HOMILÍA CON MOTIVO DE LA PEREGRINACIÓN ANUAL DE LA DIÓCESIS
DE CAMPECHE A LA BASÍLICA DE NTRA. SRA. DE GUADALUPE
Sábado 7 de Agosto de 2010
Sábado 7 de Agosto de 2010
Como Iglesia que peregrina en Campeche, hemos venido por la 49a ocasión a postrarnos a los pies de Nuestra santísima Madre la Virgen de Guadalupe en su casa del Tepeyac. Este es el quinto año que como Pastor de la Diócesis el Señor me permite acudir con ustedes a este Santuario para rendir homenaje de filial amor a la Madre del verdadero Dios por quien se vive.
Acudimos a esta santa casa con el corazón henchido de agradecimiento al Señor, que por medio de María Santísima nos ha colmado de bendiciones a lo largo de todo este año. Hemos tenido en Campeche, por gracia de Dios, 7 ordenaciones sacerdotales, la ordenación de los primeros diáconos permanentes, la gradual consolidación de nuestro seminario, la creación de nuevas parroquias, hemos últimamente consagrado la 50ª parroquia en nuestra diócesis, estamos celebrando los 100 años de vida de un Obispo emérito, Mons. Jesús García Ayala. Pero también el Señor nos ha hecho que lo acompañemos con su cruz: Ha fallecido el Padre Joaquín Serna Serna, el Padre Basilio Ochoa López. Que todo sea para mayor gloria de Dios.
Estamos entusiasmados por haber llegado a la meta de nuestra peregrinación anual y los invito a todos a que reflexionemos sobre lo que estamos haciendo: El hecho de venir en peregrinación, el hecho de recorrer un camino. El Señor Jesús se dio a conocer como el Camino, la Verdad y la Vida. Los Hechos de los Apóstoles hablan de la vida cristiana como del “Camino”. Los cristianos seguían el “Camino”. El evangelio nos enseña que María se encaminó, tomó ella también un camino para ir a auxiliar a su prima Isabel. Su vida toda fue andar por el camino de Dios y decía, en este caminar, «hágase en mí según tu palabra».
¿Qué significa para nosotros el camino? ¿Qué implicaciones tiene para nuestras vidas? ¿Qué es lo que cada año nos mueve a tanta gente a recorrer el camino de las peregrinaciones?
Se es peregrino a partir de andar el camino; el camino es una escuela para la vida. Cada quien tiene que ver el camino como algo suyo, como algo personal que se tiene que asumir con responsabilidad y que, al mismo tiempo, se experimenta como un camino familiar, como algo de la comunidad de creyentes. Precisamente a lo largo del recorrido pueden experimentarse las huellas, las manos y los corazones de quienes antes ya han estado ahí. Venimos tras los pasos de numerosos testigos que nos ha antecedido. Cada uno tiene que experimentar el camino como un don, es decir, como una responsabilidad de conducir a los que luego andarán por la misma senda.
En esa dimensión comunitaria, el camino es oportunidad de encuentros y de desencuentros. Una especie de lienzo que se va tejiendo con muchos hilos a lo largo de todas nuestras jornadas; conocemos personas que caminan con nosotros en una misma dirección, de distintas procedencias y experiencias, pero que se convierten en nuestros compañeros de viaje. Caminamos juntos algunas jornadas, algunos toman otros caminos, otros abandonan para siempre la peregrinación para entrar a la meta deseada: A la casa paterna. Cada quien empieza su marcha con sus interrogantes y sus deseos, con sus situaciones desafiantes, con sus gozos, con sus tristezas y espera encontrar algo para su propia realidad humana.
La peregrinación no es una evasión de los problemas. Es la búsqueda de aliento, de fuerzas, de respuestas a nuestros problemas. La vida y el camino están entretejidos de momentos de esfuerzo y de descanso, de cuestas arriba y de barrancos, de días de sol, de días de lluvia, de momentos de diálogo, de momentos de silencio y tratamos de vivir esos momentos de soledad, de compañía, de paisajes, en la compañía, en la fuerza y en la gracia de Dios.
De la misma manera en nuestra vida, solemos empezar con entusiasmo las cosas. Nos solemos enamorar con muchas ilusiones de las personas, de las actividades, de los trabajos, de los estudios, y después llega siempre el momento que nos invade una monotonía, la monotonía de lo cotidiano, de enfrentarnos con nuestros propios límites y de sentir el cansancio de la vida. Si tenemos el valor de perseverar hemos de recibir la recompensa de la plenitud, y no dejar que el cansancio nos abata.
El camino, además de algo sagrado que nos pone en contacto con lo trascendente, que nos acerca Dios, es más, la presencia velada y constante de Dios a lo largo del camino nos dispone a encontrarnos con nosotros mismos y con los demás.
El camino es una invitación a salir de nosotros mismos, es una invitación a salir de nuestro pequeño mundo, de ese círculo que a veces nos ahoga, para encontrarnos con Dios que nos sonríe en los hermanos con los que vamos andando por el mundo.
Tomar la decisión de recorrer el camino supone la opción de empezar a andar; decidirnos, dejar la estática, iniciar la marcha. Desde ese momento en que nos decidimos a salir de nosotros mismos, desde ese momento, somos peregrinos, alguien que sabe a dónde va, qué quiere en la vida, a dónde quiere llegar y sabe, que con el favor de Dios, habrá de llegar.
Peregrinar implica vivir el presente, pero lanzando la mirada hacia el futuro, sabiendo que Dios cada día va señalando nuevos senderos que no esperábamos, tantas veces Dios nos da sorpresas en la vida, que cambia nuestros planes, cambia nuestras expectativas, pero que Él sabe lo que más nos conviene.
El camino nos ayuda a conocernos a nosotros mismos; es, ante todo, un camino interior. El camino lleva a escapar de esa monotonía que hace caer en la lógica de que todo se repite cada día. Unos paisajes van quedando atrás, otros paisajes van apareciendo, y en ese momento podemos decir: «Hoy he avanzado un poco más».
Para los hombres y mujeres de fe, la peregrinación es una experiencia de Cristo-Camino que nos conduce a la Verdad y a la Vida. Cristo es el Camino al Padre. Dice Jesús: «Nadie va al Padre si no es por mí». Él, Jesús, nos invita a recorrer el sendero de su seguimiento que no es otro que el de la constante conversión personal y comunitaria; no es otro más que este constante convertirse continuamente. Y ese recorrido tiene un modelo y ese modelo es nuestra Madre Santísima María. Ella nos enseña a recorrer el camino, ella nos libra del peligro, ella nos guía, ella nos sostiene, nos levanta, nos consuela, nos alimenta, nos impulsa y, en ocasiones, nos reorienta el camino y dice: «Hijo mío, no estás yendo por el camino que debes ir». Ella, María, nuestra Madre, es el camino seguro para llegar a Cristo. La vida cristiana es la ruta segura para llegar a Jesús por María.
Es lo que hemos querido experimentar con esta peregrinación a la casa de nuestra Madre. Deseamos salir de nosotros mismos para seguir a Jesús; queremos ir a su encuentro por el camino de la vida diaria, tomados de la mano de nuestra Madre santísima, caminando juntos como hermanos, conscientes de que cada uno de nuestros hermanos es un regalo que Dios nos ha dado, conscientes de que aquél que camina conmigo me pertenece, es parte mía; compartiendo gozos, esperanzas, tristezas, alegrías, salud y enfermedad.
Pidamos a Nuestra Señora, la caminante por excelencia, que nos enseñe a ser buenos peregrinos existenciales, a ser buenos caminantes por la vida. Roguémosle que vele por nuestra nación, que pasa por momentos tan difíciles.
Pidámosle a Dios por el sureste de México; pidámosle a Dios por nuestra Diócesis de Campeche, que en este año del Centenario de la Revolución y el Bicentenario de la Independencia, Ella, María, que siempre ha estado en marcha con su pueblo, se haga presente hoy y con más viveza como madre que reconcilia a sus hijos, a esos hermanos divididos; Ella, que apacigua a los que se levantan unos contra otros; Ella, que purifica nuestras mentes y los corazones de quienes amenazan con sus acciones y omisiones de paz.
Encomendémosle a la Virgen a nuestro querido Estado de Campeche que hoy celebra el 153º aniversario del inicio de su emancipación, por nuestra Diócesis que el 28 de Julio ha celebrado 115 años de existencia, 175 años de la consagración de lo que ahora es nuestra Catedral. Que Ella, María, acreciente en nosotros una verdadera devoción a su persona, que nos ayude a vivir como auténticos hijos suyos, que hacemos lo que Él nos dice.
Que esa corona de manufactura poblana que el queridísimo Obispo Alberto Mendoza ciñó en las sienes de la Virgen en nuestra Diócesis, sea símbolo del esfuerzo cristiano para verla coronada con nuestra imitación de sus virtudes.
Entre sus manos juntas, en oración al Padre de la Gloria, pongamos los anhelos, las esperanzas, las necesidades de todos los mexicanos, de todos los campechanos, de los que viven en México, de los que viven en Campeche, de los que viven en todos los lugares del país, en todos los lugares del mundo. Pongamos en sus manos orantes a nuestros niños y jóvenes, a nuestros adultos y ancianos, a los sanos y a los enfermos, a los obreros, a los desempleados, a todos los laicos, religiosos, religiosas, a todos nuestros sacerdotes, a todos nuestros seminaristas, a todos los creyentes, a todos los no creyentes, a todos los hombres y mujeres de nuestro querido México y de nuestra querida tierra maya. Que a todos nos lleve en el cruce de sus brazos y en el hueco de su manto, allí, junto al fruto bendito de su vientre, Jesús, para que en Él todos tengamos vida eterna.
Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche
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