domingo, 20 de febrero de 2011

LA BANDERA: SÍMBOLO DE IDENTIDAD Y UNIDAD

LA BANDERA NO EXPLICA UNA PATRIA, LA CONSTRUYE

Escrito por: Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal

En la Exhortación pastoral “Que en Cristo, nuestra paz, México tenga vida digna”, los Obispos mexicanos han insistido en la necesidad de renovar la mente y el corazón de los mexicanos y las mexicanas para superar la crisis de inseguridad y violencia que vive nuestro país.

«México será nuevo sólo si nosotros mismos nos renovamos» (n. 189), porque entonces surgirán «nuevas formas de relacionarnos con las personas con quienes convivimos día con día, nos permitirá construir comunidades sanas y justas» y nos capacitará para solucionar de manera pacífica cualquier conflicto.

Para conseguir esa ansiada renovación es indispensable una formación integral de la persona, formación que incluye el aspecto cívico, por lo tanto el respeto a todos aquellos signos y símbolos que nos identifican como mexicanos.

En la vida siempre necesitamos símbolos, imágenes concretas que logren condensar las vivencias, los anhelos, los proyectos, las luchas, que están presentes en el alma de las personas y de los pueblos.

El color verde, el blanco y el rojo; un águila real mexicana posada sobre un nopal que nace en una peña que emerge de un lago, sujetando con la garra derecha y con el pico, en actitud de devorar, a una serpiente, llegan a formar una sola imagen que se estampa y se lleva sobre cada objeto que se refiere a la Patria.

Son los símbolos patrios; la bandera y el escudo Nacional, creados en esa apasionada búsqueda de unidad y libertad bajo la esperanza de un nuevo y esperanzador amanecer. Símbolos patrios creados en esa apasionada búsqueda de identidad, por la necesidad de sentirse alguien, y de decirse algo breve y claro, que sea programa de acción y comprometa en la construcción de un México mejor.

El próximo 24 de febrero celebramos el Día de la Bandera Nacional, «legado de nuestros héroes» y «símbolo de la unidad de nuestros padres y de nuestros hermanos»; como un sentido homenaje a este símbolo patrio que debe inspirarnos a permanecer «siempre fieles a los principios de libertad y justicia», para comprometernos en la construcción de una Patria nueva, «humana y generosa», desempolvo y les comparto un bellísimo cuento del padre Mamerto Menapace titulado así precisamente: “La Bandera”

«Los pueblos para caminar –comienza diciendo el cuento– necesitan una bandera. Los hombres para vivir necesitan una verdad. Pero diría que fundamentalmente necesitan una verdad para morir. Porque los pueblos en marcha no necesitan tanto la bandera como compañera de ruta, sino como símbolo que debe ser plantado en la meta que es la finalidad de la marcha. Se lleva una bandera para plantarla en la cumbre, no para guarecerse en la marcha.

El labrador no lleva la semilla para consolarse en su peregrinación de siembra, sino para dejarla en el surco, que es la meta de su caminar.

Así también los hombres, peregrinos hacia la muerte y el más allá, necesitan de esta verdad que los identifique como personas, para dejarla plantada allí en su meta. Pero para poder tenerla en el momento de la llegada, es necesario llevarla a través de la marcha. Hay que comprometerse con ella en el caminar, hay que convertirla en propia. Hay que despojarla de todo lo accesorio, simplificándola hasta reducirla a esa verdad simple y pura que casi se identifica con la persona, con su mensaje, con su misterio que es semilla.

Normalmente los pueblos descubren su bandera en la marcha. Y casi siempre surge espontánea, exigida por el apremio de las circunstancias, impuesta en su forma y en su color por humildes detalles de la vida del pueblo y de la geografía de su marcha. No existen banderas en busca de pueblos. Lo que existen son pueblos en marcha, que generan banderas.

Si el pueblo es verdadero, su bandera también lo será. Porque su intuición terminará por rechazar las banderas impuestas, las que no pertenecen a su verdad. Lo que existen son hombres verdaderos que en su marcha dan expresión a la semilla de verdad que Dios mismo ha sembrado con su evangelio en la propia cultura.

La bandera no explica una patria: la construye. No me da un exacto conocimiento del pueblo que la enarbola: me compromete con él. La verdad de un hombre que vive y por la que ese hombre muere, se convierte en consigna para aquellos que siguen su huella.

Llegará un día en que la historia de la bandera se identificará con la de su pueblo y con su misión, simplemente porque tras ella se escondía el alma de ese pueblo. Porque las banderas que se plantan en la meta no son banderas nuevas, recién desembaladas. Son banderas descoloridas, desflecadas por los mismos vientos que curtieron a su pueblo; heridas y simplificadas por los mismos riesgos que él vivió.

En la muerte que definió la marcha de ese pueblo, la bandera dejó un jirón y se enriqueció con una herida que la empobreció pero que a la vez la hizo más propia de ese pueblo. Más suya, y por tanto más exigente de fidelidad, más comprometedora en su capacidad de conducir a la meta».
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