martes, 3 de mayo de 2011

POR TU DOLOROSA PASIÓN, TEN MISERICORDIA DE NOSOTROS


DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

Artículo del Pbro. David Aguilar Cabeza de Vaca,  sacerdote de la Arquidiócesis de Xalapa, publicado en la edición del domingo 1o. de Mayo de 2011 del Semanario Alégrate, de la Arquidiócesis de Xalapa

El segundo domingo de Pascua conmemoramos la manifestación más generosa de la Misericordia de Dios al infundir Jesucristo el Espíritu Santo sobre su Iglesia y conferirle el poder de reconciliar a la humanidad, con lo cual la hizo plenamente partícipe de su misión salvífica.

El «eje» central de esta celebración lo constituye el Evangelio que se proclama este día (Jn 20, 19-31): Cristo resucitado, triunfante y glorioso, se presenta por primera vez al grupo de los apóstoles luego de su dolorosa pasión, muerte y de su gloriosa Resurrección. El Resucitado trae la paz a los apóstoles y discípulos, -y en ellos a toda la humanidad-, sopla el Espíritu Santo y les confiere el poder de perdonar los pecados, enviándolos como el Padre lo envío a Él.

Confiere así a su Iglesia, hasta el final de los tiempos, el poder de reconciliar a la humanidad con su Creador. Bien señaló el Papa Juan Pablo II, en la homilía de canonización de santa Faustina, que este pasaje evangélico es el momento en el cual «Cristo da el gran anuncio de la Misericordia Divina y confía su ministerio a los Apóstoles. Nuestra atención se centra en el gesto del Maestro, que trasmite a los discípulos temerosos y atónitos la misión de ser ministros de la Misericordia Divina. A través de las diversas lecturas, la liturgia parece trazar el camino de misericordia que, a la vez que reconstruye la relación de cada uno con Dios, suscita también entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna. ¡La Misericordia Divina! Este es el don Pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad, en el alba del tercer mileno».

Con la institución del domingo de la Divina Misericordia, la Iglesia no sólo conmemora y rinde culto de manera muy especial a la Misericordia de Dios, que se manifestó en la institución del sacramento de la reconciliación, sino que promueve que esta reconciliación sea vivida intensa y plenamente en esta fecha. Como prueba de ello, el 29 de junio del 2002, en la solemnidad de san Pedro y san Pablo, la Penitenciaría Apostólica promulgó el decreto que enriqueció este día con indulgencias en respuesta a los actos de culto que se rindan en honor a la Misericordia de Dios, acogiendo así el deseo del Santo Padre. (El Decreto establece indulgencias plenarias y parciales, e incluso la indulgencia plenaria a los imposibilitados a acudir a la Iglesia este día, tal como los navegantes y los impedidos).

El domingo de la Divina Misericordia está llamado, por lo tanto, a ser un día «extraordinario» de reconciliación en torno al misterio de la misericordia de Dios.

Las gracias que la misericordia de Dios nos obsequia en este día están vinculadas al sacramento de la reconciliación y al misterio de la Eucaristía. En ese día tan especial, cuya grandeza y trascendencia aún no logramos concebir, estamos llamados a tomar y llevar hasta nuestro corazón a Jesús Eucaristía, reconociendo con humildad nuestra infinita pequeñez ante Él, pero a la vez con absoluta confianza en su infinita misericordia; con corazón puro, desbordante de amor y gratitud a nuestro Dios, y de amor misericordioso a todos nuestros hermanos.

La Eucaristía es un encuentro de amor con el Amor. Es la unión íntima con el Dios que nos creó, que nos redimió, y que nos espera para gozar de la vida eterna.

¡Aprovechemos la grandeza de esta fecha, confesémonos, comulguemos, recemos por las intenciones del Papa Benedicto XVI, que hoy ha proclamado Beato a nuestro querido Juan Pablo II -incansable propagador de la devoción a la Divina Misericordia- adoremos y glorifiquemos la Misericordia de Dios, unámonos a su alegría!

¡Que el domingo de la Divina Misericordia, fiesta de la Divina Misericordia, las palabras de Nuestro Señor «Alégrense conmigo» resuenen en todo nuestro ser y llenen nuestro corazón! ¡Vivamos con alegría la misericordia de Dios y seamos sus testigos y apóstoles!
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