lunes, 9 de mayo de 2011

EN EL DIA DE LAS MADRES


NOBLE MISIÓN DE MADRE
 
«Una mujer que va a dar a luz se aflige
porque ha llegado la hora; pero una vez
que nace la creatura, se olvida del dolor
a causa de la alegría de que haya nacido
un niño un niño en el mundo».
                                                     Juan 26, 21

A una semana de celebrar la beatificación de Juan Pablo II recordamos, con amor y en oración, el Día de la Madre, de esa persona especial, tan querida y tan importante, a quien el sumo pontífice Juan Pablo II describía como "la inspiración y el incentivo" de su propia vocación sacerdotal.

Hace varios años, Juan Pablo II mandó a todos los sacerdotes un documento en el que hablaba muy sentidamente del rol tan precioso y piadoso de su madre en su vocación sacerdotal. "Sin imponer su propia voluntad, la madre favorece con la experiencia típica de su fe el inicio de la inspiración al sacerdocio en el alma de su hijo, inspiración que dará su fruto en el momento oportuno".

Durante la Liturgia de mi ordenación sacerdotal, el maestro de ceremonias me cubrió las manos con una tela blanca, de acuerdo con la costumbre de ese tiempo. Aquella tela yo la guardaba en un cofrecito especial. Al morir mi madre, la tela blanca fue puesta sobre sus manos para que ella se presentara ante el Trono de Dios como la madre de un sacerdote, por quien nunca dejaría de interceder y a quien ella tanto conocía con todas sus fuerzas y fragilidades.

Siempre recuerdo aquella primera visita a la sección de Neonatología de un hospital local. Nadie puede visitar aquella sección del hospital sin impresionarse ¡profundamente! Más aún, un sacerdote se conmueve por el delicado cuadro que se presenta, y se esfuerza por infundir en los familiares sentimientos espirituales que les puedan servir de ánimo y alivio, inspirándoles confianza en el Señor.

Nuestro corazón se abre a estos pequeños afligidos y late dolorosamente al ver las lágrimas de sus madres, quienes manifiestan su honda preocupación.

Desde la concepción de estos pequeños, sus madres han estado preocupadas por la salud y bienestar de sus hijos, a quienes ellas han nutrido nueve meses dentro de sus entrañas.

Allí es donde se forma un ser humano, gracias al maravilloso y milagroso don de Dios, Quien las bendice con el inestimable privilegio que les otorga para que colaboren con el Señor en la gran obra de la creación. ¡Qué cosa más maravillosa! ¡Qué bendición tan grande!

Dichosa es la altísima vocación de cada madre favorecida para colaborar, generosa y agradecidamente, en la gestación de la prole. De ella depende -y más adelante en gran parte- la formación cristiana de ese pequeño cuyo crecimiento ha de estar basado en valores, virtudes, principios y prácticas que le encaminan a una íntima relación de madre e hijo. Hace unos años vi expresada sobre la lápida de un cementerio esa bella identidad de madre e hijo: "Queridísimo hijo mío: Desde que tus ojos se han cerrado, los míos no han dejado de llorar".

Queridas madres: Al hacer hoy una pausa para recordar la mística y misión de su altísima vocación maternal, les mando un afectuoso saludo con aprecio y agradecimiento. Ruego a la Santísima Virgen María -prototipo de cada madre que sufre por sus hijos- que les sostenga y santifique. Todos admiramos los heroicos límites hasta donde son capaces de expresar su amoroso compromiso.

En el día especial dedicado a su noble vocación, las honramos por la dicha de ser elegidas para enriquecer y ennoblecer al mundo con su privilegiado poder. ¡Muchas felicidades!
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