martes, 16 de agosto de 2011

LA SOLIDARIDAD CREA ESPERANZA

LA SOLIDARIDAD CREA ESPERANZA

Artículo escrito por Mons. Rogelio Cabrera López, Arzobispo de Tuxtla.

“Velen por los derechos de los demás,
practiquen la justicia, porque mi salvación está
por llegar y mi justicia a punto de manifestarse”
Is 56, 1ss.

Hemos reflexionado en otros momentos sobre la responsabilidad que tenemos todos de estar atentos de las necesidades de los demás, especialmente, de aquellos que están a nuestro alrededor.

Cuando se atiende, de manera solidaria, a los hermanos, se crea un ambiente de esperanza. Porque la soledad desaparece y la desesperación se ve disipada con la presencia comprometida de alguien. La indiferencia se convierte por tanto en una gran injusticia en orden al establecimiento de la solidaridad.

El Papa Benedicto en la Encíclica Spe Salvi, en los últimos números, nos ayuda a reflexionar sobre la esperanza, y cómo la justicia, actuada con espíritu solidario, es precisamente un espacio para aprender la esperanza. Sobre todo, nos pone de ejemplo a Jesús, quien siendo el Juez, actúa con justicia, se hace solidario con la debilidad del hombre y es capaz de comprendernos. Vale la pena retomar todo el párrafo: “Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde, y que a la vez salva, es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, «como a través del fuego». Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios. Así se entiende también con toda claridad la compenetración entre justicia y gracia: nuestro modo de vivir no es irrelevante, pero nuestra inmundicia no nos ensucia eternamente, al menos si permanecemos orientados hacia Cristo, hacia la verdad y el amor. A fin de cuentas, esta suciedad ha sido ya quemada en la Pasión de Cristo” (47).

Las personas somos vistas y tratadas con amor por Cristo. Su juicio sobre nosotros es siempre favorable por su misericordia. Su justicia está basada sólo en la misericordia: “En el momento del Juicio experimentamos y acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros. El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría. Está claro que no podemos calcular con las medidas cronométricas de este mundo la «duración» de este arder que transforma. El «momento» transformador de este encuentro está fuera del alcance del cronometraje terrenal. Es tiempo del corazón, tiempo del « paso » a la comunión con Dios en el Cuerpo de Cristo. El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros. La encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación «con temor y temblor» (Fil 2,12). No obstante, la gracia nos permite a todos esperar y encaminarnos llenos de confianza al encuentro con el Juez, que conocemos como nuestro «abogado», parakletos (47).

El juicio de Dios es presencia de comunión. Él, quiere que cada uno de nosotros, se acerque a su hermano, para atender sus necesidades; el reclamo de Dios puede ser al final cuando nos pregunte: ¿Dónde está tu hermano? Como le preguntó a Caín sobre Abel. (cfr. Gen 4, 8-10). No podremos justificarnos con la indiferencia y el egoísmo. Por esta razón, es conveniente crear esperanza, con la atención solidaria a las necesidades de nuestros hermanos, sobre todo de los más indefensos y marginados.