lunes, 13 de septiembre de 2010

LA PATRIA: LEGADO QUE DA FORMA A NUESTRA VIDA

Escrito por: Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal

«La Patria es algo más que el suelo que nos vio nacer; es un legado espiritual que debe dar forma a nuestra vida». Mucho antes de que los insurgentes empuñaran las armas en la lucha por la emancipación, ya se había venido forjando paulatinamente un pueblo con características propias, una nación nueva.

«Una realidad mestiza, desde los pueblos autóctonos que eran eminentemente religiosos, desde la nueva propuesta de los pueblos europeos y desde la experiencia cristiana. La fe en Jesucristo logró que quienes se veían distantes y antagónicos, se reconocieran como hermanos. La fe en Jesucristo permitió encontrar puentes que nos acercaran y nos invitaran a privilegiar la reconciliación sobre el encono» (CNH 65).

En 1531, desde el Tepeyac, se actualizó esa novedad propia del Evangelio que reconcilia y crea comunión. «Esa nueva fraternidad propició un crecimiento en humanidad, de manera que este germen, sembrado por Santa María de Guadalupe en el alma del pueblo creyente, se ha ido desarrollando poco a poco, haciéndose presente especialmente en los momentos más significativos y dramáticos de nuestra historia. Es un acontecimiento fundante de nuestra identidad nacional» (CNH 11).

No ha sido una casualidad que Don Miguel Hidalgo enarbolara el estandarte guadalupano para presentar a la Virgen Morena, no sólo como Protectora de una Nación, sino como Forjadora de un País Independiente. Y fue muy significativo que Don José María Morelos la haya proclamado como La Patrona de nuestra Libertad. Ciertamente, «sin el ingrediente religioso, este movimiento o no se hubiera producido o habría tomado otro rumbo» (CNH 33).

Al celebrar el Bicentenario de la Independencia, se debe valorar las acciones de muchos hombres y mujeres que con sus virtudes, e incluso sus defectos, han participado decididamente en la construcción y desarrollo de nuestra nación. Así como en la Biblia aparecen tantos hombres y mujeres que con sus virtudes y defectos llevan adelante el proyecto de salvación de Dios.

La Iglesia en México participó activamente en todos estos acontecimientos de manera protagónica, ya que los más notables iniciadores y actores fueron sacerdotes, quienes al estar muy cerca del sufrimiento del pueblo oprimido, mayoritariamente católico, sintieron en carne propia la necesidad de justicia y libertad.

Para nadie es un secreto que algunos miembros de la Jerarquía eclesiástica reprobaron el movimiento insurgente, entre otros motivos, porque «aún cuando estimaban necesarias varias reformas benéficas al país, consideraban que la vía de una insurrección violenta traería mayores males; finalmente los excesos en que cayeron algunos insurrectos confirmaron esta idea» (CNH 34).

A 200 años del Grito de Dolores algunos historiadores siguen pensando en la irresponsabilidad de Miguel Hidalgo al convocar a la lucha armada para resolver las diferencias entre los españoles y los Novohispanos. Se le ha acusado de hombre cruel, despiadado e incompetente estratega militar.

Sin embargo, algunos hechos pueden ayudarnos a clarificar la personalidad de Don Miguel Hidalgo y Costilla. El asesinato de Primo de Verdad y Ramos, síndico de la ciudad, el despotismo de las autoridades virreinales y el que otras conspiraciones fueran extinguidas, hicieron evidente que por medios pacíficos nada conseguirían.

Otro hecho importante es que cuando Hidalgo llega al Monte de las Cruces, se da la batalla y tienen la posibilidad de avanzar a la ciudad de México, pero él decide dar la orden de retirada a pesar de los reclamos de Allende, Jiménez y Aldama; tal vez porque no quería que en la capital se repitieran los hechos de Guanajuato. Un hombre desalmado no dudaría en avanzar hacia la capital; en cambio, Hidalgo evita el derramamiento de sangre y asume el costo de militar de su apuesta.

Don Miguel Hidalgo tenía fama de “sabio, celoso párroco y lleno de caridad”. Sin embargo, luego del Grito de Dolores, el fiscal de la Inquisición lo acusó de hereje e Hidalgo fue citado a comparecer. Respondió algunos cargos desde Valladolid, y a todos puntualmente ya prisionero en Chihuahua, confesando su íntegra fe católica. Hidalgo, durante los más de cuatro meses de su prisión, reconoció los excesos de su movimiento, se dolió de ello, lo confesó sacramentalmente y le fue levantada, desde entonces, tal excomunión. (Cfr. CNH 35-36).

«En cuanto a Morelos y otros, se les acusó de herejes. La ceremonia de degradación impuesta a Hidalgo, Morelos y otros sacerdotes insurgentes, no fue sino una formalidad para despojarlos del fuero eclesiástico y poder ejecutarlos» (CNH 37).

«José María Morelos e Ignacio López Rayón, principales caudillos continuadores de Hidalgo, se apartaron de tales crímenes. No obstante, el mismo Abad y Queipo los declaró nominalmente excomulgados, así como a otros insurgentes. Morelos, en manos de sus verdugos, también se reconcilió sacramentalmente varias veces, y aun cuando tuviera por inválida aquella excomunión, le fue levantada» (CNH 38).

«La Iglesia participó en el homenaje de los caudillos insurgentes, recibiendo solemnemente los restos mortales de Miguel Hidalgo, de José María Morelos, y otros, en la Catedral Metropolitana de la Arquidiócesis de México (1823)» (CNH 42).
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