lunes, 25 de julio de 2011

HOMILÍA DEL OBISPO DE CAMPECHE: DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO


DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
24 de Julio de 2011

INTRODUCCIÓN

Los grandes esfuerzos, las grandes luchas no están libres de desalientos y cansancios. Y sucede que en nuestra vida de fe, que en tiempos como los nuestros se torna un verdadero esfuerzo y una noble lucha, también se encuentran ciertos desánimos y dudas: ¿valdrá la pena ahora ser cristiano? Ante tantas propuestas religiosas y tantos ataques a la Iglesia, ¿estaremos en el camino correcto?

La Palabra de Dios, palabra viviente que da vida, se dirige a nosotros cada vez para sostenernos en la esperanza y para responder también a estas cuestiones concretas que nos asaltan por momentos. El capítulo 13 del Evangelio de San Mateo llega este domingo a su fin; es un extenso discurso repleto de parábolas para manifestar el Reino, con esas imágenes que a los pobres y sencillos les son familiares. Hoy aparecen tres parábolas y dos de ellas nos hablan del valor del Reino. Si el domingo anterior contemplábamos cómo el Reino crece y surte efecto de manera sutil y escondida, ahora podemos aprender lo que nos toca a nosotros para acercarnos al Reino e instaurarlo en nuestra vida y comunidad.

Al fin de cuentas, esto es vivir con sabiduría, con aquel conocimiento de la vida que impide que las dudas del presente nos arrebaten las certezas del futuro; con la ciencia de los años que nos confirma que las dificultades de ciertos momentos no podrán nunca frustrar las esperanzas más grandes; con la conciencia de que las obras del hombre no podrán acabar con los planes salvíficos de Dios. Distinguir las cosas valiosas de las que no lo son, saber luchar por obrar siempre el bien, procurar la paz en la conciencia y vivir con coherencia la fe, recuperar la seguridad de que el deseo de Dios sobre nosotros es la salvación y la felicidad, devolverle a Él su lugar en nuestro corazón y en nuestra sociedad, todo eso es sabiduría, la misma con que fue adornado el Rey Salomón.

En la lectura del primer libro de los Reyes, escuchamos la oración de Salomón al inicio de su reinado. Mientras la mayoría de los humanos pelea por poder, por riqueza, por fama y placer, el heredero del Rey David sólo atina a pedir a Dios el don de la sabiduría, por una razón concreta dicha así: Soy tu siervo y me encuentro perdido en medio de este pueblo tuyo tan numeroso, que es imposible contarlo. Por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal.

Hermosísima oración, ésta del Rey Salomón, que nos enseña cosas esenciales para la vida: humildad para reconocer que todo, incluso lo que tenemos o está a nuestro servicio, es de Dios; deseo de la sabiduría del corazón que instruye en la justicia y en las cosas valiosas; y discernimiento para saber optar siempre por el bien y rechazar el mal.

Vivir con sabiduría es la fortaleza que necesitamos para buscar el Reino por encima de cualquier otra cosa, por encima de cualquier dificultad y desaliento. Vivir con sabiduría es saber que estamos llamados por Dios a participar de su misma vida y gozar de la felicidad que no se agota; es estar conscientes, como dice san Pablo a los Romanos, que estamos predestinados a reproducir en nosotros la imagen del Hijo; a quienes predestina – y no predetermina puesto que no nos quita la libertad ni la responsabilidad de decidirnos por Él-, los glorifica. Vivir con sabiduría, es pues, vivir para Dios y vender todo para conquistar el tesoro y la perla, para conseguir el Reino.

1.- EL TESORO Y LA PERLA ENCONTRADOS

Las dos primeras parábolas del Evangelio de hoy guardan mucha similitud entre sí, a saber: alguien encuentra algo valioso, vende lo que tiene y consigue lo que le parece apreciable. La primera narra el descubrimiento de un tesoro y la segunda de una perla de mucho valor.

Ahora Jesús se refiere a estas imágenes para comparar el Reino, o quizá, para describir la actitud de los ciudadanos de ese Reino que Él anuncia. El Reino se parece a un tesoro escondido en un campo; se trata sin duda de algo que es valioso, apreciado y deseable, sin embargo está escondido. Jesús vuelve a hacer referencia a la nota del Reino que es la discreción, como la semilla de mostaza o la levadura que hacen lo suyo en lo secreto, así como el tesoro, el Reino también está oculto y se encuentra en el campo del mundo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y aunque pareciera un acto egoísta, también es de alabar el celo y el cuidado que conlleva volverlo a ocultar, no sea que alguien más lo robe, lo malgaste o no lo valore.

Si atendemos a los verbos que aparecen en el relato, podremos aprender también sobre la acción que espera el Señor de nuestra parte. Lo primero es encontrar el tesoro y sólo encuentra algo el que busca algo, si bien también sucede de repente y sin premeditación. Pero es precisamente eso lo que abre la oportunidad a que todos podamos encontrar el tesoro, a que encontremos el Reino los que lo buscamos desde dentro de la Iglesia pero también los que están afuera y pretenden vivir sin Dios. Pero eso sí, encontrarlo es la única e indispensable exigencia para apasionarse por el Reino y por Jesús, y en otras palabras, para ser verdaderamente su discípulo y testigo, herederos del reino de nuestro Padre celestial. Luego lo esconde, por decir lo cuida, se asegura de que nadie se lo arrebate y lo pierda para siempre.

Aceptar el Reino y sus consecuencias en nuestra vida significa vivir en la justicia, la paz, la rectitud, la tranquilidad de conciencia, la caridad, el servicio, y es precisamente eso lo que hay que cuidar, que ninguna distracción nos quite el tesoro del Reino en nosotros. Por último va y vende sus posesiones para comprar aquel campo. Recordamos que Jesús no se limita a desprendernos de cosas materiales o bienes conseguidos con trabajo, se refiere más bien a vender todo aquello que tenemos como valioso e importante en nuestra vida, pero significa un obstáculo para comprar el campo donde se halla el tesoro. Vender todo es poner en su justo lugar a las cosas y las personas de modo que nada se anteponga a nuestra salvación y al reinado de Dios en nuestra vida. Vender todo implica necesariamente renunciar a nuestras actitudes contrarias al Reino, como los odios y las ambiciones que se intercalan y penetran en nuestros corazones. Es preciso pues, vender todo para comprar el campo que esconde el tesoro, no para quedarnos sin nada, sino para obtener algo más valioso e infinitamente más grande que la miseria de nuestras pertenencias.

Lo mismo sucede con el comerciante de perlas finas, en la segunda parábola, que alcanza a distinguir una que vale más que todas las otras, incluso más que los bienes que ya posee. La reacción es igual, desprenderse de todo con tal de adquirir la que sabe es más apreciada.

Así, podemos entender con claridad que el Reino tiene un valor que supera lo que hasta hoy es para nosotros valioso e importante, también comprendemos que a nosotros nos toca reaccionar de la manera que se ilustra en las parábolas, que el Señor espera que distingamos lo mejor y lo de más valía, no sólo en el absorbente presente, sino sobre todo para el innegable futuro que se acerca cada día. Y por último, nos queda claro que no se trata de despojarnos de todo para descubrir el tesoro o la perla, es un camino ascético que no es del todo exacto en la interpretación de estas parábolas, sino que el sendero aparece al inverso, respondiendo más a la lógica del hombre que necesita motivación para la acción, puesto que sólo descubriendo el costo del tesoro y de la perla que se encuentran, se estará dispuesto a vender todo con tal de hacer propio el Reino.

Pensemos si hemos encontrado ya el tesoro y distinguido la perla de más valor; si nos apasiona la búsqueda o estamos conformes con lo que ya tenemos, llenos de cosas que sirven en este mundo pero son inútiles para el otro; si hemos completado el precio del campo o si aún nos falta porque no queremos vender todo lo que tenemos, empeñados en conservar ciertas cosas para nosotros. Seamos pues ciudadanos del Reino, comprando el campo que oculta el tesoro, la perla que vale más, renunciando a las falsas riquezas que valen nada en comparación a lo encontrado.

2.- DUEÑOS DEL TERRENO Y VENDEDORES DE PERLAS

Enfocados en los protagonistas de las parábolas, expectantes por lo que hacen o dejan de hacer, a veces pasamos por alto a ciertos personajes que no se nombran ni aparecen expresamente, pero que sin duda intervienen en el resultado de la historia. Me refiero a aquel hombre, dueño del campo donde está oculto el tesoro, y a aquel vendedor de perlas, que se supone debería ser un experto conocedor.

Ambos personajes, pensándolo bien, cometen un error gravísimo porque están perdiendo o mejor dicho, vendiendo, algo que les haría inmensamente ricos. El dueño del campo, sin darse cuenta, acepta la oferta de aquel que ha descubierto un tesoro escondido que supera con mucho el precio del campo. Es casi imposible no tener por torpe al dueño de terreno puesto que ha malbaratado un terreno enriquecido por el tesoro oculto. Y qué decir del vendedor de perlas que quizá cegado por la cantidad que puede obtener por aquella perla precisa, no se da cuenta que su costo es inestimablemente mayor. ¡Vaya sorpresa luego de darse cuenta del error que cometieron!

Pero la reflexión no versa en ridiculizar al dueño del campo y al vendedor de perlas, intento más bien proponer un punto que nos cuestione y nos anime a hacer lo mejor, porque no puedo dejar de pesar que de alguna manera y en algunos momentos, también nosotros somos así de torpes, así de ciegos que cambiamos lo más por lo menos, el tesoro por unos pesos, la perla por unos billetes. Somos ese dueño y ese vendedor que no han sabido descubrir las riquezas y el significado profundo del Reino escondido en nuestra vida, o en la perla tan parecida a las demás. Quién sabe si incluso hemos puesto un bonito letrero de “se vende”, en nuestro campo o en la perla preciosa.

Cuando renunciamos a vivir los valores del Reino, cuando nos volvemos mezquinos y ambiciosos y buscamos llenarnos de las cosas placenteras que el mundo nos propone, cuando desfiguramos en nosotros nuestra condición de hijos de Dios, cuando cedemos a la tentación de vivir sin Dios y lejos de sus mandatos, cuando tenemos en más estima nuestros resentimientos, odios, envidias, soberbias, que lo que Jesús nos ha enseñado, tenemos que decirlo con todas sus letras, estamos vendiendo un campo con un tesoro escondido, una perla de invaluable precio.

El ambiente religioso y la vida de la Iglesia en las grandes ciudades, y poco a poco en nuestros pueblos y comunidades, se ven mermados por una tendenciosa e insana concepción del hombre y de su libertad promovida por intereses ajenos al bien de todos y en respeto a la dignidad de la persona; la inversión de la escala de valores en nuestros días han vuelto tesoro lo que es un baúl de estiércol y en perla lo que son burdas rocas y caímos en el engaño; Dios y la religión con sus exigencias, han pasado de moda y significan una carga que cada vez menos personas quieren cargar; esta triste situación me lleva a pensar en los secretos personajes del Evangelio que venden el campo y la perla.

Qué congoja admitir que muchos que se dicen discípulos de Cristo ponen en venta su campo por cosas de tan poco valor, qué lástima que muchos dentro de la Iglesia se han cansado de buscar el tesoro y han olvidado cómo distinguir una perla de otra de piratería, qué tristeza pensar que tú y yo podemos volvernos por instantes en estos necios comerciantes que pierden lo valioso por lo despreciable. Muchos se han vuelto astutos en los negocios de este mundo, pero tan torpes en lo conveniente para la salvación.

3.- SOBRE EL FINAL DE LOS TIEMPOS

Emparentada con la parábola del trigo y la cizaña, aparece hoy la parábola sobre la pesca. Trigo y cizaña crecen juntos, peces buenos y malos entran en la misma red por el mar, pero el final es el mismo, de modo que en el día del juicio, serán separados los buenos de los malos para que cada quién reciba su recompensa.

La Palabra de Dios, lejos de buscar sembrar terror y angustia ante la inminencia del fin de los tiempos, que últimamente se ha puesto en moda por las famosas profecías mayas y por la incansable labor de fanáticos y obsesionados con el fin del mundo, el Señor quiere ayudarnos a vivir un presente que es ocasión de conversión y salvación. De nada sirve vivir asustados por el futuro, sin atender y aprovechar el presente para hacer lo que tenemos que hacer.

El buen Pescador que es Dios, aguarda hoy con la red en el mar, no se apresura por llevarla afuera sino que espera a que esté colmada, pero al final se sentará en la playa pacientemente para juzgar en el amor, con justicia y misericordia, a los peces que vamos en la malla.

Una vez más el Señor espera no nuestro miedo, sino nuestra conversión; ni nuestra condenación, sino nuestra salvación eterna, ¿por qué entonces hemos de vivir preocupados por el fin? ¿no convendrá mejor aprovechar el presente? ¿servirá de algo atender a los repetidos y fallidos anuncios del fin del mundo sin aprovechar el presente en hacer de nuestra vida algo agradable a Dios y benéfico a los hermanos?

A MODO DE CONCLUSION

Con figuras tan comunes, Dios nos ha revelado cosas nuevas, y todo del tesoro de su gracia y benevolencia. Aprendamos a sacar también del corazón cosas antiguas y olvidadas que urge recordar y proponer, así como cosas nuevas que hacen más agradable el camino del discipulado y arrojan más luz en el camino de la fe.

Si está en nuestras manos, apliquemos nuestras fuerzas en buscar y descubrir en nuestro campo el tesoro que Dios ha escondido para que lo estimemos por encima de todo y de todo seamos capaces con tal de hacerlo nuestro; que nos imploremos y recibamos la sabiduría del corazón para que sepamos distinguir las perlas preciosas de aquellas otras perlas de fantasía que poco valen; quitemos del campo de nuestro corazón el letrero de venta para que no nos atrevamos a cambiar la eternidad por unos cuantos placeres fugaces, para que valuemos los tesoros del Reino en su justa medida, para que no rehuyamos las pequeñas renuncias y sacrificios, lo pequeños desapegos exigidos, a fin de ajustar el precio del campo donde está el tesoro; y por último, que vivamos preocupados para que el hoy de este día que el Señor nos concede, sea un momento de salvación, de disponernos a la gracia, de volvernos agradables a los ojos de Dios, para que podamos esperar con serenidad y confianza el tiempo en que el Señor llevará consigo a los que le aman.

Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche