lunes, 18 de julio de 2011

HOMILÍA DEL OBISPO DE CAMPECHE: DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO


DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO
17 de Julio de 2011

INTRODUCCIÓN

Si de algo podemos estar seguros es que la Palabra de Dios no ha perdido en nada ni vigor ni verdad. Por eso sorprende toparnos este domingo con un Evangelio que disimula profundidad, que esconde actualidad. Jesús nos habla como ha venido haciéndolo, en parábolas, con este estilo singular que retoma las cosas ordinarias de la vida para aleccionar con enseñanzas extraordinarias que nos acercan a la vida eterna.

La página de hoy propone tres parábolas y una sola explicación, de aquella primera que seguro ha impresionado a sus oyentes y que le descubre al hombre el proceder de Dios. Precisamente esa acción de Dios que describe a su modo la primera lectura, del Libro de la Sabiduría: un Dios único que cuida de las cosas y de qué manera. Por encima de todo Él es poderoso y por eso mismo, es justo, no cabe en Él ni soborno ni chantaje. Ser Creador de todos le hace sentir misericordia y usa su fuerza con ternura y delicadeza, con el único fin de enseñar al hombre a ser humano y darle al pecador la oportunidad de arrepentirse.

San Pablo por su parte, en la carta que escribe a los Romanos, nos recuerda una verdad absoluta: Dios conoce profundamente los corazones. Este conocimiento de lo que el hombre es y tiene en su corazón, le ha llevado a descubrirnos en el Evangelio cómo crecen juntos, el trigo y la cizaña, y cómo es tan poco lo que Él pide para transformar el campo con una buena cosecha.

Nunca como hoy podemos contemplar la parcela del mundo, de nuestro país, de nuestra comunidad y más aún, de nuestro corazón, tan repleto de cizaña que se confunde con el trigo, que también está sembrado y crece.

En el corazón del hombre hay cizaña y su semilla ha contaminado el campo. En el corazón del hombre hay maldad y los noticieros no cesan de difundir sus consecuencias: hombres que matan a otros hombres, violencia originada por ambición y poder, corrupción comprada por unas cuantas monedas, muertes de tantas personas y sensibilidades que se apagan y se acostumbran; tantas cosas que llevan a pensar si acaso no se sembró precisamente cizaña y se olvidó de depositar el grano de trigo.

Tan poco espera el Señor de nosotros, que le basta que una semilla de trigo haya germinado en el corazón, que nuestra fe sea a la medida de una semilla de mostaza, que nuestra valentía sea un poco de levadura. La realidad que nos ha tocado vivir, necesariamente nos confronta y nos pregunta dónde estamos los bautizados, dónde las espigas de trigo, dónde el esfuerzo de producir un fruto diferente que transforme la situación. De poco sirve pedir para que termine la violencia y el mal en el mundo, si no estamos dispuestos a cortar desde la raíz la cizaña que hay en nuestra propia vida.

Pedimos tranquilidad mientras no conocemos la paz en nuestras conciencias. Si no sabemos pedir lo que nos conviene, dejemos al Espíritu de Dios que lo haga en lugar nuestro, con esos rezos que llegan al corazón de Dios y unamos a su oración en nosotros, el esfuerzo de rechazar las estructuras de pecado, de vivir coherentemente nuestra fe, de fermentar con nuestro testimonio una sociedad y una Iglesia mejor y de arrancar de tajo el mal en nuestra vida.

1.- TRABAJADORES DESESPERADOS DE UN AMO PACIENTE

La primera parábola de Jesús, en su afán de revelarnos el Reino, presenta una breve historia de ilusión al sembrar, de envidia al arrojar semilla mala, de impaciencia al contemplar la maldad y de misericordia al esperar el momento oportuno. En la escena aparecen así los personajes: un hombre que siembra en su campo semilla buena; mientras todos dormían viene el enemigo y sembró cizaña; cuando los trabajadores se dan cuenta que trigo y cizaña crecen juntos quieren deshacerse de ella; mandato del amo para aguardar el momento de la cosecha.

En la trama que reflexionaremos con calma más adelante, aparecen los trabajadores, aquellos que mientras dormían llegó el enemigo y sembró la semilla mala en el campo. Apenas distinguen que junto al trigo también hay cizaña, el reclamo de admiración al dueño no se hace esperar: acaso no era buena la semilla, de dónde vendría la cizaña. Parecen trabajadores molestos y angustiados por la siembra; parecen dispuestos a todo, llevados por la desesperación. Para esa obra del enemigo del dueño han encontrado una solución rápida y definitiva: arrancar la cizaña.

Pero, caray, ¡se parecen tanto al principio! Es tan difícil distinguir pronto el trigo de la cizaña, que incluso a ésta le han llamado algunos "falso trigo" y tan fácil confundir lo uno con lo otro. Por eso el amo pacientemente aconseja esperar. No aguarda ingenuamente como si esperara a que la cizaña sembrada se volviera de un momento a otro en trigo, no. Espera a que la situación sea clara, a que la planta de trigo espigue en granos y la planta de cizaña espigue esterilidad. Dios no es un dueño impaciente ni tiene prisa de separar la maleza del trigo, pues sabe que su semilla es buena y puede crecer hasta dar fruto.

Quizá le preocupa más equivocarse al cortar apresuradamente el trigo que por brotar débil o tardar en dar espiga se confunda con la maleza. Este es Dios, el que no juzga premeditadamente ni se deja arrastrar por la decepción, el que como dice la primera lectura, le da tiempo al pecador para que se arrepienta. En efecto, entre el momento de germinar y de espigar, existe el tiempo de la esperanza y del crecimiento. Dios, el dueño del campo, conoce de semillas y sabe respetar el ritmo de crecimiento de cada una. No se desespera porque es hora de cosechar y sigue el trigo sin dar espiga. Aguarda hasta el último momento, hasta que se deja ver con claridad si la planta que confundía era trigo o cizaña. Será más adelante cuando los segadores arranquen primero la cizaña, la aten en gavillas y la quemen y guarden en el granero del cielo, las espigas del trigo.

Los trabajadores no son como el dueño. Son antecesores de nuestros diligentes campesinos que no les gusta ver su siembra cubierta de maleza, y apenas se distingue recurren a los herbicidas o a escardillos o a desbrozadoras. Pero también son antecesores de muchos de nosotros, que nos parece más fácil juzgar que comprender, más fácil arrancar que cultivar con paciencia. Curiosamente, en la explicación de la parábola que da el mismo Jesús, no especifica quiénes son los trabajadores, como dejando posibilidad abierta a ver en ellos a quienes están al frente del campo, a quienes les compete cuidar la parcela y rendir buenos frutos, o bien, a quienes nos gana la impaciencia para con los hermanos. Porque más de alguna vez hemos hecho sin pensarlo dos veces, lo que sugerían estos ansiosos trabajadores; porque más de alguna vez hemos tomado la iniciativa de arrancar de otros la cizaña que le vemos; porque no hemos tenido la calma de aguardar a que sea Dios el que separe de cada corazón el grano de trigo y la espiga de cizaña.

Ojalá caigamos hoy en cuenta de que es muy probable que nos equivoquemos, es muy probable que al intentar cortar la cizaña del campo de alguien más, terminemos por cortar y mutilar también su trigo. Aprendamos de nuestro paciente Dueño, que no desespera, que nos da oportunidad para convertirnos, que respeta nuestro ritmo de crecimiento y de santificación, que no exige hoy lo que sabe podremos producir hasta mañana. Que temamos arrancar el trigo del hermano, en el soberbio intento de señalarle su cizaña, y nos dediquemos mejor a cultivar el campo de nuestro corazón y a mantenerlo limpio de maleza para que dé trigo bueno que merezca ser llevado al granero del cielo

2.- TRIGO Y CIZAÑA

El Señor Jesús, a los suyos, les ha hablado con palabras claras: el sembrador de buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo y los segadores son los ángeles. Volviendo a contar la historia en los términos precisos, hemos de decir que Jesucristo sembró en el mundo el Reino de Dios, que algunos recibieron como germen en su corazón; pero el diablo, el enemigo del hombre más que enemigo de Dios porque nadie puede ser digno rival, en el mismo mundo ha sembrado en el corazón de los hombres la cizaña.

Por lo tanto, bien y mal crecen juntos en el mundo, pero no para siempre. En el momento del juicio, todo quedará al descubierto, y los justos serán conducidos a la presencia de Dios y los malos serán arrojados lejos de Él, al lugar de la tristeza y la desesperación.

Hablando de la profundidad de las parábolas, hemos de darnos cuenta que no estamos ante una narración del campo, ni al relato de meras siembras y procesos de cultivo, estamos ante el perenne problema de la presencia del mal en el mundo que tanto agobia al hombre.

Son muchos los que amenazan con negar la existencia de Dios partiendo de que si su bondad fuera cierta, no se entiende el mal innegable que contemplamos. La dificultad es conciliar la existencia de un Dios como el que predicamos los cristianos, misericordioso, cercano, Padre amoroso, providente, bueno, con la existencia del mal que se traduce en envidias, ambición, violencia, corrupción, soberbia, rencores, muerte, hambre, discriminación, injusticias y puntos suspensivos.

La parábola del trigo y la cizaña es la clave para enfrentar con otros ojos y con otra motivación el mal en nuestros días. El libro del Génesis, desde sus primeras páginas, nos da testimonio de que el poder creador de Dios ha hecho todo colmado de bondad. La obra salida de Sus manos es toda ella hermosura y muy buena. el hombre puesto en el mundo gozaba de la gracia y la pureza con que Dios había hecho a esta creatura singular, moldeada a Su imagen y semejanza.

Pero el maligno no pudo soportar la predilección de Dios por el hombre y su inteligencia ensombrecida por el orgullo y la soberbia le llevó a apartarse de Dios y a convertirse en el enemigo del hombre, de modo que esta creatura inferior no alcanzara la alegría que le tenía preparada el Señor y por el contrario, con sus rebeldías, frustrara el plan de Dios. Así que el diablo se ha dedicado a sembrar su propia semilla, a esparcir la cizaña en el mundo grande y en el mundo pequeño del corazón del hombre. Y entonces, ya está la respuesta. El ser humano ha consentido que en su corazón crezcan juntos la bondad y la maldad; se entabla una batalla entre el deseo de la gracia y la seducción del pecado. Y de esto no podemos culpar por entero a Dios. Su semilla es buena, como es Él.

El hombre, con el gran poder de su libertad, puede decidir si cultivar en su corazón el trigo o la cizaña, y a veces le suena tan tedioso y aburrido eso de cultivar trigo, que termina por dejar la maleza y olvidar el grano, termina por dedicarse a la cizaña sin prever sus estragos. Con la maldad sucede lo mismo que con la oscuridad, son cosas que no se crean. La oscuridad solamente es ausencia de luz, porque la luz es algo real, algo que se puede producir, se puede medir, se puede manejar; la oscuridad es la triste consecuencia de no admitir la luz que la disipe. Del mismo modo, la maldad no es sino ausencia de bondad, de rechazo a Dios, de adversidad al prójimo, de egoísmo excesivo y de complacencia en sí mismo. Sólo la bondad es algo real que se puede disfrutar, que se puede medir, que se puede conquistar.

No se trata de descargar la culpa en el hombre, se trata de admitir responsabilidades y dejar de culpar a Dios por las tragedias del mundo que vivimos. Dios no va a suplantar al hombre ni su compromiso que tiene con la sociedad. Y al fin de cuentas, la culpa sí es del hombre, porque Dios no ha dejado de ser, ni por un instante, el Dios que conduce a su pueblo, que lo educa y le enseña al justo, "que deber ser humano" y lo ha llenado como a hijos de una dulce esperanza. Ser humano no es una especie, es una meta, que el hombre no ha entendido. Así pues, el hombre debe aprender a ser más humano con los demás, aprender de Dios y practicar Su justicia, a vivir en la esperanza que lucha porque todo sea mejor, que se empeña en desterrar de sí mismo la cizaña y cultivar trigo para los hermanos.

Y entonces, ¿de dónde viene esta cizaña, estos ríos de sangre que corren por las calles, estos atropellos contra los más desvalidos, esta corrupción que beneficia a pocos pisoteando a muchos, esta violencia que mata a inocentes y este narcotráfico protegido por tanto silencio? ¿de dónde pues surgió nuestro México tan criticado por todo el mundo y tenido como zona de muerte, de abusos, como pueblo sin ley? ¿de dónde brotó nuestra comunidad y nuestra familia donde se critican unos a otros, donde se dividen y enfrentan por una moneda, donde se forman bandos y se entabla la guerra sucia entre hermanos?

Si la semilla de Dios es buena, quizá debiéramos considerar la posibilidad que este mundo que nos asusta y nos avergüenza nació de ti y de mí, que le hemos dejado crecer en el terreno de nuestro corazón y no hemos cerrado la puerta al enemigo; nos hemos dormido y el mal ha contaminado la siembra. Volvamos a Dios, a Él que distingue con claridad la cizaña del trigo y que sea Él quien limpie la maleza que ha crecido en nuestra vida para que venza el bien, para que el campo sea mejor, para que la cosecha sea buena y abundante.

A MODO DE CONCLUSION

Un granero grande se ha abierto en el cielo porque Dios guarda la esperanza de que la cosecha sea mucha. No ha de importarnos el día de la siega, sino de aprovechar el tiempo del crecimiento y de la espiga. No ganamos nada y por el contrario, perdemos el tiempo y las fuerzas repartiendo culpas y analizando entre trigos y cizañas. Cada uno puede contemplar con sinceridad el campo de su corazón y admitir que hay lucha entre hacer las cosas buenas y rechazar las malas.

Y en medio de este drama, no olvidemos que el Señor Dios es un amo paciente, aguarda nuestra conversión, nos da su gracia para que espiguemos trigo sabroso, respeta nuestro proceso y nos ayuda a vencer abrojos, plaga y maleza. Al final de cada parábola, nos queda un sabor de esperanza, de alegría, de ánimo para luchar por nuestra santificación y por transformar la realidad que nos ha tocado vivir.

Cuidémonos de no convertirnos para los demás en trabajadores desesperados y crueles que exigen lo que no dan y que se vuelven jueces de sus hermanos. Dejemos que la palabra de este domingo, como pequeña semilla sembrada en el pensamiento y en el corazón, como levadura espolvoreada en nuestra vida, crezca y se convierta en arbusto fuerte, fermente nuestra masa endurecida y que todos podamos estar atentos a que el enemigo no deje su simiente malvada ni crezca más su cizaña en nuestra vida. Termino como termina el trozo de Evangelio de hoy: El justo, y sólo el justo, brillará como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos para oír, que oiga.

Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche