domingo, 27 de marzo de 2011

25 DE MARZO: DÍA DE LA VIDA

LA IGLESIA, PUEBLO DE LA VIDA
Y PARA LA VIDA

Artículo del Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal, Encargado de la Comisión Diocesana para la Pastoral de la Comunicación Socia de la Diócesis de Campeche.

En nuestro camino espiritual de la Cuaresma, el pasado viernes 25 celebramos la solemnidad de la Anunciación del Señor, que hace presente el momento en el cual el Verbo de Dios, por obra del Espíritu Santo, se encarnó en la Virgen María y se hizo hombre, como nosotros.

Nueve meses antes del día de Navidad, la Iglesia nos invita a contemplar este acontecimiento de salvación y, con él, vivir el Día de la Vida. Al contemplar con asombro el misterio por el cual el Hijo de Dios se une definitivamente con la humanidad, descubrimos el valor incomparable de cada persona.

El Día de la Vida, instituido por los Obispos de México en el año 2000 para celebrarse cada año en nuestro País el 25 de marzo, en la solemnidad de la Anunciación del Señor, es una oportunidad para avivar nuestro compromiso de favorecer el amor y el respeto por la vida humana, ya que la Iglesia es «el pueblo de la vida y para la vida» (EV 78).

La vida de cada ser humano es sagrada, pues tiene su origen en el amor eterno de Dios que ha querido que cada persona sea imagen de su gloria y participe de la misma filiación de su Hijo. Por eso la vida es un bien, y cuidar de ella es un deber.

Sin embargo, actualmente existe una oscuridad que impide apreciar la grandeza y belleza de cada vida humana amada eternamente por Dios. Esta falta de luz afecta en primer lugar al reconocimiento de la dignidad personal del ser humano desde el instante de su concepción, tal y como se puede comprobar con la aprobación de leyes a favor del aborto, que hacen de este crimen un derecho.

Pero esta oscuridad sobre el origen sagrado y la dignidad absoluta de la vida humana se extiende a otros momentos de la existencia de las personas en los que se muestra y experimenta la fragilidad. Son muchos los que no descubren que la vida es un bien aún cuando viene acompañada por enfermedades graves, minusvalías psíquicas o físicas, momentos de pobreza, de soledad, de la debilidad que acompaña el paso de los años o en el momento del ocaso de la propia vida.

Iglesia: Pueblo de la vida y para la vida

Con motivo de esta jornada de la Vida, no podemos evitar traer a nuestra memoria aquellas palabras dirigidas por Dios al profeta Jeremías: «Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tu nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones» (Jr 1, 5). Sin duda esta providencia divina dignifica la condición de la vida humana.

Esta maravillosa revelación de que existe una vocación personal, un proyecto divino dirigido a cada ser humano, nos hace descubrir por qué la vida de cada persona, con toda su integridad y dignidad, está en el corazón del ser y de la misión de la Iglesia: Hemos sido creados por el amor de Dios y hemos sido redimidos por la sangre de Aquel que es, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6). De esta manera, los cristianos somos el pueblo llamado a acoger, custodiar, anunciar y celebrar el Evangelio de la vida.

En la Exhortación Pastoral “Que en Cristo nuestra paz México tenga vida digna”, los Obispos de México expresan que los mexicanos “somos un pueblo que ama la vida”. «Creemos en el “verdadero Dios por quien se vive”, como lo anunció Santa María de Guadalupe en el Tepeyac; confesamos en el Credo que el Espíritu Santo es “Señor y Dador de Vida”, por lo que la preocupación por amar y respetar la vida humana en todas sus etapas es expresión de la autenticidad de esta fe».

Amar y respetar la vida

Esta celebración del Día de la Vida es una invitación a la esperanza y una garantía de futuro. Los católicos descubrimos la necesidad de «reeducarnos para la cultura de la vida, reforzar el amor que le tenemos a la vida y asumir el desafío de empeñarnos decididamente en educar en la plenitud de la vida humana, en el respeto a la vida en todas sus manifestaciones y etapas, comprometiéndonos a formar una nueva generación que conozca, ame y promueva la cultura de la vida, que la reciba y la custodie desde la concepción hasta su término natural, que la favorezca siempre, más aún si es débil o necesitada de ayuda. Esta acción educativa debe darse en todo ambiente pero, de manera especial, en la familia, pues nuestro Dios, que es Dios de la Vida, confió este don sagrado desde el principio al amor responsable del esposo y la esposa».

Anunciar el Evangelio de la Vida

Toda persona humana «es mucho más que una singular coincidencia de informaciones genéticas que le son transmitidas por sus padres. La procreación de un hombre no podrá reducirse nunca a una mera reproducción de un nuevo individuo de la especie humana, como sucede con un animal. Cada vez que aparece una persona se trata siempre de una nueva creación».

Estamos ante verdades que están iluminadas por la fe pero que son accesibles a la recta razón: «todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, aun entre dificultades e incertidumbres, con la luz de la razón y no sin el influjo secreto de la gracia, puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término» (EV 2).
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