nos disponemos a recibir el regalo de la visita que nos hace el Beato Papa Juan Pablo II en las reliquias que llegarán el próximo sábado hacia las 10 de la noche y estarán con nosotros poco más de 24 horas.

Los beatos y los santos son personas concretas, de carne y hueso, que en determinado lugar y tiempo se decidieron a amar a Dios y servir a los demás dando testimonio heroico de las virtudes de Jesucristo. No quiere decir esto que los santos no hayan pecado de ninguna manera. Fuera de la Virgen María, a quien reconocemos que desde que fue concebida en el vientre de su madre estuvo libre de toda mancha de pecado, incluso del pecado original, del resto de los seres humanos, también de los beatos y santos, hemos de decir que alguna vez pecaron. Incluso en la vida de los beatos y santos encontramos que son ellos precisamente los que reconocen con más humildad y apertura su condición de pecadores. En síntesis, se reconocen pecadores pero han vivido heroicamente el estilo de vida de Jesucristo.

Esto es lo que encontramos en el Papa Juan Pablo II, tan querido para el pueblo mexicano. Efectivamente, cuando él dejaba esta vida terrena y nacía para el cielo, el 2 de abril de 2005, mucha gente lo aclamaba como “santo de inmediato”. El Papa Benedicto XVI autorizó que se iniciara su causa para la beatificación, o sea el proceso canónico para examinar su vida, su obra y sus escritos; lo que culminó con la ceremonia de beatificación en el Vaticano el 1º de mayo de este año 2011, que era el segundo Domingo de Pascua.

Ahora, al prepararnos a venerar las reliquias del Beato Juan Pablo II, reconocemos, valoramos y amamos su firme y eficaz anhelo y progreso en la vocación a la santidad. Destaco sólo unos cuantos aspectos.

Primero: su infancia y adolescencia no fueron fáciles, pero él asumió su historia personal y familiar y el contexto de su época, de manera muy positiva: su madre murió cuando él tenía 9 años; 3 años después murió el único hermano que tenía; su padre murió cuando él tenía 21 años; experimentó la invasión nazi a Polonia, que desató la segunda guerra mundial; luego vino el terror del comunismo. Todo eso lo vivió desde la fe y la esperanza, para nada huidizo, amargado o agresivo; se fue forjando en el crisol del sufrimiento, desde sus primeros hasta sus últimos años de vida terrena, sin pasar por alto el atentado que sufrió en el tercer año de su pontificado y que casi le costaba la vida. Él mismo decía en una ocasión, desde su habitación del hospital Gemelli: “¿Cómo me presentaré yo ahora a los potentes del mundo y a todo el pueblo de Dios? Me presentaré con lo que tengo y puedo ofrecer: con el sufrimiento.”

El sufrimiento de Beato Juan Pablo II era no sólo corporal, sino también psicológico y moral por lo que sucedía en torno suyo en el mundo entero y que asumía invariablemente en la oración: una oración de profunda intimidad con Dios Trino y Uno acompañado de la Virgen María, a quien se había entregado del todo; pero también una oración vivamente encarnada en la realidad de todos los días. Las religiosas que le atendían le dejaban en su reclinatorio papelitos con intenciones para orar y que llegaban de todo el mundo.

Desde el día que Karol Wojtyla fue elegido como Papa, el 16 de octubre de 1978, el otro Cardenal polaco presente en el consistorio le dijo que su misión era llevar la Iglesia al tercer milenio y así lo asumió con lucidez y lleno de Dios. Recordamos sus palabras en su primera Misa solemne como Papa: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”. Frases y actitudes que seguiría repitiendo a lo largo de su pontificado y que el Papa Benedicto XVI reconoció en la homilía de la beatificación de Juan Pablo II con estas palabras: “Abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante, fuerza que le venía de Dios, una tendencia que podía parecer irreversible. Con su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico, acompañado de una gran humanidad, este hijo ejemplar de la Nación polaca ayudó a los cristianos de todo el mundo a no tener miedo de llamarse cristianos, de pertenecer a la Iglesia, de hablar del Evangelio. En una palabra: ayudó a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es garantía de libertad. Más en síntesis todavía: nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redentor del hombre: el tema de su primera encíclica e hilo conductor de todas las demás.”

De modo que invito a usted a venerar al Beato Juan Pablo II y que esto nos reafirme en el seguimiento y testimonio de Jesucristo y nos motive a asumir también el llamado a la santidad que Dios nos hace a todos los bautizados. Porque Dios lo quiere y nos da su gracia para ello, todos podemos ser santos.