sábado, 26 de marzo de 2011

HOMILÍA DEL OBISPO DE CAMPECHE: DOMINGO III DE CUARESMA



DOMINGO III DE CUARESMA
27 de Marzo de 2011

Evangelio según san Juan 4, 5-42

INTRODUCCIÓN

El periodo de la cuaresma no siempre fue de la misma manera a como lo vivimos hoy. Con el paso del tiempo se fue estructurando poco a poco.

Hacia el siglo IV va tomando cuerpo la primitiva liturgia cuaresmal con un esquema catecumenal. Los tres domingos precedentes a la semana mayor tenían por fin introducir en la iniciación de la vida cristiana.

Por eso se interrumpe la lectura del Evangelio de Mateo, propio del ciclo A que estamos celebrando, y recurrimos al Evangelio de Juan, que por su teología y sus signos, es pedagogía conveniente para los catecúmenos. El pasaje del Evangelio de hoy es acentuadamente bautismal, emanado de aquel encuentro de Jesús con la mujer samaritana y el proceso gradual que le conduce a la conversión y al apostolado.

Respecto a este domingo, el Papa nos dice en su mensaje: La petición de Jesús a la samaritana: «Dame de beber» (Jn 4, 7), que se lee en la liturgia del tercer domingo, expresa la pasión de Dios por todo hombre y quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del «agua que brota para vida eterna» (v. 14): es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos «adoradores verdaderos» capaces de orar al Padre «en espíritu y en verdad» (v. 23). ¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín.

Aquel judío sediento sentado en el brocal del pozo que guarda en sí mismo un Agua Viva, toca la vida de aquella mujer insatisfecha, descubriéndole primero la sed verdadera y conduciéndola luego por el profundo sendero de la fe hasta volverse misionera de una buena noticia. Este episodio compagina muy bien con la primera lectura de hoy que narra el camino del pueblo de Israel por el desierto, en aquel éxodo hacia la tierra prometida. El pueblo siente sed y se rebela contra Dios y contra Moisés, su libertador. Israel no buscó, protestó; no confió, tentó al Señor; no supo encontrar el agua verdadera, entabló querella.

Ambas lecturas encuentran engarce en el mensaje de Pablo a los romanos que asegura la misericordia infinita de Dios cuando, aún siendo nosotros pecadores, nos redime y nos sacia con la sangre preciosa de Cristo. Su amor, como agua vertida en nuestros corazones, avala nuestra esperanza que no quedará defraudada.

Ojalá sepamos buscar en la misericordia de Dios, en la fe, en la confianza, en Cristo Jesús, la satisfacción de nuestra sed más auténtica e imperiosa de salvación.

1.- ITINERARIO DE FE

En esta página del Evangelio encontramos la hermosura de un Dios que se acerca al hombre y le habla al corazón, sin violentarlo, sin mancillarlo, sin atropellarlo en su misterio. Así, de un encuentro casual entre un judío y una samaritana, nace un encuentro de conversión y de salvación, con toda la densidad de la palabra.

Y es que así llega al hombre el buen Dios, se une a su camino, le habla de modo que le entienda, encuentra caminos insospechados a fin de hacerlo participar de su redención. Juan Pablo II escribía al inicio del presente milenio: Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona (NMI 31). Porque así es el actuar de Jesús, así debemos actuar sus discípulos. Aprendamos del Maestro.

Sentado junto aquel pozo, Jesús toma la iniciativa para llamar a la fe a aquella mujer. ¡Una samaritana! Recordamos que histórica y culturalmente judíos y samaritanos se repelen. Actualizando este atrevimiento sería como si un hebreo le pidiera de beber a un palestino, en medio del conflicto que se vive. Jesús lo sabe y sin embargo es la manera de propiciar un diálogo. En este primer intercambio de palabras, aquella samaritana le tendría por un hombre cualquiera si no fuera porque le sembró la duda sobre su identidad y un extraño indicio de poder. No es fácil seguir al Señor a donde pretende llevarnos, no es fácil abrazar la fe, no es fácil reconocer a Jesús y adherirnos a Él; y como nosotros, también aquella mujer pone sus resistencias: ni siquiera tiene con qué sacar el agua que ofrece.

Entrar en el misterio, dejarse conducir a la fe puede causar temor, sin embargo ya no es un judío como algún otro, ya le dice "Señor".

Pero sucedió como sucede hoy en día, buscamos lo superficial, nos entretiene lo espectacular, un agua que calme definitivamente la sed, pero sólo por ahorrar el trabajo y la fatiga. Beber de esa agua "milagrosa" tiene sus condiciones, mismas que Jesús delata con la sencilla petición de presentar al marido. El encuentro con el Señor nos confronta, nos descubre nuestros pecados y nuestros perversos secretos, nos echa en cara la incoherencia de nuestra vida, porque ante Él todo es claro y transparente.

Aquel hombre aparece como un profeta ahora y entonces Jesús da una cátedra del verdadero culto a Dios, porque sólo en espíritu y verdad se puede adorar al que es la Verdad y es el Espíritu. El Señor ha ido conduciendo poco a poco, de la vida a la fe a esa mujer, que quizá no era mala, sólo que no lograba saciar su sed verdadera. El terreno estaba preparado, habían llegado a donde el misterio se abre, a donde las promesas se cumplen. Jesús se revela ante la samaritana, con aquellas palabras que recuerdan las del Horeb: "Soy Yo" y descubren la presencia del Mesías.

Ahora sí, la mujer se había asomado al brocal del pozo del Agua Viva, comenzaba a conocer el don de Dios, la salvación también para ella que seguramente a los ojos del pueblo era tenida por pecadora. ¿Para qué servía ya su viejo cántaro donde intentaba apaciguar su sed? Empezaba a disfrutar un agua que se vuelve manantial. De regreso al pueblo, aquella que sólo iba por agua, volvía convertida en una evangelizadora, en una mensajera de la buena noticia. La fe de la samarita suscita la fe de sus paisanos porque le han visto diferente, satisfecha, sin sed. Sólo así es creíble la fe, cuando se vuelve testimonio de vida. La respuesta de la samaritana a aquel encuentro pone de manifiesta la tarea de todo misionero, de todo evangelizador: llevar a otros al encuentro con Jesús, para que no le conozcan de oídas, sino luego de estar con Él y de descubrirle como el Salvador.

Este es el culmen del itinerario de fe, reconocerlo y aceptarlo como el Salvador.
Vuelve a resonar una vez más aquel ya célebre texto del Papa Benedicto XVI que sintetiza la raíz del seguimiento de Cristo en la fe: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (DCE 1).

2.- AGUA VIVA

Toda la trama del Evangelio de este domingo resulta a partir del agua. Sin embargo, parecen distinguirse luego dos tipos de agua: una que no está en capacidad de extinguir la sed y otra tan abundante como viva.

En la Escritura, el agua contiene una riqueza singular de significados: es símbolo de los bienes mesiánicos, de la sabiduría, del don de Dios que en última instancia es la misma persona de Jesucristo. En su simbolismo natural, el agua es sinónimo de vida; los mismos hombres han buscado las orillas de los ríos o los acopios de agua para establecer los nuevos pueblos y habitar las tierras; y su ausencia es sinónimo de muerte, desolación, soledad, desierto. Por eso el evangelista Juan se vale de esta imagen para presentar a Jesús no sólo como agua que da vida, sino como un Agua Viva, como don que se contiene a sí mismo y se derrama, es un agua dinámica, inagotable, que se vuelve manantial y cuya consecuencia se llega hasta la vida eterna.

Esto es lo propio del Agua Viva que es Jesús, por eso no vuelve a surgir la sed, porque sacia eternamente. Cada vez menos personas tienen sed de eternidad, resulta una palabra vaga, utópica, irreal.

Pero si eliminamos la aspiración de vida eterna, quedamos sumergidos en una realidad que se derrumba por el dolor, la pobreza, la violencia, el absurdo y terminamos postrados por tierra.

Cuentan que al filósofo español Miguel de Unamuno le reprochaban su investigación acerca de la eternidad, y él, a pesar de su pensamiento laico respondía: "Yo no digo que merezcamos un más allá, ni que la lógica lo demuestre, digo que tenemos necesidad, lo merezcamos o no".

Pero es verdad, necesitamos eternidad, más aún, el deseo y la posibilidad se encuentran en nuestra misma naturaleza; somos creaturas pero llamadas a la vida que no tiene fin.

Cuánto más es ardiente el deseo de esta Agua Viva cuanto reconocemos que le eternidad es posible, que Cristo ha vencido al pecado y a la muerte, que la resurrección es una realidad, que el verdadero amor aspira a ser eterno.

Empero, para beber de esta Agua es preciso cumplir unos requisitos. La samaritana del Evangelio debía presentar a su marido y quedó al descubierto su pecado. La condición para tomar el Agua Viva es el reconocimiento de nuestras faltas, la conversión y el arrepentimiento, la decisión firme de no conformarse con el agua del cántaro, sino beber de la Fuente.

Es bueno reflexionar si nos basta el agua corriente, la que no llena los anhelos más íntimos del corazón del hombre o si queremos esa otra agua que brota como un venero y colma la sed más fuerte; la que precisa de un corazón limpio y contrito para surtir efecto de eternidad; la que despierta un deseo de cielo y no gusta de arrastrarse por el fango. En esta cuaresma, está manando Agua Viva de misericordia, ojalá busquemos acercarnos y refrescarnos en ella para llegar a la pascua con vivos deseos de eternidad.

3.- DAME DE BEBER

Ya en la lectura del Éxodo se anticipa el mensaje que mueve la narración del Evangelio. Aquel pueblo que había admirado el poder de Dios al sacarlo de la esclavitud de Egipto, se había dejado vencer por la tentación y la necesidad de agua. Torturado por la sed protestó contra Moisés, desconfió del Señor y añoró la esclavitud de otro tiempo. Pero la sed es una necesidad muy humana, tanto que el mismo Jesús sintió sequedad y pidió a la mujer samaritana un poco de beber.

El problema pues, no es la sed, es la actitud de poca fe, de rebeldía, de rechazo al plan de Dios lo que le ofende y lo que nos ciega.

Moisés, al golpe en la peña que Dios le indicó, hizo brotar de aquella dureza el agua para el pueblo, quedando al descubierto la fidelidad de Dios y su presencia en medio de ellos. Jesús por su parte, se presenta como la Roca de la que brota un agua nueva y diferente, el Agua Viva que llena hasta la saciedad mientras dura la marcha por el desierto y que salta incluso hasta la Tierra Prometida. La mujer del Evangelio había buscado hasta el cansancio llenar su falta de sentido, hartar su sed, pero había sido en vano. Había bebido una y otra vez del agua del cántaro, cinco maridos y un amante y no lograba satisfacer su vacío.

De frente a la Palabra de Dios, podemos hacerla nuestra recordando nuestras propias carestías y aridez y contemplar cómo hemos saciado su necesidad. Muchos de nosotros quizá hemos querido encontrar la felicidad en lugares equivocados; hemos pretendido dar por extinta la necesidad colmándonos de agua corriente, de cosas pasajeras. Cuántos esposos o esposas han bebido del cántaro de la infidelidad, de la traición; cuántos jóvenes se han volcado sobre el cántaro de las drogas, de los vicios, del placer irresponsable y deshumanizante; cuántos hombres y mujeres se saturan del cántaro del poder o de las riquezas; cuántos nos hemos llenado de esos cántaros de resentimientos, de superficialidad, de indiferencia, de soberbia, de pesimismo, de egoísmo, de tristeza, bebiendo hasta el cansancio, y seguimos teniendo sed. Al final del día, cuando nos cubre el silencio y la voz de lo infinito y eterno nos aturde, reconocemos que seguimos teniendo sed.

Por eso, la Buena Noticia nos alegra el corazón, porque hay un agua capaz de saciar para siempre la sed, hay un Agua Viva que no deja de brotar en el interior del que la bebe, siempre nueva, siempre fresca.

Que nuestra necesidad se vuelva súplica y petición; que sintamos sed de lo verdadero y eterno; que deseemos con vehemencia beber de la fuente de la Salvación; que nos hartemos de ir una y otra vez por agua en nuestros despreciables cántaros y nos atrevamos a decir, ahora nosotros, a aquel mismo judío, Señor, Profeta, Mesías y Salvador: Dame de beber.

A MODO DE CONCLUSIÓN

El matiz bautismal del tercer domingo de cuaresma, que nos ha descubierto a Jesús como el Agua Viva, ha de contribuir a acercarnos al brocal del pozo de la fe para saciarnos. Adentrándonos al corazón de este tiempo especialísimo hemos de tener sumo cuidado de no quedarnos con sed, de alimentarnos de la Palabra y de la Voluntad del Padre, como el mismo Cristo. Atendamos a la renovación de nuestro bautismo que nos ha transformados en templos vivos, en Garizín y Jerusalén, donde se da el culto espiritual y verdadero a Dios que es Espíritu y Verdad.

Estemos siempre alertas para que la posmodernidad, el materialismo y consumismo crecientes no ahoguen las legítimas aspiraciones humanas de trascendencia. Así como crece la demanda y el mercado, crecen las ofertas y las hay desde las más burdas y necias, hasta las más sutiles y veladas. Aceptando unas y otras, las de cosas materiales y afanes humanos, y las falsas experiencias espirituales, la paz mercantilizada y la felicidad comprada, el corazón seguirá inquieto, porque sólo encuentra paz -como decía San Agustín-, en el reposo en el Señor.

Sintamos deseos de vida y de eternidad, con tal ímpetu, que estemos dispuestos a convertirnos, a transformar nuestra vida, a dejar a un lado, tantos cántaros que nos distraen y nos dejan sedientos. Y una vez saciado nuestro deseo de Vida, nos volvamos heraldos de Jesús como el Salvador, con el recurso creíble de nuestro testimonio, y permanezcamos siempre sedientos de paz, de respeto, de dignidad y de eternidad.

Que el santo tiempo de cuaresma sea a la vez, el tiempo de gracia para todos nosotros donde tengamos un encuentro así, como el de la samaritana, y nos dejemos conducir por el camino que lleva a la fe, para que bebiendo del agua de eternidades, contagiemos a nuestros hermanos del deseo de probar, de una vez y para siempre, del Agua Viva que es Jesús.

Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche
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