INOLVIDABLE TAZA DE CAFÉ
Artículo del  Pbro. Richard L. Clifford, Misionero de Maryknoll, sacerdote católico y colaborador de la Pastoral del Amor en la Arquidiócesis de Yucatán.
"Ven bendito de mi Padre.
Tuve hambre y me diste de comer.
Tuve sed y me diste de beber"
Mateo, 25, 35
"Muchas gracias, amigo. No creo que vuelva a verle pero le prometo que lo que hizo por mi lo haré por otro en la primera oportunidad".
Varios años atrás, hacia las 10 de la noche, me encontré en un pequeño restaurante junto al ferrocarril y a poca distancia de la Universidad donde estaba terminando mis estudios. De regreso al Instituto, entré a ese restaurante para servirme un sándwich y un poco de café. Todo lo recuerdo como si fuera ayer.
Pasados 5 ó 10 minutos entró un hombre alto y grueso. Con timidez se acercó al propietario y en voz baja, que sólo yo, por estar cerca, pude oír, le preguntó: "¿Tiene usted un poco de café que ya no sirva? Hace un día que no tomo nada y no tengo un centavo".
Seguramente el propietario había tenido bastantes casos parecidos y estaba como cansado de "estos tipos". En forma un poco cortante y brusca le dijo al hambriento que no estaba administrando un hogar de caridad.
Probablemente esta primera reacción del dueño debía ser seguida por una actitud más comprensiva y una ayuda. Pero no lo podía esperar. Sentía inquieta simpatía y compasión por ese pobre caballero. Levantándome le dije: "Hermano, aquí tienes, para que comas algo". ¡Jamás olvidaré la mirada en los ojos de ese hombre! Casi llorando agradeció y efusivamente prometió que ese gesto mío lo repetiría en la primera oportunidad.
Revivo este acontecimiento no para señalarme como hombre caritativo ni para resaltar mi actitud como algo "singular o excepcional". A diario innumerables personas ayudan a los demás, en circunstancias mucho más difíciles que ésta, con una admirable caridad cristiana. Pero el incidente me viene a la mente muchas veces, en especial cuando tengo la bendición de acompañar a los niños en nuestro comedor. ¡Qué gusto verlos felices y queridos en un ambiente donde siempre reina el amor y la alegría!
Entre las más de 75 obras de bien social en nuestra arquidiócesis, resalta el apostolado de las Madres Vicentinas, cuyas puertas del albergue están siempre abiertas para recibir a cualquier persona que se les acerque a ellas en busca de un momento de caridad cristiana, incluyendo alojamiento, comida y atención médica. Cada mañana que tengo la oportunidad de acompañar a las hermanas en la misa matinal siento verdadera paz y bien; ahí reina un ambiente de atención familiar y fraternal para los beneficiados, al sentirse éstos bienvenidos, como en su casa.
En la figura de aquel hombre en ese restaurante, a quien tuve la oportunidad de aliviar, felicito a todos aquellos quienes de una manera u otra, en necesidades y circunstancias variables y con sus propios reflejos de caridad y amor, alivian a cantidad de personas necesitadas.
En el Comedor de la misma Universidad donde estudiaba había un simpático cuadro con el siguiente mensaje:
"La comida que comparto con el otro,
alimenta mi propio querer.
Caminando juntos,
su necesidad es mi beber".