viernes, 24 de junio de 2011

BEATO JUAN DE PALAFOX Y MENDOZA: VERDADERA VOCACIÓN DE AMOR, SERVICIO Y SACRIFICIO


JUAN DE PALAFOX Y MENDOZA VIVIÓ EL
EJERCICIO DEL PODER COMO VERDADERA VOCACIÓN DE AMOR, SERVICIO Y SACRIFICIO
 
Mensaje del Arzobispo Primado de México, Cardenal Norberto Rivera Carrera con motivo del homenaje al beato Juan de Palafox y Mendoza en la Catedral Metropolitana.

Don Juan de Palafox y Mendoza fue acusado reiteradamente por sus numerosos enemigos de ser factor de divisiones y contiendas y de buscar siempre el conflicto. Que extraordinaria paradoja es que sea el Beato Palafox quien nos convoque y reúna aquí, en la Santa Iglesia Catedral Metropolitana, a las personas más distintas en cuanto a credo, opciones políticas, clases sociales y diferencias ideológicas. ¡Gracias por venir! ¡Gracias por compartir con la Iglesia el júbilo por el reconocimiento de la santidad, el genio, y la virtud de un hombre de iglesia que lo supo ser también de Estado; no en balde, Palafox y Mendoza es reconocido como el personaje más grande del siglo XVII de la Nueva España.

Esta mañana, en la recepción solemne de sus reliquias, reflexionábamos, en lo heroica vida de santidad de Palafox, pero ahora, quisiera reflexionar con ustedes sobre el gran aporte político que el nuevo beato dio a estas tierras que él tanto amó; bien lo define Rojas Garcidueñas cuando afirma que “Palafox es tan español como mexicano”.

Juan de Palafox nació el 24 de junio de 1600 en un pueblo de Fitero, Navarra, fue hijo ilegítimo de don Jaime Palafox, marqués de Ariza y Ana de Casanate. La deshonra de la viuda rica la llevó en su desesperación a deshacerse del recién nacido mandándolo a ahogar en las aguas del rio Alhama, pero la Providencia Divina, a través de un campesino bueno, Pedro Navarro, salvó la vida del niño. Nueve años más tarde, su padre lo legitimaría para la casa de Ariza y procuraría para su primogénito una educación esmerada en las universidades de Huesca, Alcalá de Henares y Salamanca, mientras que su madre, un año después de este acontecimiento, entraría de religiosa carmelita y moriría en 1639 con fama de santidad.

La España de Palafox y Mendoza, fue contradictoria, por una parte iniciaba el eclipse del Imperio Español con la escisión de Cataluña y Portugal, con un Felipe IV que dejaba el gobierno en manos de sus ministros, por otra parte se vivía un auge cultural inusitado, el así llamado Siglo de Oro, el de Lope de Vega, Tirso de Molina, Alarcón, Calderón, Góngora, Cervantes, Quevedo, Rivera, Zurbarán, Murillo y Velázquez.

A los 26 años, vemos a nuestro Palafox ascender a su primer cargo público de relevancia, fue nombrado Fiscal del Consejo de Guerra, bajo el protectorado del poderoso conde de Olivares, segundo del Rey. Razones profundamente espirituales de conversión, llevaron al futuro beato a abrazar la vocación sacerdotal, siendo ordenado presbítero en 1629, mismo año en que es nombrado Fiscal en el Consejo de Indias y un poco más tarde Capellán y Limosnero de la princesa María que debería partir a contraer nupcias con el rey de Hungría. Este cargo lo condujo a un largo recorrido por Europa que duraría catorce meses, viaje que le dio una visión global y un amplio bagaje cultural y político. En 1633 alcanzaba el cargo de Consejero de Indias que a decir de Arteaga y Falguera (1), el Consejo tenía una enorme importancia: erigía catedrales, cabildos y parroquias en el Nuevo mundo, e intervenía en recomendaciones para cargos y prebendas. En 1639 es nombrado Obispo de Puebla de los Ángeles y enviado a la Nueva España como Visitador General cuya encomienda tenía facultades enormes: comprendía todo el territorio del virreinato, todos sus tribunales y la mayoría de sus funcionarios, excepto el Virrey, sin embargo por mandato real llevó a cabo los juicios de residencia de los virreyes Cerralbo Y Cadereita. También inspeccionó la Universidad de México a la que dotó de valiosos estatutos, el Tribunal de Cuentas, el Consulado de Comercio, el Correo Mayor y la Casa de Moneda, así mismo le tocó combatir el fraude que se realizaba escandalosamente en las minas y puertos del virreinato (2).

Juan de Palafox se propuso combatir no tanto por la dialéctica sino por la práctica la tesis de Maquiavelo de que la doctrina y la moral cristianas eran contrarias a un ejercicio exitoso del gobierno y la política. Palafox afirmaba, por el contrario, que la doctrina y la moral cristianas eran la base esencial e indispensable de cualquier acción efectiva. Sus ideas sociales y políticas estuvieron en contra del despilfarro y la corrupción. El descuido, la excesiva complacencia y la falta de reformas, advertía Palafox, era el camino certero a la ruina.

Palafox enseñaba que si en un estado triunfa el libertinaje, éste no sólo destruye el bienestar espiritual del reino, sino que también mina su efectividad en el mundo; en cuanto un Estado se precipita en el vicio, la misma valentía se marchita junto con la voluntad de la nación; un reino sin virtud –decía-, es como un cuerpo sin sangre.(3)

Palafox tuvo tres objetivos en sus reformas políticas: fortalecer la justicia, limitar el poder del virrey y combatir la escandalosa corrupción y los terribles abusos perpetrados por los alcaldes mayores.

Si un título podemos dar a Palafox es el de “Hombre de Justicia”. Sin exagerar, podemos decir que el ejercicio recto de la justicia fue el eje de su actuación como estadista. A su parecer, la Audiencia de México era la institución más importante de la Nueva España, la materialización de la justicia del Rey y el eje del gobierno, por ello era imprescindible su funcionamiento imparcial y eficiente, y eso no sucedía en la Nueva España, por el contrario, en un escrito informa a Felipe IV, que la institución está atenazada por la lentitud, la corrupción y la ineficacia; y así mismo informa al Consejo de Indias: “He hallado flaquísima la justicia con los poderosos y muy poderosos ellos contra la justicia”. Aunque Palafox encontró gran resistencia en el virrey Cadereita, los jueces y los tribunales fue un Zar anticorrupción implacable, durante su primer año en nuestras tierras, logró resolver más de cien casos, la mayoría eran litigios de alcaldes mayores acusados de corrupción.

El cargo de alcalde mayor era concedido por el virrey, lo que le redituaba copiosas ganancias ilícitas, los alcaldes recaudaban los impuestos en sus distritos y luego los invertían en sus negocios privados en vez de mandarlos a las arcas reales. Palafox decidió actuar de raíz: decretó que todos los funcionarios acusados de corrupción ya no serían juzgados por la vía civil, sino penal, y quien fuera hallado culpable quedaría de por vida, inhabilitado para ejercer cualquier puesto público. Para remediar este mal generalizado, Palafox proponía sustituir a los alcaldes mayores, designados a conveniencia del Virrey por alcaldes elegidos por la propia población (4). Por desgracia, Palafox no logró consolidar esta reforma; antes de volver a España, escribió a don Cristobal Crespi que su principal ambición como servidor de la Corona había sido la reforma de los alcaldes mayores, que éste había sido el núcleo de su proyecto político y la clave para su éxito, pero que había fracasado.

Si algo encontramos asombroso en Palafox es su concepto de autoridad: Nadie, salvo Dios, tiene autoridad absoluta. Se oponía a aumentar el poder virreinal, e intentó –en opinión de Cayetana Álvarez de Toledo-, cambiar las bases del poder real en América a niveles que hasta ahora nadie ha reconocido: “Su ataque –dice la estudiosa-, contra un régimen basado en el poder y patronazgo del virrey y su intento de sustituirlo por lo que en la práctica equivalía a una administración descentralizada eran, a todos los efectos, revolucionarios”(5) Según Palafox, el ejercicio efectivo del poder no se aseguraba delegando la autoridad en el Virrey, sino en la distribución eficaz de la justicia que era lo que mantenía fieles y obedientes a los súbditos; en su imparcialidad, equidad y honradez a la hora de gobernar . La autoridad del Rey como del Virrey se legitimaban y asentaban en el pacto con sus súbditos. En resumen, la autoridad del Rey dependía de su forma de gobernar y para gobernar adecuadamente tenía que hacerlo según los postulados de la ley natural y divina. Los dictados de la justicia fincaban los límites de la Monarquía absoluta, esta idea de Palafox es verdaderamente osada para la época, significaba que si el Rey no garantizaba el ejercicio de la justicia corría el riesgo de perder su autoridad. No cabe duda que esta idea de la supremacía de la justicia sobre la autoridad es la aportación más importante para alcanzar la reforma de la administración.

Palafox no sólo pensaba lúcidamente, sino que era consecuente con su pensamiento, en apenas 5 meses que fue Virrey, de junio a noviembre de 1642, tuvo logros espectaculares, sin duda porque retuvo en su persona todos los poderes: Virrey, Visitador General, Presidente de la Audiencia y Arzobispo de México –a lo que hoy sería correspondería ser Presidente de la República, Presidente de la Suprema Corte de Justicia, Procurador de la República y Secretario de la defensa Nacional, y por si faltara, Arzobispo Primado de México-, pero sobre todo porque actuó con una honestidad, eficacia, clarividencia y justicia extraordinarias. Su primer objetivo fu dar acceso a los criollos a los mejores cargos públicos, eliminó las barreras comerciales entre las Indias y las Filipinas, frenó la especulación en el precio de los alimentos, propuso una drástica reducción de la presión fiscal y rechazó la imposición de nuevos impuestos; recibió las arcas del rico virreinato de la Nueva España en bancarrota y las entregó saneadas con setecientos mil pesos oro; reformó al ejército con la creación de doce unidades de infantería, les pagó honrosos sueldos, reforzó la defensa de Veracruz y liberó a la Habana del asecho de los piratas, asistía diariamente a las sesiones de la Audiencia para agilizar la justicia y vigilar su imparcialidad.

Para con los indígenas Palafox tuvo un amor y una sensibilidad especial, a ellos dedicó su célebre tratado sobre “La naturaleza y virtudes del Indio”, su experiencia pastoral lo hizo especialmente sensible al sufrimiento, opresión y carencias de los indígenas. El mismo, con los recursos a su disposición procuró dar empleo a sus fieles más humildes protegiéndoles de los abusos y la explotación. No ordenaba sacerdotes si no hablaban las principales lenguas indígenas, y él mismo aprendió algunas de ellas; mandó hacer diccionarios y un manual de sacramentos en náhuatl . Una idea de Palafox, realmente revolucionaria y puesta en práctica por él fue que en los estatutos que redactó para la Real y Pontificia Universidad de México, incluyó una clausula por la cual los indígenas deberían ser admitidos en todos los estudios. En el colegio de San Pedro fundado por él no sólo admitió candidatos indígenas para las órdenes sagradas sino que ofreció becas para que estudiaran los que no tenían recursos.

Después de esta breve exposición de algunas de las ideas políticas de beato Juan de Palafox y Mendoza ¿alguien puede dudar de su actualidad en la circunstancia histórica que vive nuestro país? En México, no saldremos adelante ni no volvemos a poner la virtud -los valores, como hoy en día se les llama-, en el centro del quehacer político y de la sociedad en general; esta no es una idea religiosa, ya los antiguos filósofos lo planteaban como fundamento de toda sociedad. Así mismo la autoridad debe legitimarse con el ejercicio de la justicia, de otra manera solo tendremos autoritarismo o un remedo de autoridad que no alcanza su cometido fundamental.

El ejercicio del poder y la política, Palafox lo vivió como una verdadera vocación de amor, servicio y sacrificio, vio como el peor vicio de la administración pública la injusticia, la corrupción, el despotismo, la arrogancia y el enriquecimiento ilícito. El poder, Palafox lo entendió como dado por el pueblo para ejercer la justicia, buscar el bienestar de los gobernados, su desarrollo, su bienestar espiritual y temporal. La preocupación de Palafox por los más necesitados se hizo presente no como una compasión inútil, sino como una búsqueda del desarrollo de las clases más desfavorecidas. Así mismo fue un impulsor eficaz de reformas administrativas, económicas y políticas indispensables para el desarrollo del reino. ¿No acaso, nos hace falta todo eso?

Si la santidad cristiana es admirable en sí misma, por la dificultad que entraña, por el heroísmo que exige la amistad con Dios viviendo la fe, la esperanza y la caridad, doblemente se vuelve difícil, casi imposible cuando se debe vivir en el ejercicio del poder político a la exposición de la tentación de un poder mal entendido, la seducción de las riquezas fáciles, la adulación, la soberbia, y la ambición desmedida de reconocimientos y de anhelos meramente humanos y estar rodeados de un ambiente contrario a los valores evangélicos, pero Palafox, supo navegar admirablemente en medio de estas aguas sin hundirse en ellas, supo ser santo siendo gobernante, supo tomar las decisiones más delicadas de gobierno sin temor a pagar sus costos; personalmente fue un gobernante virtuoso, y más que eso, santo, hombre de oración honda y prolongada que lo llevó a la cumbre del misticismo, pensador profundo del reino celeste y terrestre, constructor admirable, administrador inteligente y honrado, temerario en el combate de la corrupción y la injusticia, generoso y sensible con los pobres, legislador consumado y juez justo, todo esto y mucho más fue Palafox.

Nos alegramos inmensamente por el primer Arzobispo beato de la Arquidiócesis de México, nos llenamos de gozo por el primer Virrey beato de América. Que el ejemplo de Juan de Palafox y Mendoza nos lleve a vivir como verdaderos cristianos y buenos mexicanos que viven comprometidos con su época para alcanzar un mundo más fraterno y justo.

Beato Juan de Palafox y Mendoza: ¡Ruega por nosotros!