miércoles, 7 de septiembre de 2011

HOMILÍA DEL OBISPO DE CAMPECHE: DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO
21 de Agosto de 2011

INTRODUCCIÓN

La medición estadística, los sondeos políticos y comerciales son un común y popular instrumento para medir posiciones en el gusto del público. A veces, las consultas son mera estrategia de condescendencia y de acercamiento a la opinión de la gente.

En este domingo nos acercamos a la escena que muchos conocen como la Confesión en Cesarea, la primera profesión de fe pública de la historia, pasaje que presenta a un Jesús realizando una encuesta, ciertamente no pretende conocer su popularidad sino indagar en el reconocimiento de su ser y misión, que los discípulos han logrado.

Este episodio que es común en los sinópticos, adquiere en Mateo un lugar especialísimo porque marca la etapa de consolidación de su obra. Luego de presentar el “evangelio de la infancia”, el bautismo de Jesús y el inicio de su ministerio, de hacerlo proclamar los discursos y exhortaciones, después de aleccionar con las parábolas y testificar sus palabras con diversos milagros, el evangelista sitúa la hora del examen con la pregunta interesante de hoy.

A partir de este momento, la atención del Maestro se enfoca en consolidar la fe de sus discípulos, en prepararlos para la Hora de la salvación, en instruirlos para que continúen su misión en el sentido auténtico de su plan, hasta llegar a Jerusalén.

Era preciso que los apóstoles estuvieran firmemente anclados en su fe, porque los vientos que se preveían no eran tranquilos. Sobre Pedro, Jesús quiso comenzar a construir su Iglesia. No son ahora los mejores tiempos para Pedro ni para la Iglesia; a muchos incomoda la presencia del Papa -el nuevo pescador de Galilea-, y pretenden hacer más ruido para volver inaudible la voz del pastor.

Lo hemos visto en estos últimos días durante su visita a España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Hay muchos que quisieran cambiar de roca fundacional, quisieran quitar a Pedro por alguien más atractivo, más conveniente; muchos desearían que la Iglesia se fundara sobre alguien más manipulable, condescendiente. Sin embargo, Benedicto XVI no promociona su iglesia, sino que representa a la Iglesia de Cristo que no se rige por otros estatutos sino los del Evangelio. ¡Dichoso tú, Simón hijo de Juan! Dichoso sea nuestro Santo Padre por su valentía y su sabiduría a la hora de guiar la Iglesia de Jesús.

En este día, luego de mirar hacia atrás y contemplar la obra de Dios en nuestra vida, luego de camino recorrido en el seguimiento y en la profundización de nuestra fe, el Señor quiere llevarnos hasta Cesarea de Filipo para que en la intimidad de los amigos le respondamos a la misma vital pregunta: “Y tú, ¿quién dices que soy yo?

Nuestra respuesta no se dice en medio de la soledad, se dice desde el seno de la Iglesia, bajo el cayado del Papa que la Providencia nos ha puesto, y se dice en clave de comunión y de vida concreta.

1.- UNA PREGUNTA CONSTANTE

El mundo en el que vivimos, grita sus propias opiniones sin necesidad de ser cuestionado. Y si diéramos un somero recorrido a los que el mundo dice acerca de Jesús encontraríamos las más variadas contestaciones que van desde la respuesta de catecismo hasta las de índole social y revolucionario. En las distintas regiones y épocas Jesús ha desempeñado todos los roles y papeles posibles como fundador de religión, o profeta, o líder nato, o un ecologista, o un rebelde, un idealista, un pensador, y no han faltado las ocasiones en que se le ha tenido como un opresor del hombre, inventor de una doctrina que frustra y tiraniza.

Sin embargo, hemos de notar en el Evangelio que el Señor no le pregunta directamente a la gente su postura, entendiendo con esto que los comentarios del mundo pueden ser tan dispares y manipulados que no sorprendería ni la más desatinada respuesta; Jesús cuestiona a los suyos, a los que han estado con Él, a los que son testigos de sus palabras y obras, y lo hace porque sabe que los comentarios y críticas de las personas afectan directa o indirectamente la conciencia que sus discípulos formen de Él, sabe que muchas veces a nosotros nos preocupa el qué dirán y guardar las apariencias. Las contestaciones fluyen casi como informe descriptivo: que el Bautista, que Elías, que Jeremías, que algún profeta…y puede ser que entre las opciones, más de uno dijera su propia opinión. Empero, esta pregunta no tiene mayor eco en la intención de Jesús y se dirige a la que verdaderamente importa, a la pregunta existencial, la que implica el testimonio del que responde: Y ustedes, ¿qué dicen?

Si la pregunta sigue retumbando a través de los siglos, es porque la respuesta importa mucho al Señor, esa respuesta que damos cada uno a cada momento. Si el interrogatorio fuera para nosotros, ¿qué contestaríamos? Quién sabe si alguno respondería con aquellas verdades de memoria que aprendió en la catequesis, pero que a veces suenan tan vacías, frías y con olor a libro; quién sabe si alguno respondería precisamente con aquello que ha oído decir de Él, sea en la Iglesia, en las enciclopedias, el internet o en la acaudalada opinión pública. Pero en ninguna forma estaríamos respondiendo a Su pregunta que seguiría flotando en el aire.

Quizá hoy es la oportunidad providencial para que respondamos en primera persona a la cuestión del Maestro. Es la réplica que le interesa a Él, la que se profesa con palabras como lo hizo Simón, pero sobre todo la que se argumenta con los hechos de cada día. Así, la pregunta puede plantearse de otra manera: ¿vivo de acuerdo a mi fe? ¿le respondo al Señor con mi conducta? ¿pueden decir los demás que soy discípulo de Jesús?

2.- SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARÉ MI IGLESIA

El texto que nos ocupa en la reflexión de hoy es un pasaje que significa un obstáculo para el tan anhelado ecumenismo que busca la unidad de todos los que creemos en Cristo. Para quienes consideran el primado como una piedra de tropiezo, argumentan que la roca sobre la que se cimienta la Iglesia de Jesús no es Pedro, sino la fe que acaba de proclamar; otros dicen que los Padres de la Iglesia, los primeros teólogos, no guardan consenso acerca del primado.

Los católicos no vemos mayor objeción cuando el mismo Catecismo de la Iglesia asegura que la Iglesia se funda en la fe, pero también que Pedro ha sido constituido como la roca de cimentación, recordando su papel vicario de Cristo, la piedra angular.

Resulta interesante que mientras en otras ocasiones se asigna cierta respuesta al común de los apóstoles, en esa situación precisa es Simón –por supuesto que a nombre de todos-, quien toma la palabra para proclamar la verdad más importante para el mundo: Jesús es el Hijo de Dios. La contestación del Señor avalan nuestras certezas cuando le llama “dichoso” a Simón por haber estado abierto al don del Padre, y con él somos bienaventurados los que creemos y vivimos con esta convicción. Por otra parte, más claro no puede ser Jesús al referirse a Simón: “te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. ¿Qué parte de “a ti”, no queremos entender? Además le llama Pedro, y no Simón que es su verdadero nombre, le dice Pedro que significa piedra.

En la mentalidad veterotestamentaria, el cambio de nombre contiene un nítido significado de consagración para una misión especial, así que concuerda perfectamente el nuevo nombre Simón, con la tarea que le asigna. Pedro será en adelante la piedra de unidad y comunión, entendiendo la roca fundacional como servicio y no como superioridad opresiva. En la roca visible de Pedro y sus sucesores que profesan, celebran y viven la fe en el Señor, se descubre la piedra angular que es Jesucristo, el Hijo del Dios vivo.

Lo que se ha levantado sobre Pedro no es la obra de los hombres, ni los proyectos de Simón, ni el club de amigos, es la Iglesia de Cristo, “mi Iglesia” dice el Señor. Por tanto, esta Iglesia edificada con piedras vivas que somos todos los bautizados, que ha resistido los embates de dos milenios y las embestidas de sin fin de enemigos, no es invento de un pobre pescador de Galilea, sino la obra de Jesucristo para continuar el plan de salvación.

Y como confirmación de estos argumentos, las llaves y el poder de atar y desatar no figura como entregados a la Iglesia en general, sino a Pedro. No era conveniente dejar la gracia y la custodia de la verdad al arbitrio de todos los que no dejamos de ser tentados por el mal en sus múltiples manifestaciones. Pedro no es el inquisidor, sino el que confirma en la verdadera fe que salva; no es la Iglesia, sino la cabeza de todo el rebaño; no es el constructor, sino la primera piedra que da solidez a todo el edificio.

No podemos cambiar al capricho de algunos, lo que no salió del ingenio nuestro, puesto que el primado de Pedro -primado de servicio, de caridad y de autoridad- nace y se funda en la voluntad divina de construir sobre la roca de Pedro toda la Iglesia. El primado de Pedro, queramos o no, seguirá siendo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión (cfr. LG 18), que no puede ser sometido, ni por nosotros mismos, al relativismo de nuestro tiempo que aborrece las verdades permanentes e inmutables y que no se adapten a sus nuevas estructuras posmodernas.

La lectura del profeta Isaías que escuchamos hoy, donde aparece una clara relación con los poderes de los que habla Jesús en el Evangelio: la llave del palacio de David, con la absoluta potestad de abrir y cerrar, guarda un fuerte contenido mesiánico, mismo que encarna Jesús en ese gesto de autoridad para delegar en Pedro como cabeza, no sólo sino como primero entre muchos, un poder y un derecho que le pertenecían a Él por antonomasia.

El mensaje aparece claro para nosotros si queremos mantenernos en la fe genuina: es la que profesa Pedro, es la que custodia la Iglesia encabezada por el Papa. No podemos sucumbir a la tentación de hacer nuestra “iglesia”, cuando el verdadero pastor es Jesucristo. Nuestra fe no está en Pedro, está en Jesús, pero bajo el resguardo y la certeza de que Pedro puede reconocer al Señor y conducirnos a la vida que Él nos ofrece.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Queridísimos hermanos y hermanas, la Palabra que el Señor nos dirige hoy en la pascua semanal, viene a tocar nuestra identidad convencida de cristianos y nuestro sentido de comunión eclesial.

Hemos de contestar con urgencia más de una pregunta. No podemos quedarnos mundos cuando son tantos los que hermanos separados que nos cuestionan sobre la persona de Jesús. Sólo la formación consciente y la profundización de la fe nos darán las palabras claras para atestiguar quién es el Señor. La catequesis no se debe reducir al adoctrinamiento de los niños ni a la preparación a los sacramentos; es un derecho y un deber de todo bautizado de conocer a Jesús y lo que esperamos, también con la cabeza a fin de dar razón de la fe; de otra manera no podremos reconocerlo y señalarlo como el Mesías, el Hijo de Dios.

La segunda pregunta se dirige a la propia experiencia, al testimonio personal de quién es para mí Jesús de Nazaret; es la interrogante que no resuelve con conceptos sino con el estilo de vivir; es la valoración de si nuestra fe es de manual o personal y viva. La última cuestión es a propósito de quién es Jesús para el mundo, para los demás, y hemos de aceptar nuestra responsabilidad al reconocer que la opinión de muchos será en base a aquello que tú y yo les hemos dicho y confirmado con nuestras palabras y obras. De este modo, el conocimiento de Jesús y nuestra experiencia de Él, tiene necesariamente un enfoque misionero y evangelizador.

Hoy, también hermanos y amigos, pidamos por el Papa, sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él, para que seamos cimientos firmes en el anuncio de la verdadera fe y en la vivencia del seguimiento de Cristo, la piedra angular, ciertos de que sólo en Él, nuestro trabajo y el esfuerzo con que edificamos su Reino, no se levanta sobre arena, sino sobre la Roca firme. Los criterios de nuestro tiempo y los reclamos de sectores inconformes pretenden orillarnos a la edificación de una iglesia que se acomode a sus intereses con la amenaza de quitar de en medio a Pedro o a cualquier otro.

No nos dejen fuera de la oración de la comunidad a quienes seremos juzgados del destino de un rebaño que no es nuestro, sino de Jesucristo. Y por otro lado, no se derrumbe su ánimo ni sucumba su fe, permanezcan al lado de Pedro que al final de cuentas los poderes del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia que el conduce; no se confundan con las llaves que otros presumen, que pueden abrir muchas puertas, mas no pueden abrir la puerta de las ovejas; no corran el riesgo de edificarse sobre arena cuando Dios ha querido cimentarnos sobre la piedra visible de Pedro y sus sucesores.

Dichosos ustedes si se mantienen firmes en la verdad que salva, viven con coherencia la fe que profesan y permanecen unidos a Pedro, garantía de la auténtica Iglesia de Cristo.

Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche