Escrito por: Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal
Después de un año de estudio, de trabajo, de estrés, de andar siempre aprisa, etc., finalmente llegan las esperadas vacaciones. Este período de descanso debe ayudarnos a «fortalecer la mente y el cuerpo, sometidos cada día a un continuo cansancio y desgaste, debido al ritmo frenético de la vida moderna», afirma el Papa Benedicto XVI.
Pero, ¿cómo debe vivir sus vacaciones un hombre o mujer de fe para que, además del descanso físico, obtenga un beneficio espiritual? Pues aunque iniciamos un período vacacional, nuestro ser cristiano, nuestra fe, no se va de vacaciones.
El estar libre de las habituales ocupaciones, la belleza de la naturaleza, del mar, o de una ciudad, la familia y los amigos con quienes nos reencontramos en estos calurosos días del verano, y todas las demás actividades que realizamos durante estos días de descanso, deben invitarnos a pensar en Dios, a buscarlo, a frecuentar los sacramentos, de manera especial la misa dominical, y la oración. «Al disponer de más tiempo libre, podemos dedicarnos con mayor facilidad a hablar con Dios, a meditar en la sagrada Escritura y a leer algún libro útil y formativo».
Las vacaciones nos ayudan a descubrir que la experiencia de la vida humana siempre se ha caracterizado por una sucesión entre momentos de trabajo (o de estudio) y momentos de descanso. «Ciertamente, no todos pueden gozar de vacaciones, y no son pocos los que, por diversos motivos, se ven obligados a renunciar a ellas». La mayor parte de los hombres y mujeres de nuestro país está obligada a trabajar todos los días para poder vivir; o se ve forzada a trabajar en su tiempo de descanso, después de un arduo año de estudio; a muchos otros se les niega el derecho al trabajo, por lo que no tienen los medios para vacacionar.
Estas consideraciones deben llevarnos a usar con mayor responsabilidad este regalo precioso que tenemos en nuestras manos. Así, las vacaciones, el tiempo libre, no deben entenderse únicamente en el sentido negativo de abstenerse de trabajar o estudiar, sino como una oportunidad para promover nuestra propia libertad y nuestra creatividad.
Durante el tiempo de descanso, la persona no únicamente se recupera del cansancio del trabajo o de la fatiga de los estudios, sino que, además, puede cultivar su espíritu con la lectura de un buen libro, con la práctica de un deporte, con la realización de alguna actividad cultural o de un hobby; pero, sobretodo, puede estrechar y robustecer las relaciones interpersonales con la familia y los amigos.
«Las vacaciones brindan también la oportunidad para estar más tiempo con los familiares, para reunirse con parientes y amigos». Es un tiempo que podemos emplear para fomentar más los contactos humanos que el vertiginoso ritmo de los compromisos de cada día impide cultivar como quisiéramos. De manera especial, hay que tener en cuenta a aquellas personas que viven solas, a los ancianos y a los enfermos, los cuales a menudo, en este período vacacional, sufren aún más la soledad. Las vacaciones son una buena ocasión para manifestarle nuestro apoyo, cercanía y consuelo.
El bienestar personal, la dimensión psicológica y sociológica del descanso están a la base de la misma reflexión cristiana sobre el descanso. Sin embargo, el significado más profundo del descanso para el cristiano tiene su raíz en Dios y en el misterio del Sabbat, el tiempo del descanso de Dios: «Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó, porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que había hecho» (Gn 2,3). Desde la creación, Dios ha dado un ejemplo que el hombre deberá imitar. Por eso el descanso es otorgado también al hombre para que pueda pensar en Dios y encontrarse libremente con Él que es su creador.
Por tanto, no podemos convertir las vacaciones en un mero entretenimiento o diversión. No hay verdadero descanso sin oración y sin contemplación. Al orar se presenta el redescubrimiento de la comunidad, como lugar privilegiado en el que Dios se da a conocer y habla, la cual muchas veces abandonamos por motivos de trabajo o de estudio. La frecuente participación en la celebración Eucarística dominical ayuda a sentirse parte viva de la comunidad eclesial, aún cuando se está fuera de la propia parroquia. Dondequiera que nos encontremos, siempre necesitamos alimentarnos de la Eucaristía.
Pero, ¿cómo debe vivir sus vacaciones un hombre o mujer de fe para que, además del descanso físico, obtenga un beneficio espiritual? Pues aunque iniciamos un período vacacional, nuestro ser cristiano, nuestra fe, no se va de vacaciones.
El estar libre de las habituales ocupaciones, la belleza de la naturaleza, del mar, o de una ciudad, la familia y los amigos con quienes nos reencontramos en estos calurosos días del verano, y todas las demás actividades que realizamos durante estos días de descanso, deben invitarnos a pensar en Dios, a buscarlo, a frecuentar los sacramentos, de manera especial la misa dominical, y la oración. «Al disponer de más tiempo libre, podemos dedicarnos con mayor facilidad a hablar con Dios, a meditar en la sagrada Escritura y a leer algún libro útil y formativo».
Las vacaciones nos ayudan a descubrir que la experiencia de la vida humana siempre se ha caracterizado por una sucesión entre momentos de trabajo (o de estudio) y momentos de descanso. «Ciertamente, no todos pueden gozar de vacaciones, y no son pocos los que, por diversos motivos, se ven obligados a renunciar a ellas». La mayor parte de los hombres y mujeres de nuestro país está obligada a trabajar todos los días para poder vivir; o se ve forzada a trabajar en su tiempo de descanso, después de un arduo año de estudio; a muchos otros se les niega el derecho al trabajo, por lo que no tienen los medios para vacacionar.
Estas consideraciones deben llevarnos a usar con mayor responsabilidad este regalo precioso que tenemos en nuestras manos. Así, las vacaciones, el tiempo libre, no deben entenderse únicamente en el sentido negativo de abstenerse de trabajar o estudiar, sino como una oportunidad para promover nuestra propia libertad y nuestra creatividad.
Durante el tiempo de descanso, la persona no únicamente se recupera del cansancio del trabajo o de la fatiga de los estudios, sino que, además, puede cultivar su espíritu con la lectura de un buen libro, con la práctica de un deporte, con la realización de alguna actividad cultural o de un hobby; pero, sobretodo, puede estrechar y robustecer las relaciones interpersonales con la familia y los amigos.
«Las vacaciones brindan también la oportunidad para estar más tiempo con los familiares, para reunirse con parientes y amigos». Es un tiempo que podemos emplear para fomentar más los contactos humanos que el vertiginoso ritmo de los compromisos de cada día impide cultivar como quisiéramos. De manera especial, hay que tener en cuenta a aquellas personas que viven solas, a los ancianos y a los enfermos, los cuales a menudo, en este período vacacional, sufren aún más la soledad. Las vacaciones son una buena ocasión para manifestarle nuestro apoyo, cercanía y consuelo.
El bienestar personal, la dimensión psicológica y sociológica del descanso están a la base de la misma reflexión cristiana sobre el descanso. Sin embargo, el significado más profundo del descanso para el cristiano tiene su raíz en Dios y en el misterio del Sabbat, el tiempo del descanso de Dios: «Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó, porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que había hecho» (Gn 2,3). Desde la creación, Dios ha dado un ejemplo que el hombre deberá imitar. Por eso el descanso es otorgado también al hombre para que pueda pensar en Dios y encontrarse libremente con Él que es su creador.
Por tanto, no podemos convertir las vacaciones en un mero entretenimiento o diversión. No hay verdadero descanso sin oración y sin contemplación. Al orar se presenta el redescubrimiento de la comunidad, como lugar privilegiado en el que Dios se da a conocer y habla, la cual muchas veces abandonamos por motivos de trabajo o de estudio. La frecuente participación en la celebración Eucarística dominical ayuda a sentirse parte viva de la comunidad eclesial, aún cuando se está fuera de la propia parroquia. Dondequiera que nos encontremos, siempre necesitamos alimentarnos de la Eucaristía.
________________________________________________________________________