martes, 3 de mayo de 2011

JUBILEO DE ORO DE MOVIMIENTO DE JORNADAS DE VIDA CRISTIANA

HOMILÍA DE MONS. CHRISTOPHE PIERRE,
NUNCIO APOSTÓLICO EN MÉXICO
 
¡Muestra, Señor, tu poder, y ven!, – decía el Santo Padre el pasado 20 de diciembre, es una oración que “recuerda el grito dirigido al Señor, que estaba durmiendo en la barca de los discípulos sacudida por la tempestad y a punto de hundirse.

Cuando su palabra poderosa apaciguó la tempestad, Él echó en cara a los discípulos su poca fe (cf. Mt 8,26 par.). Quería decir: en ustedes mismos, la fe se ha adormecido. Lo mismo quiere decirnos también a nosotros. Con mucha frecuencia, también en nosotros la fe está dormida. (Por ello –añade el Papa-) Pidámosle que nos despierte del sueño de una fe que se ha cansado y que devuelva a esa fe la fuerza de mover montañas, es decir, de dar el justo orden a las cosas del mundo”.

Queridas amigas y amigos: Estas palabras del Santo Padre, que en cierto modo se dirigen también a todo cristiano, llenan de nueva luz nuestra razón, invitándonos a discernir y a sumergirnos en un renovado proceso de discernimiento y de conversión a Dios en la fe. Son palabras que invitan a salir del letargo en que no pocas veces vivimos nuestra fe, para convertirnos en peregrinos de la verdad, acogerla y abrazarla con todas sus consecuencias.

El Evangelio de este sábado de la Octava de Pascua ha puesto ante nuestra mirada a varios personajes, cuyas actitudes fundamentales nos reenvían de alguna manera a la reflexión del Papa antes citada. Está María Magdalena, la mujer de la que el Señor había arrojado siete demonios, quien luego de haber visto a Jesús resucitado, lleva la dichosa noticia a los discípulos, quienes, en contraste, se encuentran llorando, agobiados por la tristeza e indispuestos para acoger la Buena Nueva. Por ello, más tarde Jesús “echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado”.

Queridos hermanos: hoy, como entonces, agobiados por los múltiples retos que a los nuevos discípulos de Jesús presenta el relativismo, el secularismo, el individualismo y todos los fenómenos sociales que caracterizan nuestra época, podríamos llegar en momentos a sentir la tentación que lleva a tratar de acomodarse a la corriente del mundo, a “llorar”, a dejar que nos “agobie la tristeza” y hasta a no creer.

He aquí la razón, también, de la invitación que en ocasión de la fiesta de la Transfiguración del Señor del año pasado, ha hecho el Santo Padre a todos los jóvenes, para que disponiéndose a participar en la próxima Jornada Mundial de la Juventud, tomen creciente conciencia de su fe abriéndose más a la acción del Espíritu, para que esa misma fe, arraigada y edificada en Cristo sea cada vez más firme y sea testimoniada existencialmente.

Más aún, es posible que, a la base, este sea también el objetivo del encuentro que ustedes, Dirigentes de Jornadas de Vida Cristiana realizan hoy, a 50 años del nacimiento de su Movimiento, en el espíritu de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Una Jornada que quiere ser ocasión propicia para motivar e impulsar a los jóvenes católicos a saber afrontar el presente y el futuro con la responsabilidad y con el gozo de quien, en la fe y desde la fe, ha logrado encontrar personal e íntimamente a Jesús, y que, por ello, es consciente de su vocación y de su misión como “fraternidad que ama, esperanza que alivia, comunidad que acoge”.

Ser comunidad fraterna de testigos de la esperanza cristiana en este nuestro mundo, es para ustedes, amados amigos, una estupenda vocación, reto y tarea. Lograr, a través del testimonio de su fe, que el mundo empiece a creer en Jesús y a escuchar su voz, que el mundo empiece a amar a Jesucristo e intente amar como Jesucristo, que el mundo empiece a prestar atención a Jesucristo, para que el mundo sea más humano, es una tarea por demás gloriosa.

Conscientes de ello, acogiendo el llamado que desde el inicio de su pontificado hiciera el Papa Juan Pablo II y que ha sido repetidamente lanzado también por Su Santidad Benedicto XVI, también ustedes, a quienes ha tocado vivir esta hora desafiante de la historia, corresponde acoger y lanzar, a su vez, la invitación a no tener miedo, ¡a abrir de par en par las puertas a Cristo! Sí, hermanos: ¡Ustedes que tienen la gracia y el gozo de creer: No tengan miedo! ¡Abran las puertas a Cristo!

¡Abran las puertas a Cristo, al Hijo de Dios! Abran las puertas a Aquel en quien los seres humanos tenemos la redención y el perdón de los pecados; a Aquel que es el primero en resucitar y el primero en todo. A Aquel por cuya sangre derramada en la cruz Dios ha reconciliado consigo todas las cosas. A Aquel a quien reconocemos, junto con el salmista, como nuestra fuerza: ¡El Señor es mi fuerza y mi alegría; en el Señor está mi salvación… Te doy gracias, Señor, pues me escuchaste y fuiste para mí la salvación!

¡Sí!, queridos amigos, somos conscientes de que estamos en un mundo que frecuentemente nos obliga a vivir la fe en medio del acoso, de la persecución y de la mentira de quienes rechazan a Cristo. Una realidad que, en consecuencia, nos reta a mantener consciente, luminosa y firme nuestra fe, para que sea motora de nuestra existencia, vida para la Iglesia, y dinamismo transformante de la sociedad.

Este es, sin duda, un gran desafío. Más ahora que para muchos el cristianismo se ha convertido casi en un conjunto de nociones sin referencia a la vida real, que ni sorprende, ni atrae, olvidando que “la verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito” (Deus caritas est, 12); y también, que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (N. 1).

Efectivamente, el cristianismo es esencialmente un acontecimiento.“El cristianismo es un hecho, un acontecimiento: todo el resto es consecuencia (…). El modo con el que Dios ha entrado en relación con nosotros para salvarnos es un acontecimiento, no un pensamiento o un sentimiento religioso. Es un hecho acontecido en la historia que revela quién es Dios e indica lo que Dios quiere del hombre” (L. Giussani, Crear huellas en la historia del mundo, Madrid 1999, 21; cfr. Ibid, L’avvenimento cristiano, B.U. Rizzoli, Milano 2003, p. 14-15).

Un “acontecimiento de Cristo” que ahora necesita hacerse presente, y que de suyo se hace presente a través de la mediación testimonial de una persona humana “cambiada”, “nueva”, es decir, de cada persona convertida a Cristo, de la persona que cree, del discípulo que ha encontrado a Jesús y se ha enamorado de Él. De aquel que ha logrado ser consciente de haber sido llamado y enviado a ser la sal de la tierra y luz del mundo; llamado y enviado a atraer, con su mismo testimonio, a nuevos discípulos, que a su vez, se conviertan en testigos de la presencia salvífica de Cristo en el mundo. Discípulos verdaderamente fascinados y cautivados por Jesús, a tal grado, que frente a la prepotencia del mundo y de los hombres no tengan miedo de afirmar con valentía: “Digan ustedes mismos si es justo delante de Dios obedecerlos a ustedes antes que a Dios. Nosotros no podemos dejar de contar lo que hemos visto y oído”.

En este “cambio de época” en el que el deterioro del hombre va cobrando fuerza, a través de sus hijos, hombres y mujeres de fe firme, la Iglesia debe mostrarse como acontecimiento que interesa profundamente al hombre, testimoniando con la palabra y la vida “que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida (…). Que sólo Él, por tanto, es capaz de responder a la espera de nuestro corazón y de hacerlo feliz. No hay mayor tesoro que podamos ofrecer a nuestros contemporáneos” (Benedicto XVI, Homilía, Plaza del Obradoiro, Santiago de Compostela).

El discípulo, testigo y misionero así, no se doblega ni se asusta de vivir en la actual situación de crisis de lo humano, de letargo y de aburrimiento; por el contrario, firme en su fe, el creyente puede y debe mostrar al hombre de hoy la experiencia de que la fe hace la vida más humana, más intensa y más digna de ser vivida; que Dios no es antagonista del hombre y enemigo de su libertad, sino el único capaz de exaltar su dignidad y su libertad, salvándolo.

Muy queridos amigos. En el gozo de la Pascua, pidamos a María, Madre de Cristo, Madre de la Esperanza, que interceda por el Movimiento y por todos quienes lo conforman para que día a día sean capaces de acoger con valiente y gozoso ánimo el mandato del Señor Jesús: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”, teniendo presente bien que –como ha dicho el Papa en Portugal-, “lo que fascina es sobre todo el encuentro con personas creyentes que, por su fe, atraen hacia la gracia de Cristo, dando testimonio de Él” (Benedicto XVI, Obispos de Portugal, Fátima, 13.05.2010).

Que Dios, queridos hermanos, conceda abundantes sus bendiciones a cada uno y a todo el Movimiento, y que sostenidos por los dones de su Espíritu Santo, sean hoy y cada día presencia y testimonio de la Iglesia siempre joven, coherente y comprometida en la edificación de un nuevo mundo: luminoso, atrayente, prometedor y transformador de la persona y de las sociedades.

Arraigados y edificados en Cristo, y unidos y sostenidos por María, no cesen de mostrar al mundo el rostro joven de la alegría y del optimismo, el rostro de la coherencia y de la generosidad, el rostro de la fe, del amor y de la esperanza.

Y que el Señor, hoy y siempre sea nuestra fuerza y nuestra alegría.
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