LOS ADULTOS MAYORES:
UNA RIQUEZA HUMANA Y ESPIRITUAL
Artículo escrito por el Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal, de la Diócesis de Campeche.
Hoy domingo 28 de Agosto celebramos el día del adulto mayor, o, como decimos en Campeche, el día de los abuelitos y las abuelitas, que es una extraordinaria ocasión para recordar y agradecer a nuestros queridos adultos mayores su presencia y experiencia, y, además, para ayudar a las instituciones dedicadas a atenderlos, sean eclesiales o gubernamentales, a no perder de vista la necesidad de abrir más espacios apropiados para la participación y la formación de los adultos mayores, con la vital finalidad de ayudarles a vivir con dignidad esta etapa de su vida.
La Iglesia y la sociedad en su conjunto deben dirigir su mirada y atención hacia los adultos mayores, pues si bien es cierto que «está muy difundida hoy la imagen de la tercera edad como fase descendente», en la que «las fuerzas humanas se debilitan progresivamente», más cierto es el hecho de que muchos adultos mayores demuestran una gran vitalidad y manifiestan deseos de colaborar en cualquier actividad que pueda ser útil a la comunidad.
Aún más, los adultos mayores suelen ofrecerse con gran generosidad, sin reclamar retribución económica alguna, para trabajar en favor de los demás. Seguramente conocemos personas mayores que participan en actividades que serían prácticamente imposibles sin su colaboración. Por eso es bueno abrirles mayores espacios de participación, para su propio bienestar y el bienestar de la familia y la comunidad.
En este sentido, afirmaba el hoy Beato Juan Pablo II en su Carta a los Ancianos: «La comunidad cristiana puede recibir mucho de la serena presencia de quienes son de edad avanzada […] ¡En cuántas familias los nietos reciben de los abuelos la primera educación en la fe! Pero la aportación beneficiosa de los ancianos puede extenderse a otros muchos campos.
El Espíritu actúa como y donde quiere, sirviéndose no pocas veces de medios humanos que cuentan poco a los ojos del mundo. ¡Cuántos encuentran comprensión y consuelo en las personas ancianas, solas o enfermas, pero capaces de infundir ánimo mediante el consejo afectuoso, la oración silenciosa, el testimonio del sufrimiento acogido con paciente abandono! Precisamente cuando las energías disminuyen y se reducen las capacidades operativas, estos hermanos y hermanas nuestros son más valiosos en el designio misterioso de la Providencia» (n. 13).
Queridos abuelitos y abuelitas: Es este día tan especial, queremos felicitarles; reciban un fuerte y afectuoso abrazo; es el abrazo de nuestro agradecimiento, con el que queremos manifestarles que su presencia en nuestra iglesia, en nuestra sociedad, en nuestras familias, es un don, una riqueza humana y espiritual que puede ayudarnos a recuperar el sentido de la vida, que va mucho más allá de los significados egoístas que pueden atribuirle la actual sociedad de consumo y la mentalidad reinante.
Queridos abuelitos y abuelitas: En el designio salvífico de Dios, que es amor, la tercera edad es una etapa más del camino de la vida, por el cual Cristo nos conduce a la casa del Padre.
«Si alguien o algo te hace pensar que has llegado al final del camino, ¡no le creas! Si conoces el Amor eterno que te ha creado, sabes también que, dentro de ti, hay un alma inmortal. Existen varias estaciones en la vida; si acaso sientes que llega el invierno, quiero que sepas que esta no puede ser la última estación, porque la última será la primavera: la primavera de la resurrección» (Juan Pablo II).
Por eso es que únicamente a la luz de la fe en Cristo vivo y Resucitado, y firmes en la esperanza, descubriremos la tercera edad como un don.
Al respecto, en un hermoso documento titulado La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo, publicado en octubre de 1998, el Pontificio Consejo para los Laicos indica que «existe una categoría de personas capaces de captar el significado de la vejez en el transcurso de la existencia humana, que la viven no sólo con serenidad y dignidad, sino como un periodo de la vida que presenta nuevas oportunidades de desarrollo y empeño. Y existe otra categoría -muy numerosa en nuestros días- para la cual la vejez es un trauma. Personas que, a pesar de los años, asumen actitudes que van desde la resignación pasiva hasta la rebelión y el rechazo desesperado» (n. 11-12).
Queridas familias, niños, jóvenes, adultos: Permanezcamos siempre junto a nuestros mayores con amor respeto, gratitud y generosidad. Escuchemos siempre con atención la Palabra de Dios que nos exhorta ser diligentes en el respeto y la ayuda que debemos proporcionar a nuestros adultos mayores.
«No reprendas al anciano con dureza; trátalo como a un padre», recomienda san Pablo a Timoteo (1 Tim 5,1). «Jóvenes, respeten a los mayores», insiste Pedro en su Primera Carta (5,5).
Queridas familias, niños, jóvenes, adultos: Demos a los adultos mayores el lugar respetable que merecen en medio de nosotros. Pongamos los cimientos para fomentar el dialogo intergeneracional entre abuelos, padres, hijos y nietos, en un ambiente de respeto y de cariño.
Con mucha razón escribía el Beato Juan Pablo II, en referencia al mandamiento de honrar al padre y a la madre: «Donde el precepto es reconocido y cumplido fielmente, los ancianos saben que no corren peligro de ser considerados un peso inútil y embarazoso» (Carta a los ancianos, n. 11).