Escrito por: Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal
La persona de Jesús es, para quienes creemos en Él y nos esforzamos por ser discípulos y misioneros suyos, una buena noticia de vida. El Evangelio lo presenta como aquél que con su vida y su persona empieza a ser realidad la esperanza judía de la paz definitiva y la promesa del Reino de Dios.
Jesús anuncia y trae la verdadera paz, que es para todos y que supone una alegría sin excepciones. Jesús rechaza toda forma de deshonestidad y de violencia, grande o pequeña, y pide a sus discípulos estar atentos, vigilantes, para que también la rechacen.
La semana pasada en esta misma columna, que tan amablemente publica CARMEN HOY, les comentaba sobre la honestidad, como un valor imprescindible en las relaciones interpersonales, para que puedan desarrollarse en un ambiente de confianza, concordia y armonía, pues garantiza la credibilidad de una persona. Creí que ese artículo era suficiente para abordar el tema de la honestidad. Sin embargo, un acontecimiento vino a cambiar mi deseo de abordar otro tema esta semana.
Sucede que el domingo pasado uno de los feligreses que acude puntualmente cada domingo a la misa de las doce del mediodía extravió su celular en la Capilla. En algún momento, parece ser que durante la consagración, al ponerse de rodillas, el celular se le cayó de la funda que tenía en el cinturón. Sin darse cuenta, al término de la Misa regresó a su casa; al notar de la desaparición del celular regresó pero ya no le fue posible encontrarlo.
¡Sí! Allí en la Capilla. Parece que la persona que lo vio, pensó que era un regalo y se quedó con él en lugar de entregarlo para cuando apareciera el dueño le fuera devuelto. No. Simplemente lo vio, lo tomó y se quedó con él.
Aquel domingo por la tarde algo se agitó en mi interior. No podía creerlo. Para mí era inconcebible que una persona que, quizá, acababa de participar en la Eucaristía dominical hiciera caso omiso de la invitación de Jesús a rechazar todo tipo de violencia, mal, deshonestidad.
¿Será que esta persona es consciente de que con actitudes como la suya estamos, entre todos, poniendo obstáculos a las relaciones interpersonales en nuestra sociedad y estamos consiguiendo hacer inhabitable nuestro mundo?
Y es que la vida comunitaria es la primera víctima. La percepción de inseguridad y de deshonestidad, así como el miedo, conducen a las personas a buscar espacios seguros refugiándose en sus propias casas, aislándose, encerrándose en el individualismo y en la desconfianza, en el enojo, en el resentimiento y en el deseo de venganza.
Por eso les comentaba la semana pasada que la honestidad se manifiesta en la conducta que la persona observa hacia el prójimo, porque expresa el respeto por uno mismo y por los demás; la honestidad matiza la vida de apertura, confianza y sinceridad; expresa la disposición de vivir en la luz, mientras que la deshonestidad es una disposición a vivir en la oscuridad.
Estos acontecimientos vividos en las últimas semanas, me llevaron a recordar mi estancia en la ciudad de Roma, la ciudad eterna, la ciudad del Papa; a mi mente vinieron las imágenes de aquellos días en los que tomaba el tren urbano de Monteverde, cerca del Colegio Mexicano, y que me llevaba hasta Plaza Argentina, donde descendía para dirigirme caminando hasta la Universidad Gregoriana.
Recordé aquellos días de sol y lluvia, en los que uno debía, por precaución, llevar el paraguas; sólo por si llovía después, porque en ese momento el sol resplandecía en el firmamento. A mi mente retornaron las imágenes frecuentes de algún paraguas olvidado por su dueño en el tren; el tren podía completar una, dos, tres… diez vueltas, y el paraguas seguía allí, sin que nadie, que no fuera su dueño, lo tomara; si al final de la jornada el dueño no subía al tren y lo tomaba, el conductor lo reportaba y entregaba en la central, para que el dueño allí pudiera recuperarlo.
También recordé cuando en el aeropuerto Da Vinci de Roma, al pasar por los arcos detectores de metales, olvidé, por las prisas, recoger mis llaves. Al regresar un mes después de Fátima, en Portugal, a donde había acudido para prestar mis servicios como confesor, pude recuperar mis llaves, las cuales se encontraban resguardadas en el departamento de objetivos perdidos del aeropuerto.
Vinieron a mi memoria, también, las imágenes de aquel viaje a Venecia, con mi hermana que había ido a visitarme; una noche después de cenar en una trattoría, dejamos olvidada la cámara de video en la banca donde nos sentamos; después de media hora de caminar por las calles de Venecia, al darnos cuenta, regresamos y la cámara se encontraba en su lugar; aunque ya otros ocupaban la mesa que nosotros habíamos ocupado, la cámara de video permanecía allí, en espera de que su dueño fuera por ella.
¿Será que en México, en Campeche, no podamos promover esta cultura de la confianza y la honestidad, fundamental para la vida y la convivencia de las personas? No hacerlo significa renunciar a esa disposición de vivir en la luz, para entrar en el mundo de las sombras. Y Jesucristo es Luz.
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