viernes, 4 de marzo de 2011

LLAMADOS A LA MISIÓN (PARTE II)


Presentamos la última parte de la Exhortación Pastoral de la Comisión de Pastoral Profética de la Conferencia del Episcopado Mexicano:



LLAMADOS A LA MISIÓN
Reflexión en torno al relativismo de la Fe

Relegar la fe al ámbito privado

La otra postura que en nuestra Patria pretende limitar los alcances de la Misión de la Iglesia, es un laicismo mal entendido. La Iglesia ha reafirmado una y otra vez su plena aceptación de un Estado laico, en el que el Estado no profesa, no impone ni privilegia ninguna religión. Al Estado le corresponde el derecho y el deber de crear las condiciones sociales para que todas las religiones e ideas se puedan expresar libremente y puedan aportar al conjunto de la sociedad lo que ellas piensen que es bueno para todos, regulando solamente aquello que se refiera a la pacífica convivencia entre los ciudadanos, e impidiendo que se incurra en la violación de los derechos humanos en nombre de una pretendida razón religiosa.

La Iglesia ha afirmado repetidamente y en todos los foros que su misión no es de índole política y que no tiene ninguna intención de alcanzar el poder para imponer a todos los ciudadanos una especie de teocracia en la que las leyes religiosas se apliquen por igual a todos los ciudadanos. Si algo le debe el mundo a la Iglesia en este campo, es precisamente el haber distinguido y separado, siguiendo las enseñanzas de Cristo, el poder político del régimen espiritual, el Estado de la Iglesia: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21)[6].

La Iglesia ha proclamado también su pleno respeto a la legítima autonomía de las realidades temporales como son, por ejemplo, la política y la ciencia, las cuales no deben regirse por la fe o la teología, sino por leyes que les son propias y que el hombre ha ido descubriendo poco a poco con ayuda de su inteligencia.

Pero la Iglesia también ha insistido, y nosotros una vez más lo hacemos, en que existe una autonomía ilegítima y abusiva que consiste en pretender que “la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador”[7]. Por eso la Iglesia no acepta la postura de “quienes tienden a reducir el espacio de la fe a la vida personal o familiar, excluyendo el orden profesional, económico, social y político, como si el pecado, el amor, la oración y el perdón no tuviesen allí relevancia”[8], es decir, como si esas actividades humanas no tuvieran nada que ver con la ética y con la dignidad humana.

No se debe, pues, reducir el hecho religioso a la esfera meramente privada, ni se puede orientar el mensaje cristiano hacia una salvación puramente ultraterrena, incapaz de iluminar su presencia aquí en la tierra, como lo pretenden quienes defienden y recientemente han tratado de reforzar jurídicamente, desde el Congreso, un laicismo injusto y antidemocrático que lleva prácticamente a la violación del principio de la libertad religiosa. De hecho, nuestra gesta misionera en México está llena de ejemplos de una evangelización que no se ocupaba solamente de anunciar un mensaje “espiritual”, sino de la promoción integral del hombre, incluyendo la defensa de los derechos humanos de los evangelizados, cosa que también la Iglesia de hoy tiene que hacer en nuestra sociedad.

Conclusión

Dos son, pues, hoy los peligros que tienden a reblandecer e incluso a eliminar el sentido misionero de la Iglesia, que es parte esencial de su misma naturaleza: un pluralismo religioso, no sólo como un hecho de la realidad, sino como un ideal que acaba por convertirse, en la intención de algunos pensadores cristianos, en una nueva superreligión universal que considera a todas las religiones como caminos equivalentes para llegar a Dios y obtener la salvación, negando, por tanto, toda legitimidad al anuncio de Cristo a los que no lo conocen.

El otro peligro es un laicismo beligerante, reedición de un laicismo trasnochado del siglo XIX, que hoy no sólo trata de limitar sino de excluir toda influencia de la Iglesia y de la religión en la vida pública, reduciendo la misión de la Iglesia, tanto hacia los creyentes, como hacia los no creyentes a un aspecto puramente espiritual y privado sin ninguna relevancia en la vida pública.

Es necesario que todos los católicos, y especialmente los sacerdotes, los agentes de la pastoral, religiosos y laicos, y los seminarios y demás instituciones de enseñanza, estemos muy alerta para no dejarnos sorprender por la primera tendencia que equivale a la total negación de lo que la Iglesia ha creído y enseñado durante veinte siglos, ni por la segunda tendencia, que pretende que la Iglesia debe conocer su propio ser y quehacer no a partir de las enseñanzas de Cristo, sino de lo que decida un laicismo intolerante y de signo totalitario. A éstos tenemos que decirles que, no obstante nuestra sincera obediencia a las leyes y a los gobernantes civiles, tenemos que “obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5, 29), cuando el poder político se extralimita y pretende actuar en contra de las leyes de Dios y de la dignidad humana.

Para terminar, queremos reafirmar lo que los obispos latinoamericanos dejaron escrito en el Documento de Aparecida: “Nosotros, como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo. Anunciamos a nuestros pueblos que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras”[9].

El Cristo que anunciamos “es la medida del verdadero humanismo –como dijo el Cardenal Ratzinger en la homilía antes citada-. Una fe adulta no es una fe que sigue las tendencias de la moda y las últimas novedades; una fe adulta y madura está profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Es una amistad que nos abre a todo lo bueno y nos da un criterio para distinguir lo verdadero de lo falso, y el engaño de la verdad”.

Nosotros que por gracia hemos creído, “no podemos dejar de proclamar lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 2).

COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL PROFÉTICA

PRESIDENTE
Mons. José de Jesús Martínez Zepeda

Mons. J. Guadalupe Martín Rábago                    Mons. F. Armando Colín
Dimensión de Doctrina de la Fe                               Dimensión de Animación Bíblica

Mons. Felipe Arizmendi Esquivel                        Mons. Alfonso Cortés Contreras
Dimensión de Cultura                                               Dimensión de Educación

Mons. José Antonio Fernández H.                      Mons. Rafael Sandoval Sandoval
Dimensión de Catequesis                                       Dimensión de Misiones

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