lunes, 6 de septiembre de 2010

MÉXICO NECESITA RECIBIR EL VIENTO DE LO ALTO, LA SABIDURÍA QUE VIENE DE DIOS


HOMILÍA DE MONS. CARLOS AGUIAR RETES
en la Celebración Eucarística con motivo del
Bicentenario del inicio de la Independencia de México
1o. de Septiembre de 2010


Cuando sople el viento que viene de lo alto, el desierto se convertirá en un vergel y el vergel en un bosque. En el desierto vivirá la justicia y en el vergel el derecho. El fruto de la justicia será la paz y el fruto del derecho la tranquilidad perpetua.

El origen y la fuente de la transformación que se anuncia, está señalada en la llegada del viento de lo alto. Aquí se inicia el proceso que transforma los parajes inhóspitos y agresivos como el desierto en espacios fecundos, y también a los ya gratos y propicios como el vergel, los lleva a la plenitud.

Esta profecía de Isaías indica el viento de lo alto como la fuente para la transformación del desierto y la plenitud del vergel y así disponer la morada de la justicia que genera la paz y del derecho que establece la tranquilidad y la serenidad.

La relación de estos elementos recuerda la necesaria interdependencia de las categorías del medio ambiente y de la convivencia social. Toda comunidad humana nace, crece y se desarrolla en el ámbito de la creación. Por eso necesita respetarla, cuidarla y protegerla con gran responsabilidad. A esto le llamamos hoy conciencia ecológica. Para conducir este cuidado por el camino correcto es necesario que fluya y corra el viento de lo alto. ¿En qué consiste este viento de lo alto y cómo se le favorece?

La segunda lectura proclamada en esta liturgia y tomada de la carta del Apóstol Santiago presenta una adecuada interpretación. Dado que la Creación ha sido obra divina, el apóstol indica la importancia para la convivencia social de ser conducidos por la sabiduría que viene de lo alto. Ya no es pues, simplemente el viento sino la sabiduría de Dios. Y, ¿cuál es esta sabiduría?

El apóstol Santiago la describe más que por una definición conceptual, por las actitudes humanas que la hacen presente: por la pureza y transparencia de corazón, la sinceridad, la comprensión y misericordia, la imparcialidad y docilidad a la verdad, por al amor a la paz.

También advierte el apóstol Santiago que la envidia y la rivalidad, la presunción y el engaño, no solamente amarga el corazón, genera el desorden y toda clase de maldad, sino que impide ser conducidos por la sabiduría de Dios.

México necesita recibir el viento de lo alto, la sabiduría que procede de Dios, dejarnos conducir por los grandes y hermosos valores de la Justicia y el Derecho, para alcanzar la Paz y Serenidad. Para ello es necesario respetar el orden que ofrece la naturaleza, la base común que da la ética, la sensibilidad para cuidar la preservación de las especies, y en particular, proteger y salvaguardar la del ser humano.

El respeto a la interdependencia entre la naturaleza y la humanidad, nos ayudará a descubrir los criterios para conducirnos adecuadamente ante la indispensable interdependencia global que vivimos y colaborar en los problemas que a todos los pueblos nos afectan.

Al interior de nuestra sociedad mexicana debemos avalar los auténticos valores que conducen a la anhelada paz social, promover una educación en y para la libertad responsable, que al hacer uso de la elección, la mantenga en fidelidad, asuma su compromiso y su vinculación, construyendo así un tejido social, fuerte y dinámico, con identidad y rumbo, con horizonte amplio que mire al futuro de los próximos siglos.

En el Evangelio de hoy Jesús ofrece una clave fundamental para la conducción positiva de la comunidad humana: Los reyes de los paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un servidor. Porque, ¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve.

Es muy valioso y fecundo el testimonio de Cristo, quien teniendo todo el derecho para estar a la mesa y ser servido, eligió estar en medio de nosotros como quien sirve. Los discípulos de Cristo, siguiendo a nuestro Maestro, estamos llamados a ejercer la autoridad como servicio.

Es muy probable que Don José María Morelos y Pavón, conocedor de los Evangelios, se haya inspirado en esta recomendación de Jesucristo para autonombrarse “Siervo de la Nación”.

Toda autoridad que asume la conciencia de servidor encuentra la fortaleza y firmeza para conducir, y al mismo tiempo, adquiere la sensibilidad de escucha y comprensión para percibir la real situación de los ciudadanos.

La conciencia de servidor en quien ejerce la autoridad propicia la corresponsabilidad de otros sectores, la participación franca y abierta para la solidaridad y ayuda ante las adversidades, y la cooperación para lograr eficacia y eficiencia en los servicios. Una experiencia de esta índole genera en el pueblo: entusiasmo, participación, responsabilidad, confianza y esperanza.

Esto es lo que pedimos suceda en nuestra Patria, es nuestra súplica confiada al Padre de la Creación, dador de todos los bienes. Le pedimos por medio de Jesucristo, el Señor de la Historia, el regalo del Espíritu Santo para que inflame el corazón de todos sus fieles, y seamos los católicos y todos los hombres de buena voluntad, amantes de la justicia y de la paz, constructores de la humanidad fraterna y solidaria que facilite la vida digna para todos los mexicanos.

Nos hemos congregado los Obispos de México a los pies de Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe y nos alegra la presencia de Ustedes: Presbíteros, Consagrados y Fieles en general, para celebrar esta Eucaristía y unirnos desde la fe a las celebraciones patrias del Bicentenario.

Con los elementos que ofrece la Palabra de Dios intentemos profundizar el acontecimiento que nos ha convocado: el Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana. Sin duda, hechos sangrientos que infligieron una dura prueba a nuestros antepasados, pero que afrontaron, buscando libertad, justicia e igualdad.

La reflexión más amplia y la lectura para recordar e interpretar la presencia y participación de la Iglesia en esos históricos acontecimientos la hemos ofrecido en la Carta Pastoral que hemos hecha pública el lunes pasado, y que esta misma mañana hemos entregado a los agentes de pastoral.

A doscientos años de la Independencia y cien de la Revolución es conveniente advertir la situación actual, percibir las nuevas necesidades y potencialidades de nuestro pueblo, percatarnos de los nuevos contextos culturales y ubicarnos adecuadamente para lograr una vida digna para todos los mexicanos.

Que Santa María de Guadalupe, Patrona de nuestra libertad, como la llamó Don José María Morelos, continúe siendo el vínculo de unidad y el ícono de la mexicanidad.

Santa María de Guadalupe, Reina de México: Salva nuestra Patria y conserva nuestra fe.

+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla
Presidente de la CEM
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