lunes, 1 de noviembre de 2010

LOS FIELES DIFUNTOS

Escrito por: Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal

Estamos iniciando el mes de Noviembre, durante el cual el recuerdo nos conduce, instintivamente, hacia nuestros seres queridos difuntos; recordamos a todos los que nos precedieron en la fe y duermen ya el sueño de la paz.

Es tradición de nuestra religiosidad popular hacer memoria de todos ellos y rezar especialmente para que sea completo su gozo en la presencia definitiva de Dios-Padre.

El recuerdo de nuestros difuntos alcanza su máxima expresión los días 1º y 2 de noviembre, en los que la Iglesia, de manera especial, ora por los difuntos, pero que es una de las tradiciones que, para el pueblo de México, hunde sus raíces en la época precolombina.

El dos de noviembre es el día de los afectos, de los sentimientos. Recordar a nuestros seres queridos difuntos, orar por ellos, llevar flores a su tumba, permanecer en silencio dejando que surjan del corazón aquellos momentos imborrables de nuestra vida transcurrida con ellos, es una necesidad que se encuentra en lo profundo del corazón de cada hombre y mujer.

Cada uno de nosotros tiene su pequeña lista de seres queridos difuntos, en la que cada nombre escrito lleva consigo recuerdos, emociones, nostalgia… A algunos de nuestros seres queridos los hemos acompañado y atendido hasta el último momento; otros en cambio, han desaparecido a nuestra mirada sin la posibilidad de ofrecerles una palabra o un gesto final.

Es la muerte existencial, «aquella que se matiza de misterio y de temor, que golpea a todos: creyentes y no creyentes. La muerte hecha de agonía, de dolorosa separación; que va acompañada de nostalgia, del deseo de tener nuevamente cerca a quien se ha ido, como si fuera muy pronto para partir, o prematuro, ante la mirada de quien permanece en la tierra; como si fuera muy pronto para quien quisiera hacer lo que no ha hecho y que ahora el tiempo no le permite hacer; que deja un velo de melancolía y una huella de dolor, el dolor de la pérdida».

La liturgia de la misa por los difuntos remarca insistentemente el vínculo que nos liga indisolublemente a nuestros seres queridos difuntos; un vínculo establecido no únicamente por el recuerdo, que nos permite revivir el pasado, sino constituido, además, por la certeza de que ellos continúan viviendo en la presencia de Dios.

Para nosotros, cristianos católicos, nuestros seres queridos difuntos aún viven, pero ahora viven en Dios. Por tanto, conmemorar a nuestros difuntos significa recordarlos unidos a Jesús, viviendo por Jesús, con Jesús y en Jesús.

Ante el misterio de la muerte, la fe viene en nuestra ayuda, iluminándola con la resurrección de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi, aunque haya muerto, vivirá» (Jn 11,25). La fe nos asegura que la muerte no es el final.

Esta certeza nos viene de la fe: ¡Dios nos ha creado para la vida! No caminamos hacia el abismo, hacia la nada, hacia la destrucción... Nuestra vida no tiene término, sino meta. Es decir, con la muerte la vida no se acaba, sino que se transforma. De la misma manera como la muerte de Cristo en la Cruz no fue el final, sino el paso a la nueva existencia resucitada y gloriosa.

La celebración de los Fieles Difuntos, entonces, es una celebración de la esperanza cristiana. Es el también llamado “Día de muertos” en nuestra cultura autóctona. Parecería que la muerte es la protagonista de esta celebración, sin embargo, nosotros celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte. Frente a la muerte, la esperanza cristiana nos anima a descubrir que también nosotros resucitaremos como Jesús ha resucitado.

En la muerte está la semilla de la promesa de la vida nueva y eterna. Si nuestros seres queridos difuntos ahora “viven en Dios”, la muerte no destruye el vínculo afectivo entre nosotros y ellos.

Por eso al visitar el cementerio suele llevarse flores, signo que expresa el afecto que sentimos por la persona que está sepultada en esa tumba y que, además, manifiesta nuestra fe en la vida eterna, pues para quienes tenemos fe, la vida no se acaba, sino que se transforma. Seguimos amando a nuestros seres queridos aunque de una nueva forma.

Si cuando estaban entre nosotros le manifestábamos nuestro amor y afecto a través de un abrazo, una caricia, un gesto solícito, un regalo; ahora que físicamente ya no están entre nosotros, le manifestamos nuestro amor y cercanía a través de una oración, de una veladora que encendemos por ellos, de una misa que ofrecemos por ellos, una flor que se deposita sobre su tumba, una visita al lugar donde ha sido sepultado, y, sobre todo, poniendo en práctica todas las cosas buenas que nos enseñaron durante su vida.

Este 2 de Noviembre de 2010, conmemoración de los Fieles Difuntos, oremos por todos aquellos, hermanos nuestros, que esperan en el camino de la purificación, la recompensa final. Nuestras oraciones hacen más corto su tiempo de espera. Pero que este día no sea una simple conmemoración, sino que la fe en Cristo, vivo y resucitado, acreciente en nosotros la esperanza de poder encontrarnos un día todos unidos con Cristo y con nuestros seres queridos difuntos en la alegría de la vida eterna.
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