lunes, 14 de febrero de 2011

QUIEN ENCUENTRA UN AMIGO, ENCUENTRA UN TESORO

ENTRE AMIGOS, PRIMERO EL AMOR

Escrito por: Pbro. Richard L. Clifford, Misionero de Maryknoll, sacerdote católico y colaborador de la Pastoral del Amor en la Arquidiócesis de Yucatán.

Un amigo fiel, no tiene precio.
Quien lo posee ha encontrado un tesoro.
Ecl 6, 14

Cierto domingo, mientras saludaba a la gente que salía de la misa un jovencito se me acercó junto con su hermanito, quien estaba llorando. “Padre, ¿me hace el favor de darle a mi hermanito un abrazo? Es que se perdió en el momento de la paz y nadie le hizo caso”.

Cariñosamente me incliné a poner al niño en mis brazos para calmarlo. En ese momento pensé en tantas personas —desde niños hasta ancianos— necesitan siempre una buena muestra de amor y amistad, de sentirse querido, apreciado, “importante”.

Bellísimo es leer aquel amor que Jesús expresa por sus discípulos: “El Señor siempre había amado a los suyos que estaban en el mundo y así los amó hasta el final” (Jn. 13,1). Además, en el encuentro de Jesús con San Pedro, después de la Resurrección, Jesús no dijo absolutamente nada referente a la negación de Pedro en relación con el Señor (Jn. 13, 38). Sólo le preguntó tres veces: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (Jn. 21, 15-17).

Nos conviene aprovechar este mes para examinarnos en cuanto a lo que llamamos amor y amistad y todo lo que se incluye en su entendimiento, a fin de enriquecer nuestras relaciones personales, familiares, matrimoniales, sociales, religiosas, profesionales, etcétera.

Incontables son los temas que tratan del amor que tanto cautiva los estudios y los escritos de teólogos, filósofos, poetas y amantes. San Pablo lo expresa hermosamente: “Tener amor es saber soportar, ser bondadoso, no tener envidia, ni ser presumido, ni orgulloso, ni grosero ni egoísta; es no enojarse ni guardar rencor, es no alegrarse de las injusticias sino de la verdad. Tener amor es sufrirlo todo, creerlo, esperarlo todo, soportarlo todo” (1Cor 13, 4-7).

Leemos poco de aquella virtud que los sabios han considerado como el más alto de los amores: la auténtica amistad: “Un amigo fiel no tiene precio. Quien lo posee ha encontrado un tesoro” (Eccl. 6, 14).

Puesto que la amistad suele carecer del exaltado “romanticismo” —caracterizado por sus amorosas manifestaciones de dulzura, ternura y palabras expresivas—, solemos tratar ese sentimiento con cierta ligereza y superficialidad.

La ausencia en la amistad de lo sentimental nos “convence” de su “inferioridad”, frente al amor. Sin embargo, la amistad es esencial al íntegro desarrollo del amor. Pues la verdadera amistad tiene como base una visión mutua de intereses comunes.

Sus excelentes cualidades hacen que el amor —nutrido por la amistad— sea más sólido, maduro y valioso.

La genuina amistad está libre de desagradables y dañinos celos que destruyen la mutua confianza. Por eso admite muchas otras buenas y profundas amistades, apreciando su necesidad y belleza. Dicha amistad exige buena comunicación mutua, por medio de la cual los amigos se conocen mejor entre sí.

La verdadera amistad es incapaz de contenerse sólo con manifestaciones superficiales. “Yo los llamo mis amigos —dice el Señor— porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho” (Jn. 17, 15).

Paradójicamente, es imposible amar a una persona sin que exista la verdadera amistad entre ambos. Esta falta de un amor bien basado en la auténtica amistad constituye una de las razones principales por las cuales un matrimonio puede llegar a ser egoísta, pragmático e infeliz. Queridos hermanos: En el espíritu de las bellísimas virtudes de la amistad y el amor, que ennoblecen y enriquecen nuestras relaciones humanas, les deseo ¡muchas felicidades!, con mis oraciones por su paz y bien.
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