sábado, 30 de julio de 2011

¡PALABRAS DE VIDA ETERNA!

¡PALABRAS DE VIDA ETERNA!

Homilía de Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México, con motivo de la Consagración Episcopal de Mons. Crispín Ojeda Márquez, Obispo Auxiliar de México, el jueves 28 de Julio de 2011.

Saludo con gusto y particular afecto al Eminentísimo Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de esta iglesia particular de México, a los Excelentísimos señores obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, a los familiares y amigos de Monseñor Crispín y a todos los presentes reunidos a los pies de la Morenita del Tepeyac para acompañar a nuestro hermano en este día en que, por la imposición de las manos, recibirá la plenitud del sacerdocio.

"Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”

Son palabras de Jesús dirigidas al Apóstol San Pedro, pero que hoy resuenan en esta Basílica dirigiéndose a Mons. Crispín: “Me amas más que estos? Más que estos, más que los demás, más que los mismos discípulos. Así lo había anticipado Jesús cuando, dirigiéndose a los doce, les advirtió: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10,37).

Palabras – ¡palabras de vida eterna! -, que revelan el grado de intimidad que Jesús reclama del Pastor y que se manifiestan como condición indispensable para que coherente y verdaderamente el obispo asuma en plenitud, el proyecto de Jesús a favor de los hombres, sus ovejas.

Efectivamente, Jesús viene a tu encuentro. Él te ha elegido y lo hace invitándote a apacentar cada día a sus ovejas, pero no a partir simplemente de lo que tú eres, sino a partir de tu configuración con Él, estando con Él; condición indispensable para que tú, seas Él mismo entre los hombres y mujeres de nuestro mundo y de nuestro tiempo. Y por ello, una y otra vez te pregunta: Crispín “¿me amas más que estos?” En verdad ¡qué pregunta tan comprometedora!

Y la respuesta hay que darla. La llamada está hecha y la respuesta no puede retardarse, hay que darla, más que con los labios, con la vida misma del hoy y de cada día. Hay que darla con convicción y valentía, porque sólo entonces el Señor podrá confirmar sobre ti la más importante de las tareas: “apacienta mis corderos; apacienta mis ovejas”.

Es esta la vocación y la tarea del Obispo, llamado a hacerse, a hacer y a ser, en la plenitud del sacerdocio y como sucesor de los apóstoles, “otro Cristo”: el Buen Pastor que conoce a sus ovejas, que por ellas da la vida y a ellas ofrece la vida eterna; Aquel que es Uno con el Padre; único Buen Pastor y único Salvador, que por nuestra salvación, y “para destruir la muerte y manifestar la resurrección, extendió sus brazos en la cruz”, estableciendo entre Él y su grey una alianza, que a partir de ese momento, será indisoluble.

El diálogo evangélico de Jesús con Pedro que hemos escuchado, no es un diálogo romántico, sino compromiso de Jesús con su Iglesia y con sus ovejas. Diálogo que el Obispo, llamado a identificarse con Cristo y como sucesor de los apóstoles debe asumir sin reservas, desde la fidelidad y como empeño de vida para ser con Jesús y como Jesús, Buen Pastor que guía a su grey a prados de hierba fresca, se prodiga por ella, la protege de los peligros y del enemigo y la sirve, hasta el sacrificio de su propia vida.

Esta es la tarea, no otra, que el Señor Jesús confía a los apóstoles y a sus sucesores. Es esta la tarea que estás llamado a realizar tú, hermano Crispín, elegido y llamado a ser, en plenitud, “sacerdote para siempre”.

Es cierto, no es una tarea fácil ni tranquila. Requiere de grande humildad, de probada fidelidad y perseverancia, de sacrificio, renuncia y valentía y, sobre todo, del amor total. Para Dios nada es imposible, y en Él tenemos y ponemos la propia existencia, porque, como a Jeremías, es Él quien dice: “tú irás adonde yo te envíe
y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte”.

Y, entonces, sé en medio de este mundo tenso, contradictorio y vacilante maestro de fe, de esperanza y de caridad. Enseña con tus palabras, pero sobre todo con el ejemplo de tu vida, para que las ovejas que el Señor te encomienda, escuchen efectivamente tu voz y mirando en ti al Buen Pastor, te sigan. Ellas sabrán escucharte y reconocerán tu voz de Pastor cada vez que logren ver tu docilidad al Espíritu Santo, cada vez que miren sentir vibrante tu fe, cada vez que logren ver que efectivamente tú crees y vives aquello que predicas. Te escucharán y te seguirán cuando palpen en ti el secreto de tus convicciones como pastor y maestro; cuando queden admirados de tu cercanía con Jesús como discípulo y amigo suyo, que no antepone ninguna sabiduría humana a la fuente de la sabiduría que es el mismo Señor.

En un tiempo de angustias y de esperanzas como el nuestro, se te confía a tí, Mons. Crispín, la misión de santificar a los hombres y mujeres ofreciéndoles la reconciliación y el Pan de vida, invitándolos a ofrecer, con Cristo, por Él y en Él, su vida y su trabajo por el bien integral de todos. Tú les brindarás la palabra y los sacramentos para que sean santos y alcancen la verdadera y gloriosa libertad de los hijos de Dios. Por la imposición de las manos recibirás la plenitud del sacerdocio y podrás también administrar el sacramento del orden para que, por él, se siga llevando a cabo la voluntad del Padre de darnos la vida nueva en Cristo, a través de nuevos ministros.

Tú, en comunión afectiva y efectiva con el Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de esta iglesia particular y con todos los Pastores de la Iglesia en México y en el mundo, particularmente con el Santo Padre, como sucesor de los apóstoles apacentarás un gran pueblo llamado a ofrecer su gran contribución a esta sociedad siendo “sal de la tierra y luz del mundo”.

Los hombres y mujeres de nuestro tiempo insertos en un mundo materialista, necesitan que tu ministerio episcopal esté lleno de esperanza. Muchas veces tu palabra de obispo parecerá no tener resonancia, parecerá que estas predicando en el vacío; y sin embargo es ahí, en el aquí y en el ahora, donde tienes que mostrar la esperanza que nos mueve también hacia la vida futura.

Tu oficio como Obispo Auxiliar es un encargo gratificante, pero es también exigente. Porque para ejercerlo fiel y coherentemente deberás saber apoyarte en la verdad fundamental que te permite recibir serenamente tan grave encargo: que Dios es el Señor de la Vida y de la Historia; que es Él quien conduce a su pueblo como su verdadero y único pastor, y que a ti corresponde admirar y sostener la conducción de Dios, esforzándote por entender lo mejor posible su plan de amor y colaborando con Él, sirviendo a cada hermano, especialmente a los que viven sin esperanza, y sirviendo sin reserva a Dios, el Señor.

Graba en tu mente y en tu corazón y pon ante tus ojos, querido hermano, el llamado que hoy te hace el Señor. El Obispo puede estar como cabeza de una diócesis o puede ser coadjutor o auxiliar, puede trabajar en un sector determinado o estar al servicio del Obispo de Roma, puede estar en servicio o ser emérito, pero siempre y en todas partes, como sucesor de los Apóstoles, llamado a ser “testigo de los sufrimientos de Cristo y copartícipe de la gloria que va a ser revelada. Apacienten el Rebaño de Dios, que les ha sido confiado; velen por él, no forzada, sino espontáneamente, como lo quiere Dios; no por un interés mezquino, sino con abnegación; no pretendiendo dominar a los que les han sido encomendados, sino siendo de corazón ejemplo para el Rebaño. Y cuando llegue el Jefe de los pastores, recibirán la corona imperecedera de gloria”.

Como Buen Pastor, querido hermano, ejerce siempre con amor tu paternidad de obispo con todos los fieles, pero, de manera especial, se verdadero padre y amigo para los sacerdotes, primeros e insustituibles colaboradores en el ministerio episcopal. Mantente cerca de ellos, sin nunca olvidar que tú mismo fuiste segregado del presbiterio, no para alejarte de él, sino para acoger a tus hermanos en la caridad y convocarlos en la unidad.

No escatimes esfuerzos para poner en práctica las iniciativas que ayuden, a cada uno, a crecer en su entrega a Cristo y en su fidelidad a su vocación y ministerio sacerdotal, y procura, en comunión con el Pastor de esta Arquidiócesis, promover una auténtica fraternidad y ayuda mutua sacerdotal.

Queridos hermanos: pidamos por nuestro nuevo Obispo, para que acogiendo plenamente en su corazón y en su espíritu la gracia del Señor, sea fiel a las promesas que este día hará a Dios y a la Iglesia, para que persevere en el cumplimiento del ministerio que se le confía, para que con valentía conserve puro e íntegro el depósito de la fe, arraigado en la comunión eclesial juntamente con todo el orden episcopal.

Junto con los apóstoles, como en el Cenáculo, hoy también la Virgen Santísima, Nuestra Señora de Guadalupe nos acompaña implorando con nosotros y para nosotros el Espíritu Santo que descenderá sobre ti. Disponte, pues, hermano; prepara tu alma y tu ser, abre tu mente y tu corazón al Espíritu que viene y acógelo en plenitud. Él, así, sabrá inspirarte para hacer tuyo el fiat de María, para que tú, al igual que Ella, estés siempre dispuesto a escuchar y a vivir con entusiasmo, sencillez y radicalidad la Palabra de Dios, y a ser discípulo y pastor fiel al único Maestro, en la valentía de la fe, en la confianza ilimitada y en la ardiente caridad.