lunes, 18 de octubre de 2010

LA AUTÉNTICA EDUCACIÓN CONTIENE VALORES PARA LA VIDA

Escrito por: Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal

Hoy clausuramos la Semana de la Familia 2010 realizada en todas las parroquias y comunidades de las iglesias particulares de Campeche, Cancún-Chetumal, Tabasco y Yucatán, que, juntas, en comunión, forman la Provincia Eclesiástica de Yucatán.

Desde el lunes 11 y hasta el viernes 15 de octubre las familias católicas nos hemos dado a la tarea de reflexionar sobre nuestra labor en la educación de los hijos, con la mirada puesta en que la Familia es la esperanza para construir un mundo mejor. En los talleres de reflexión hemos descubierto que la educación de los hijos es una de las responsabilidades de los padres de familia, a la cual no se puede renunciar, ni trasladar a otro. La escuela, la Iglesia, los clubes de servicio, colaboran, pero no suplen a los padres de familia.

Una educación que debe ser vivencia de la experiencia del amor, que es el lazo vinculante entre las personas que integran una familia. El amor pasa así de ser un sentimiento a ser una manera de vivir: respeto, apoyo, comprensión, ayuda, solidaridad, perdón. A propósito de esta Semana de la Familia, les comparto un cuento del padre Mamerto Menapace titulado “Buscando el Mar”.

«Como todos los ríos, también él se había puesto en movimiento buscando el mar. No lo conocía. Simplemente lo intuía, como un destino. Como un llamado.

Cuando la primavera de la vida puso su nieve en movimiento, contra lo primero que chocaron sus aguas alertadas fue precisamente con las rocas que hasta ese momento le habían cobijado. Tal vez le resultó difícil encontrar su cauce y ubicar un rumbo. Pero había una fuerza imperiosa que lo ponía en movimiento. Siempre hacia abajo, siguiendo su instinto de agua en movimiento, sentía estar respondiendo al misterio de su existencia, buscando un encuentro.

Los ríos son agua en movimiento que busca el encuentro con el mar. El mar lejano y desconocido los atrae. Y respondiendo a esta profunda y misteriosa atracción, arrastran su pecho por la tierra, embarran su caudal, atropellan los obstáculos y abren surcos que serán su propio cauce.

Pero hay ríos que renunciar a llegar al mar…

Hay algunos que lo hacen porque no les alcanza el caudal y terminan por morir en los arenales. Otros, en cambio, abandonan su tensión por el mar y se convierten en lagunas: las lagunas son ríos que olvidaron su tensión por el mar. Cansadas de andar y vencer obstáculos, prefieren construir su propio océano en el hueco de alguna hondonada, o en los esteros de la tierra anegadiza. Y allí se quedan, engañándose a sí mismos, creyendo haber llegado cuando en realidad simplemente se han detenido. Señal de que no fueron muy lejos.

Pero hay otro tipo de ríos que tampoco llegan al mar. A éstos ni les ha faltado caudal, ni han abandonado su tensión por el mar. Al contrario. Allí donde su cauce se embreta y corre más apasionadamente pudiendo vencer las rocas, han encontrado un dique los sofrena. Sus aguas tumultuosas, al no poder seguir su curso normal, se arremolinan acorraladas y comienzan a trepar lentamente las laderas acumulando toda su energía. Se parecen a las lagunas. Pero hay algo importante que las diferencia: anidan en la altura y aceptan una turbina que las desangra.

Insisto que no han abandonado su tensión por el mar. Al contrario. Al sentirse contenidas por el dique que se interpone en su libre carrera instintiva, su ímpetu se acumula y se potencializa cada vez más. Incluso su fuerza puede llegar a ser peligrosa, si el dique cede. Entonces todo su caudal liberado e golpe se convierte en avalancha de piedras, barro y agua, destruyendo todo lo que encuentra a su paso. Ha habido ciudades destruidas por aguas desenfrenadas.

Pero si el dique resiste, porque se ha asentado sobre la roca, entonces la fuerza acumulada se canaliza a través de la turbina y se convierte en luz, en energía, en calor. El caudal se desfleca por las acequias y va a regar los surcos, creciendo por los viñedos hacia el vino, por los trigales hacia el pan, por los olivares hacia el aceite que alumbra, suaviza o unge. Gracias a su fuerza acumulada, entra en cada casa para el humilde servicio de abrevar, refrescar o lavar.

Nuestro río es de este tipo. Aceptando el dique que frena sus instintos de correr libremente hacia el mar, se hizo lago. No tenía mucho caudal, pero lo alimentan las nieves de la cordillera patagónica, y tiene cerros en su camino. Y en los Cerros Colorados su curso fue interceptado. Encorvó su lomo gredoso al sentir frenado su ímpetu, y actualmente sigue buscando ansiosamente el mar a través de la turbina que canaliza toda su energía. Y buscando el mar, llega hasta mi mesa hecho luz. La luz que alumbra nuestra casa, nuestra ciudad. Porque este río no está esclavizado. De ninguna manera. Ha sido liberado para ser puesto al servicio».

Así debe ser la educación que fa familia da a los hijos: Debe animarlos y capacitarlos para la vida, fomentar la esperanza como actitud permanente ante la vida, fortalecer la perseverancia para que no renuncien a sus sueños, a sus ideales, a su destino.

Tenemos el reto de «reconstruir un fuerte entramado educativo dentro y fuera de la familia, porque la destrucción de los valores a la que asistimos no se remedia con lamentos inútiles y palabras ineficaces, sino con la regeneración educativa de personas verdaderamente libres y libremente verdaderas».

Señor Jesús, ayúdanos a vivir con alegría nuestra vocación de familias educadoras.
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