viernes, 3 de junio de 2011

HOMILÍA DEL OBISPO DE ORIZABA

LOS DISCÍPULOS
SE ALEGRARON DE VER A JESÚS

Homilía de Mons. Marcelino Hernández Rodríguez, Obispo de OrizAba, al iniciar el tercer día de actividades de la XCI Asamblea Plenaria de la CEM, hoy jueves 2 de Junio de 2011.

Muy queridos Señores Cardenales, Señor Nuncio, Señores Arzobispos y Obispos, hermanos sacerdotes y diáconos, hermanos seminaristas, hermanas religiosas, hermanos laicos muy comprometidos:

El servicio a Dios y a nuestros hermanos se hace con alegría.

La tristeza se da cuando no está el Señor, cuando dejamos de verlo; y Él lo sabe, por eso casi no nos deja, casi no se nos esconde, porque sabe que nos ponemos tristes.

San Pablo regresa de Atenas, donde no es tan bien recibido, pero nada se le dificulta o lo detiene para vivir su Misión: tiene que trabajar para comer; y lo hace con Aquila, que tiene su mismo oficio: hacer lonas.

Predica y discute los sábados en la sinagoga, tal vez con algo de dificultad; pero cuando vienen Silas y Timoteo, toma todo el entusiasmo e incansablemente predica a Jesús.

Los judíos no aceptan a Jesús, Pablo se va a los paganos. No sin antes leerles la cartilla. Él cumplió lo suyo. Les dice que allá ellos. Uno que otro respondió.¿Habrá algún parecido con el ministerio que nosotros realizamos, o que realizan nuestros padres?

A lo mejor hasta con los mismos detalles: la frustración de lo que planeamos, el desaliento por los fracasos, la ayuda de los compadres, el testimonio de los laicos o quienes trabajan con nosotros, la regañada de los compañeros, las risas porque presumimos, y no salió. Solo nos falta raparnos por lo que prometimos.

Pero sigue el levantarnos y retomar el rumbo, rediseñar el trabajo, poner nuevo entusiasmo a los compromisos, llegar aún más lejos de lo propuesto al principio, poner más confianza en Dios que acompaña y pone el incremento, aceptar que tenemos muchas limitaciones, que no es malo equivocarse, que siempre hay una oportunidad para mejorar y lograr lo que Dios quiere y espera que realicemos.

San Pablo es ejemplo de esfuerzo, constancia, valor, fidelidad, lucha incansable, amor al ideal; y seguridad en Dios: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Fil. 4, 14). “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2, 20). Etc. de esas nos sabemos muchas.

El entusiasmo por evangelizar que nos enseña San Pablo, viene por la alegría de ser mensajero de la salvación de Cristo a quien anuncia resucitado y vivo, Mesías y Señor, que cumplió su palabra y nos redimió del pecado y de la muerte, que lo convirtió tumbándolo enseñándolo y enviándolo a dar testimonio a los paganos principalmente. San Pablo está muy seguro de su Misión, de lo que tiene que hacer.

Dios nos conceda estar siempre bien seguros de lo que tenemos que hacer, que nos dé las virtudes necesarias, como la alegría para cumplir sus encargos de la manera más cercana a su voluntad, de acompañar con nuestra vida lo que predicamos; y de nunca sentirnos lejanos de su amistad y apoyo desde nuestro interior. Ahí está Él, muy cercano, como decía San Agustín, dentro de nosotros.

Los padres, nuestros padres, nuestros hijos, nos necesitan seguros, firmes y congruentes, y no es sencillo; la seguridad viene de lo que nosotros conocemos de nuestro diálogo con Cristo, que nos lleva siempre a buscar hacer la voluntad de Dios, para conocerlo necesitamos preguntárselo a Él; y ya sabemos cómo y a qué hora.

También cuando nos revisamos, cuando nos examinamos y vemos que sí hemos buscado la voluntad de Dios, ¡cómo nos llena de alegría!; es como encontrarnos con Jesús resucitado; pero cuando no hemos cumplido su voluntad, porque no le hemos dado la atención que Él merece, y que nosotros necesitamos para saber qué hacer, o sea que no hemos hecho nuestra oración debida, ¡cómo nos da tristeza!; es como si se hubiera ido, como si lo hubiéramos dejado de ver, como si no lo supiéramos resucitado.

Conclusión sencilla: si no queremos experimentar el desaliento, la desorientación y la tristeza, si queremos saber qué hacer cuando se trata de nuestros asuntos con los sacerdotes, si nos gustaría tener la alegría y el entusiasmo que muestra San Pablo al cumplir su Misión que le encargó el Señor, si nos gustaría poder decir: “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”; tenemos que hacerle a Dios el campito necesario, indispensable, el prometido. Tenemos que quedarnos sin encontrarnos con la gente, con el mundo; hasta que hayamos disfrutado del diálogo con Él, con el Señor, con Jesús, con el amigo, con el que nos llena de alegría, con el que cambia la tristeza de la pasión por la alegría de la resurrección. Primero Él y luego todo lo demás. Que así sea.