martes, 21 de septiembre de 2010

EL OBISPO DEL CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA

JAIME DE ANESAGASTI Y LLAMAS,
el Obispo campechano del Centenario de la Independencia

Escrito por: Pbro. Armando José Rosado Cel,
Encargado del Curso Introductorio en Calkiní.


Hace cien años, el 4 de enero de 1910, Jaime de Anesagasti y Llamas, el único sacerdote del clero tapatío que ha sido Obispo de Campeche, tomó posesión como tal en la catedral de la Inmaculada Concepción. Ese día iniciaba su ministerio pastoral, que sería realmente breve, pues murió en Octubre del mismo año por causa de la fiebre amarilla que contrajo en Calkiní.

Anesagasti (evolución del original español “Anasagasti”), incidentalmente había nacido en el terruño paterno -Mundaca, España- pero los negocios familiares lo asentaron desde edad tierna en la ciudad materna, la Perla Tapatía.

Siendo cura de la catedral de Guadalajara, el Papa san Pío X le nombró IV Obispo diocesano de Campeche, donde le tocó vivir los festejos que por el Centenario de la Independencia se promovieron y realizaron en todo México.

Y ayer, como hoy, que ha llevado a cabo una semana de oración, una solemne Misa en la Basílica de Guadalupe, jornadas académicas en varias diócesis, ha publicado una Carta Pastoral, etc., el episcopado mexicano también realizó algunas acciones para celebrar el Centenario desde el ámbito religioso.

El Obispo de Campeche, nato amante de la historia (a la cual contribuyó con algunos escritos de valor; téngase por ejemplo sobresaliente uno acerca de la historia de Tonalá, Jalisco, que ha servido de base para los estudiosos locales), hizo su pequeño aporte para honrar la historia patria.

En su Segunda Carta Pastoral comentó la carta que el Papa había enviado a los Arzobispos y Obispos de la República Mexicana con motivo del Centenario de la Independencia Nacional. El 12 de agosto la carta fue despachada desde la curia diocesana a todos los sacerdotes de Campeche. El día 24 siguiente, además del documento enviado al episcopado mexicano, san Pío X quiso poner un sello católico a los festejos del Centenario declarando al 24 de agosto de 1910 a la Santísima Virgen de Guadalupe como “Patrona de América Latina”.

Gran devoto de la Virgen del Tepeyac, cuyo culto promovió entre sus diocesanos, tomando bajo su cargo un grupo de señoras “guadalupanas” en el templo del señorial barrio campechano, que en diciembre próximo será declarado “Santuario Diocesano”, el Obispo promovió una colecta de limosnas y firmas para el culto de Nuestra Señora de Guadalupe, igual con motivo del Centenario de la Independencia Nacional. Habiendo encontrado respuesta favorable entre sus feligreses, el 12 de septiembre envió una circular a los sacerdotes agradeciendo su colaboración para esa causa.

El 16 de septiembre celebró en la Catedral una Misa de Acción de Gracias, con oraciones especiales, y renovó el Juramento del Patronato de la Santísima Virgen de Guadalupe, haciendo “que sus fieles repitan palabra por palabra” la fórmula aprobada por el Papa, que a la letra decía:

[...] Santísima Virgen María de Guadalupe, ¡Madre de Dios, Reina y Señora Nuestra! Que desde tus bondadosas apariciones en la Colina del Tepeyac, siempre te has mostrado Madre amorosa y tierna de cuantos te invocan en sus necesidades; agradecidos á los incontables beneficios públicos y privados, que, generosa, nos has concedido; hoy, en el primer Centenario de la iniciación de nuestra Independencia, en presencia de la Santísima Trinidad, Dios Padre, Dios Hijo ,y Dios Espíritu Santo, de todos los ángeles y santos, con gran gozo y veneración nos prosternamos en tu acatamiento, ¡Oh soberana Madre! Y renovamos solemnemente el Juramento del Patronato que te hicieron nuestros mayores y que felizmente confirmó el Sumo Pontífice Benedicto XIV. Al jurarte de nuevo nuestra Celestial Patrona, suplicámoste, Señora, alcances del Sacratísimo Corazón de Jesús, una especial protección al Sumo Pontífice Pío X, que, como sus gloriosos predecesores, solícito enaltece tu culto: el bienestar y prosperidad á la Iglesia Mejicana: la felicidad y gloria á la Nación heroica, á quien debemos la luz del Evangelio, la civilización cristiana y el idioma en que te alabamos; consérvala siempre tan católica y tan grande como lo merece. Reina y Señora nuestra, sé Tú la Torre de David que nos defienda de los ataques de la impiedad y de las sectas; no permitas, Inmaculada Madre de Dios, que en nuestra Patria se alteren la paz y la tranquilidad; conserva incólume su independencia y soberanía; ruega instantemente al Rey de Reyes y Señor de los que dominan, que impere en ella el orden social cristiano y se vea libre de todos los peligros que la amenazan. Por estos y por los demás beneficios, que esperamos te dignes conceder misericordiosa, llenos de gratitud y de amor, te aclamamos la Gloria de Jerusalén, la Alegría de Israel, la Honra de nuestro Pueblo.

Esa fue la humilde contribución del Obispo campechano del Centenario de la Independencia de México, que murió en su catedral el 3 de octubre, víspera de la celebración del santo patrono de la capital del Estado y ciudad episcopal.

A cien años de distancia, ante la situación que se vive en México, la plegaria esperanzada es hoy la misma que la de hace cien años: “…no permitas, Inmaculada Madre de Dios, que en nuestra Patria se alteren la paz y la tranquilidad; conserva incólume su independencia y soberanía…”.
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