sábado, 27 de noviembre de 2010

HOMILÍA DEL OBISPO DE CAMPECHE: DOMINGO I DE ADVIENTO


DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO
28 de Noviembre de 2010

Queridos amigos y hermanos: Quiero comenzar diciendo y deseándoles a todos: ¡Feliz año nuevo! En efecto, con el primer domingo de Adviento, que hoy celebramos, iniciamos un nuevo año cristiano. Este tiempo fuerte de gracia que ahora inauguramos, además de que quiere preparar los corazones para revivir el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne, también pretende llamarnos la atención y ayudarnos a disponer nuestra vida en la espera de aquella última venida del Señor, donde lleno de gloria, vendrá a juzgarnos en el amor. ¡Ya viene el Señor! ¡Se acerca nuestra salvación! ¿Estaremos preparados para este encuentro con Cristo?

Del Evangelio según san Mateo 24, 37-44:

«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Así como sucedió en tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos.

Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada.

Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre”». Palabra del Señor.

INTRODUCCIÓN

No podemos quedarnos en el mero recuerdo, ciertamente emotivo e intenso, del nacimiento de Jesús en el portal de Belén, ni conformarnos con los villancicos, las posadas y el árbol y los adornos de navidad. Debemos lanzar la mirada un poco más allá, donde se acierta a recordar también que un día vendrá el Señor para juzgarnos y dar a cada uno su recompensa.

Así entendemos el por qué de la insistencia en las lecturas de este domingo de la necesidad de una vida nueva y distinta, de modo que seamos dignos de participar de la misma gloria de Jesucristo.

El revestirnos de la gracia de Cristo y disponernos a caminar de una buena vez a la luz del Señor es la mejor manera de preparar, tanto el memorial de su nacimiento, como la esperanza de su próximo advenimiento.

Al fin de cuentas, la palabra que Dios nos dirige hoy no es otra cosa sino un mensaje de alegría, de gozosa expectación, del día grande de la liberación definitiva. En las mismas palabras de la carta a los Romanos escuchamos esta urgencia: "Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca". Y luego: "La noche está avanzada y se acerca el día".

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo bellísimo del Adviento que nos prepara a la Navidad nos ponga atentos a nuestra propia vida y que disponga nuestros corazones para el encuentro verdadero con el Señor, puesto que el mismo que contemplaremos envuelto entre pañales vendrá un día entre las nubes del cielo como Juez justo y misericordioso.

1.- UNA PALABRA SOBRE EL ADVIENTO

Los acontecimientos importantes, por lo general, se preparan con anticipación, de manera que dicho suceso alcance los fines propuestos y rinda frutos y beneficios.

Asimismo, el Adviento (ad ventus, llegada) es el tiempo fuerte de gracia que nos dispone a la celebración de la Navidad y nos lanza al futuro, a la Parusía.

El año litúrgico que guía la vida de la Iglesia compendia y revive los momentos significativos de la historia de la salvación. Así, sintéticamente, recordamos la Antigua Alianza que, con la revelación amorosa de Dios al pueblo de Israel, los preparaba para recibir al Salvador; luego en la plenitud de los tiempos, el género humano recibió al Hijo de Dios nacido de una mujer y bajo la ley para liberarnos; después, el mundo escuchó el mensaje y el anuncio del Reino, testificado e implantado por la pasión, muerte y resurrección de Cristo; por último, la Iglesia entera como sacramento de la salvación traída por Jesucristo, camina peregrina hacia la patria eterna.

El Adviento es precisamente esa preparación a la llegada de Jesús, el Mesías, buscando ser recibido, como hace más de dos mil años, en el corazón de los creyentes; la plenitud de los tiempos, el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne mortal se rememora en el tiempo litúrgico de la Navidad que concluye con el Bautismo del Señor, que a su vez, marca el inicio de su ministerio. Durante el Tiempo Ordinario nos esforzamos por conocer el mensaje y asimilar la nueva ley del amor hasta llegar a la Cuaresma que, como tiempo fuerte, dispone también al momento culmen de la vida de Jesús, su pasión, su muerte y su Pascua.

Con la fiesta de Pentecostés se abre el último momento de la historia de la salvación, donde la Iglesia con la fuerza del Espíritu Santo se encamina al encuentro final con su Señor en la segunda parte del Tiempo Ordinario.

La visión panorámica del año cristiano le inyecta dinamismo al tiempo de Adviento que hoy iniciamos: es la espiritualidad propia del creyente que vive en la esperanza del retorno definitivo de Cristo el Señor; es la espera que no se sienta a contemplar un nacimiento, sino que se pone en acción para enderezar los propios caminos de modo que estemos preparados para recibir al Salvador; es la conciencia de que estamos en marcha y de que el Señor está cerca.

Estamos iniciando, una vez más, la celebración del misterio de Cristo, de ese misterio que nos da vida en abundancia.

2.- CUANDO VENGA EL HIJO DEL HOMBRE

Cuando el pasaje evangélico se refiere a la venida del Hijo del hombre da por supuesta la aceptación de la primera venida, la que ha sido registrada por la historia y que de hecho, la divide en adelante como antes y después de Cristo.

El primer domingo de Adviento enfoca toda su fuerza en un llamado a la vigilancia en miras a la última venida del Señor. Esto nos da pie para que meditemos un poco, hermanos y hermanas, en la presencia y cercanía de Dios con nosotros su pueblo.

Es motivo de alabanza y admiración el singular milagro y manifestación del amor de Dios que nos ha dado a su Hijo Unigénito en nuestra misma carne. El que era rico y poderoso, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, pasando por uno de tantos, como lo canta la Carta a los Filipenses del apóstol Pablo. La creación entera enmudece ante tal prodigio de Dios hecho hombre y sólo así puede escuchar el cántico de glorificación y la realización de la paz en aquellos en los que Dios se complace. La venida histórica de Jesús arranca el tiempo de la gracia, la salvación ha llegado.

Por otra parte, lo que distingue la fe de los cristianos es la consumación de todo cuando vuelva el Señor, en aquel glorioso y definitivo retorno de Cristo que sostiene la esperanza de la Iglesia y se presenta como meta final de nuestra peregrinación. El Papa Benedicto XVI nos ha regalado una exquisita justificación de la esperanza cristiana en su encíclica Spe Salvi, que en palabras semejantes nos dice:

"Nosotros necesitamos tener esperanzas que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, ninguna nos basta. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega... Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es «realmente» vida" (Cfr. n. 31).

La experiencia de dolor y sufrimiento, de injusticias y desigualdades, de pecado y maldad exigen un juicio último que instaure precisamente lo que ahora se carece: amor, justicia, paz, alegría, vida y salvación.

Pero entre la primera y la última venida constatamos aquellas otras constantes venidas de Cristo al hombre. No podemos negar que la gracia de los sacramentos es gracia de Cristo que se hace presente y santifica al creyente; y qué decir de aquella venida por excelencia, tan espectacular como ignorada, de Cristo a los altares en la Eucaristía, real y verdaderamente presente con su cuerpo y sangre, alma y divinidad. Y de esas otras venidas, tan discretas y sutiles como la presencia de Jesús en los pobres y en los signos de los tiempos y acontecimientos de la vida.

El reconocimiento de la venida inicial, final y constante de Jesucristo al mundo nos grita a la cara el amor de un Dios que se ha desposado con nosotros y está a nuestro lado hasta el fin del mundo.

3.- UNO SERÁ LLEVADO, EL OTRO DEJADO

El símil de lo acontecido en tiempos de Noé y las imágenes apocalípticas de los hombres en el campo y las mujeres que muelen el trigo refuerzan la intención de este Evangelio de hacer notar la realidad de un juicio final.

Al término de los tiempos, cuando llegue el Señor, serán separados los justos de los injustos, los esforzados de los indiferentes. He aquí, en palabras más claras, el mismo mensaje. Cristo viene ahora, en el recuerdo de su nacimiento para poner de manifiesto su amor y su plan de redención, pero también como advertencia de los que está por venir.

Si el Adviento no logra alcanzar su objetivo de encarnar a Jesús en nuestras vidas, lo que ahora describe el Evangelio será una realidad.

Serán tomados para Dios los que lo han tomado en serio, y serán dejados los que han dejado de esperar y lo han dejado a Él a un lado de sus prioridades. No significa en manera alguna la sentencia previa del fin de los tiempos y del juicio que nos aguarda, sino más bien la reflexión y motivación para esperar actuando, para vivir en el esfuerzo constante, para entablar la lucha que nos alcance el cielo.

Lo interesante de este asunto es que la decisión entre quien es tomado y quien es dejado no depende de Dios, sino de nuestro propio esfuerzo, de nuestra decisión, de nuestro modo de vivir y de esperar, puesto que ese es el deseo de Dios, que todos se salven, ya que Él viene y se encarna no para condenar al hombre sino para redimirlo.

4.- VELEN Y ESTÉN PREPARADOS

Como desenlace del episodio evangélico de hoy aparece la invitación urgente a velar y estar preparados. Se vela y se aguarda aquello que parece importante para las personas como la enfermedad, la llegada de un ser querido o un hecho significativo. Cuánto más si hablamos de la propia salvación. Este es el modo como quiere el Señor que lo esperemos, velando y cuidando de nuestras vidas para que seamos gratos y dignos de la vida que Él nos trae.

Así, podemos combinar el hermoso tiempo del adviento con todas sus manifestaciones y la espera definitiva del Señor que se acerca a cada uno. Y precisamente porque no sabemos ni el día ni la hora de nuestro encuentro con Dios, conviene que permanezcamos siempre en vigilia y preparados, como el padre de familia que evita que entre el ladrón y saquee la casa. No dejemos, queridísimos amigos y hermanos, que nos invada el pecado y el Señor nos sorprenda con un corazón ocupado en otras cosas y desprovisto de los méritos necesarios para alcanzar el premio de la vida eterna.

El púrpura con que ahora nos vestimos quiere reflejar esta actitud a la que el Señor nos llama, la vigilancia y la disposición para su venida. Puesto que cuando menos lo esperemos, cuando más estemos distraídos y desprevenidos puede tocar Dios a nuestra puerta. No dejemos de atender a las palabras de la segunda lectura:

"Comportémonos honestamente. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nada de pleitos ni envidias", para que cuando venga el Hijo del hombre estemos revestidos de Él y seamos asociados su felicidad que no tiene fin.

Así se vive el auténtico adviento, puestos en pie y aguardando con las lámparas de la fe, de la esperanza y de la caridad ardiendo.

A MODO DE CONCLUSIÓN

La llegada del Señor que se acerca es la respuesta al desencanto, al cansancio de la vida, al sinsentido que azota al hombre de hoy. Es nuestra convicción el ya de la salvación inaugurada con la encarnación y el nacimiento de Cristo y el aún no de la espera gozosa de su advenimiento. Vivir en un constante adviento es la forma más sabia de conseguir la salvación: celebrando el recuerdo de su llegada entre nosotros, disfrutando y aprovechando su venida constante en los sacramentos, en los pobres y en los acontecimientos y aguardando con un corazón limpio su vuelta final. Miren que el adviento es tiempo de esperanza, es motivo de alegría porque se acerca nuestra liberación.

Con este estilo de vida y esta espiritualidad cristiana celebremos al Rey que viene, al Señor que se acerca y vayamos con alegría, como dice el salmo, al encuentro del Señor. ¡Ánimo!

Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche
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