lunes, 18 de julio de 2011

UNA MAGIA AMOROSA


UNA MAGIA AMOROSA

Artículo del  Pbro. Richard L. Clifford, Misionero de Maryknoll, sacerdote católico y colaborador de la Pastoral del Amor en la Arquidiócesis de Yucatán.

"Lo más importante es que me voy con amor al cine, a los foros cinematográficos y al más maravilloso grupo de amigos que cualquiera pudiera desear", afirmó Daniel Radcliffe, conocido universalmente como Harry Potter, personaje con que, a la edad de 12 años -el 2 de noviembre de 2001-, se convirtió en la estrella principal de los siete libros sobre la magia escritos por J.K. Rowling.

Rowling no imaginaba el interés y la fama que tendrían estas obras, dirigidas principalmente a los niños. Las siete entregas de la saga han vendido 400 millones de ejemplares en 65 idiomas, convirtiéndose en la más creativa franquicia de todos los tiempos. Y los relatos han tenido efectos colaterales, como hacer que los pequeños se interesen mucho por la lectura.

Cuando se presentó en Londres la última entrega, "Harry Potter y las reliquias de la muerte II", miles de fans se dieron cita en la capital británica y pasaron días bajo la lluvia esperando a que apareciera Rowling sólo para darle las gracias. Emocionada y entre lágrimas dijo: "De acuerdo, pues escribiré otro".

Al poco tiempo de aparecer el primer volumen de Harry Potter, yo visitaba a una familia donde niños y jóvenes comenzaron a relatarme cosas interesantes de aquel mundo mágico; como dijo un periodista: "Harry Potter llegó a ser un personaje muy importante para mucha gente del mundo".

A través de mi ministerio tengo la inestimable bendición de ver, sentir, absorber y apreciar toda clase de experiencias mágicas y maravillosas, hermosos momentos que comparto con el ser humano, particularmente con los niños, maravillado por sus bellísimas cualidades humanas y espirituales.

Entre toda esa gente nadie es tan interesante, cautivante, espontáneo, abierto, libre, auténtico y cariñoso como un niño. Hay profundidad en su sencillez, sabiduría en su inocencia, elocuencia en su silencio, grandeza en su pequeñez, riqueza en su pobreza. Con mucha razón Jesús abrazaba tiernamente a los niños: "Dejad que los niños vengan a mi, porque de ellos es el reino de los cielos"(Lucas 18, 16).

Ciertamente Cristo continúa abrazando a todos los niños del mundo; pero si se puede hablar de medidas en ese infinito amor, entonces el amor de Cristo es aún más grande, más tierno hacia aquellos párvulos que sufren abandono o son víctimas de abuso, carentes de casa o comida, enfermos, confundidos o aterrorizados.

Numerosos son los niños que han entrado a mi vida enriqueciéndola. Infinitas son las vivencias que podría yo recordar y contar hoy. Sin embargo, quiero limitarme a la siguiente anécdota que demuestra la profundidad del amor de un niño por los demás, un amor que sabe olvidar sus gustos o necesidades.

Lupita es una de los 50 niños a quienes ofrecemos almuerzos en el Centro Social de la Parroquia de San Sebastián. Ella aprovecha con gusto la oportunidad de alimentarse bien, después de una mañana de duros estudios. Un día Lupita comía con cierta lentitud y terminó guardando 2 ó 3 tacos. Cuando se le preguntó por qué lo hacía, con cierta timidez, como si hubiera sido descubierta in fraganti en un crimen, explicó: "Perdóname si estoy haciendo algo malo. Cuando me acerqué al local vi a una señora pobre en la calle, que parecía tener hambre. Con el permiso de ustedes, le llevaré estos tacos".

¡Qué amorosa magia de aquella pequeña que convirtió un almuerzo en dos!