sábado, 30 de abril de 2011

JUAN PABLO II HA SABIDO VIVIR Y HA SABIDO MORIR SEGÚN JESUCRISTO

JUAN PABLO II:
HOMBRE CRUCIFICADO, SEGURO Y ORANTE
 
Artículo Escrito por Mons. Mario Espinosa Contreras, Obispo de Mazatlán.
 
El Santo Padre Juan Pablo II a finales de 1999 nos reflejaba la profunda riqueza de su ser, y nos decía: “a pesar de las limitaciones que me han sobrevenido con la edad, conservó el gusto por la vida. Doy gracias al Señor por ello, es hermoso poderse gastar hasta el final por la causa del Reino de Dios”.
 
De hecho ésta fue hasta el final de su existencia, la testimonial experiencia del Santo Padre, todos fuimos testigos de cómo iban evolucionando físicamente sus capacidades.
 
Pero teniendo por don de Dios lucidez mental, pudo desarrollar su ministerio Petrino con tenacidad y con manifiesto agrado estar en este mundo. Podemos afirmar que Él a la manera de San Pablo se ha podido gastar y desgastar por el Evangelio.
 
El que siempre vivió con alegría, suma entrega y dedicación, y estuvo preparado para morir, en su fe cristiana veía que la muerte era como el paso de un puente “tendido desde la vida hasta la Vida, entre la frágil e insegura alegría de esta vida, a la Alegría plena que el Señor reserva a sus siervos fieles”.
 
Juan Pablo II ha sabido vivir y ha sabido morir según Jesucristo, y esto es para nosotros una gran lección, su persona y ministerio apostólico ha sido de proyección y fecundidad, le manifestamos nuestro agradecimiento a Dios Señor de la vida y de la Historia, el habernos dado a este gran hombre que ha cumplido la misión de ser expresión de Jesucristo Buen Pastor.
 
El nos deja además de una universal evangelización, grandes lecciones para nosotros, entre ellas destaco las siguientes:

  • El Santo Padre fue un hombre crucificado, experimentó de múltiples maneras el sufrimiento humano, su vida no fue una vida hermética al dolor, siendo aún niño, contando con 9 años de edad, sufre la pérdida de su madre. En su adolescencia pierde a su único hermano, y años después muere su padre, y como él mismo nos lo decía en la narración de su vocación sacerdotal, “no había cumplido los 20 años y me había quedado absolutamente sin familia”.
  • Es loable cómo estas ausencias familiares tan necesarias en todo ser humano no hayan dejado en él huellas deprimentes o taras psicológicas, es admirable cómo Karol Wojtyla asumió esta realidad familiar sin que le fuera frustrante o prejudicial, se ve que esos vacíos los llenó con su creciente amor a Dios y su amor a Nuestra Señora de quien se declaró hasta el final “Todo Tuyo”.
  • Siendo joven fue atropellado por un camión militar nazi, y tuvo que ser sometido a su primera operación quirúrgica, después vendrían muchas más. El 13 de Mayo de 1981 fue victima del atentado que en su contra perpetró Mahomed Alí Agca, del cual después de una cirugía y un tratamiento prolongado y difícil, gracias a Dios se recuperó pero quedó sin duda afectado.
    Ser hijo de Dios y ser amado por el Padre no significa que estemos exentos de las lágrimas, padecimientos y problemas y lo vemos claramente en Su Santidad Juan Pablo II. El amadísimo de Dios, probó de diversas maneras el cáliz de la amargura y sin embargo él unió lo áspero de su cruz, a la Cruz de Cristo y le dio a sus penalidades la dimensión de un salvífico dolor, que todos nosotros cuando nos sorprenda lo difícil de la vida humana, que también le demos a nuestro sufrimiento una perspectiva redentora. De esta manera el dolor nos hará madurar, ser más personas y más esmerados seguidores de Cristo.
     
    Desde aquel 22 de Octubre de 1978 en que inició su Supremo Ministerio Apostólico y nos convocó “no tengan miedo abran las puertas de par en par a Jesucristo”. El reflejaba una gran seguridad. Él se mostraba convencido de su ser, de su misión y de su fe, nunca se le vio dubitante o indeciso, constantemente reflejó ser un hombre con gran seguridad. Algunos analistas consideran que esta vivencia de seguridad fue clave, para el atractivo que despertó en un mundo y una humanidad sedienta de una inspiración firme y lúcida. El, en el Señor encontró su Roca firme, su escudo y su ciudad amurallada.
     
    Que todos nosotros en nuestro desarrollo personal, crezcamos en la seguridad de nuestra identidad y de nuestra misión, nos ayudará el orientarnos hacia la coherencia entre lo que creemos, pensamos y actuamos, y sobre todo nuestra comunión con Dios y con los hermanos.
     
    Juan Pablo II el misionero infatigable, el humanista destacado, el incansable luchador de la paz, defensor de la dignidad humana, pudo ser lo que fue, gracias a que él administró con decisión y entrega los cinco talentos que Dios le dio. El se presentó ante el Padre misericordioso, con 10 talentos. Su vida tan iluminadora, tan motivadora, tan generadora de entusiasmo por vivir, considero que ha sido posible por las cualidades y carismas con que Dios lo adornó, y por su respuesta generosa. Y también creo que ha sido determinante en él, su vida contemplativa y su esforzada oración.
     
    A él se le quedó en su memoria y en su corazón el recuerdo mas impresionante que tuvo de su propio padre, como él mismo narra “al despertar por la mañana, siempre me impresionó ver a mi padre de rodillas en oración”, y el mismo Santo Padre hizo suya la vivencia de oración con constancia y amplitud, gustó sobremanera el diálogo con el Padre, con Jesucristo, con el Espíritu Santo, con María, y con los Santos de su devoción.
     
    La oración fue el alma de su ánimo, de su perseverancia y de su donación. Sus palabras siempre llevaban la fuerza de su oración silenciosa, y de su súplica con el Señor. Tenemos la constatación de que a la víspera de concluir su IV viaje apostólico a México, se pasó la noche que precedía a su partida, seis horas en oración, de tal manera que las 10 bendiciones que nos expresó a todos los mexicanos, en su despedida en el aeropuerto internacional de la ciudad de México, las célebres frases de “Dios te bendiga México…” no eran sólo párrafos literarios sino que llevaban toda la carga de su oración.
     
    A nosotros Juan Pablo II nos invita a tener el gusto de vivir la entrega a los demás, la coherencia y la opción por el bien de todo hombre y mujer. Ser responsables en nuestras tareas y trabajos, vivir nuestra vocación, y todo esto lo podremos realizar si también procuramos encontrarnos más en el coloquio con nuestro Padre Dios.
     
    Muchas gracias Padre Providente, por haber dado al mundo y a tu Iglesia, a Su Santidad Juan Pablo II, ahora goza contigo, y por él nosotros que proseguimos por este camino de la tierra, con tu gracia y nuestra colaboración, concédenos llegar también a la vida de plenitud.
     
    Finalizo rogándole al Señor para todos nosotros lo que nos invitó el ahora Beato Juan Pablo II: “Iube me venire ad te”. (Mándame ir a Ti) éste es el anhelo más profundo del corazón humano, concédenos Señor de la vida, la gracia de tomar conciencia lúcida de ello, y de saborear como don rico de ulteriores promesas, todos los momentos de nuestra vida.