LOS RIESGOS DE LA LUDOPATÍA
Artículo escrito por Mons. José G. Martín Rábago, Arzobispo de León.
La multiplicación de casinos y casas de apuesta en muchas ciudades de nuestro país es una realidad preocupante. Los Obispos mexicanos hemos expresado nuestro punto de vista al respecto en varias ocasiones. Me parece oportuno invitar a la reflexión a todos los que están implicados en la instalación, funcionamiento y uso de estos centros.
Con frecuencia se alude a las bondades que genera el funcionamiento de la “industria” de las apuestas. Se dice que atraen inversiones, fortalecen el turismo y la creación de empleos y aceleran el crecimiento económico de los lugares donde se instalan.
Estas pretendidas bondades están condicionadas a la capacidad de ejercer un control estricto sobre el manejo de las finanzas y a la honestidad y eficacia de las instituciones gubernamentales y empresariales; pero la verdad es que en nuestro país el descrédito y la desconfianza en estas instituciones es muy grave y va en crecimiento.
Las alianzas entre políticos y empresarios se prestan a manejos fácilmente perneados por la corrupción y el abuso. No es sencillo que funcione con honestidad la vigilancia que debe cuidar el respeto a la ley de apuestas, tratándose de materia tan codiciable.
Se ha comprobado que en muchos lugares el funcionamiento de los casinos se presta al lavado de dinero, al narcotráfico y al comercio sexual.
La principal objeción que hemos señalado los Obispos es sobre todo de índole cultural y moral. El Catecismo de la Iglesia Católica dice que aunque “los juegos de azar no son en sí mismos contrarios a la justicia; no obstante, resultan moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o a las de los demás. La pasión por el juego corre el peligro de convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer trampas en los juegos constituye materia grave, a no ser que el daño infligido sea tan leve que quien lo padece no pueda razonablemente considerarlo significativo” (No. 2413).
La práctica del juego de apuestas se puede convertir en una verdadera adición, llamada “ludopatía” que esclaviza a las personas manteniéndolas largas horas encerradas en esos centros, descuidando la atención a los trabajos de sus responsabilidades y perjudicando la convivencia familiar. No son raros los casos de personas que arriesgan y pierden cantidades importantes y hasta el mismo patrimonio conseguido con grandes esfuerzos, causando graves daños a sí mismas y a quienes dependen de ellas.
Cuando se crea una adición a los juegos de azar se distorsiona el sentido de los bienes materiales que se obtienen con “el sudor de la frente”. Se favorece una cultura que habitúa a conseguir ganancias fáciles, con frecuencia ilusorias, de manera riesgosa y hasta injusta. “Se premia así al especulador sobre el inversionista, al apostador sobre el obrero y todos pierden en dignidad. Lo que necesitamos en México es la justa retribución del trabajador y un empleo digno de la persona, no juegos de azar” (Documento Episcopal – 9 de marzo de 1999).
La exhortación va dirigida a los que otorgan los permisos para la instalación de estos centros: no cedan a las presiones de quienes tienen ya gran poder económico y buscan acrecentar sus caudales causando graves daños a la sociedad. A los padres y madres de familia, los exhorto respetuosamente: no arriesguen lo que pertenece también a sus hijos, despilfarrándolo irresponsablemente; no dañen con conductas reprobables el ejemplo de laboriosidad y honestidad que los hijos necesitan para educarse en la superación con el esfuerzo y la eficacia en el trabajo.
Vivimos momentos difíciles en nuestro país; no echemos más leña en una hoguera que amenaza con incendiarnos a todos.