lunes, 21 de junio de 2010

CON TODO TU CORAZÓN HONRA A TU PADRE

Escrito por Pbro. Fabricio Seleno Calderón Canabal


«Tres segundos bastan al hombre para ser progenitor. Ser padre es algo muy distinto», escribe la famosa psiquiatra francesa Françoise Dolto; una frase que me ha gustado para iniciar esta reflexión dominical hoy, que celebramos en México, como en otros países latinoamericanos, el día del Padre.

Y ha llamado mi atención este texto porque tiene mucho sentido: No se es padre por el mero hecho de haber traído uno o varios hijos al mundo, que ya de por sí es un milagro, pues es una maravilla que de unas células humanas que se encuentran y se fusionan, surja la vida. Sin embargo, la paternidad fisiológica es solo el principio. Es el amor, manifestado en el cuidado, la manutención, la comprensión, el compartir tiempo de estudio y de juegos, etc., lo que constituye la verdadera paternidad. Es el amor constantemente confirmado, día a día, lo que hace al hombre ser un verdadero padre.

Este es el origen auténtico de la celebración, que en nuestro país tiene más de medio siglo realizándose: crear conciencia en la sociedad sobre la dignidad y el respeto que merecen todos aquellos hombres que desempeñan el rol de padre en la familia. Y también, hacer caer en la cuenta a la sociedad, y a todos los papás, de que la figura del padre es fundamental en la vida de la familia y de los hijos, por eso es muy importante que el padre se involucre en la vida de sus hijos para que pueda fortalecerse en ellos una sana dimensión emocional y afectiva.

«Soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca» (Jn 15,10). Estas palabras de Jesús nos recuerdan que estamos llamados a dar frutos abundantes y permanentes en los ambientes en que nos movemos: familia, trabajo, escuela, parroquia, etc. Y damos frutos cuando desempeñamos lo mejor posible la misión que Dios nos ha encomendado para el bien de la sociedad de la que formamos parte. La colonia, la ciudad, la nación, por ejemplo, se ve beneficiada por el padre, y la madre de familia, que cumple con su deber de educar a su hijo, de conducirlo a la perfección humana, de hacer de él un hombre o una mujer interesado en el progreso de la comunidad.

Por eso en este día del Padre, queremos agradecer a Dios por todos ustedes, padres de familia, porque la experiencia diaria nos muestra que la armonía, la tranquilidad y la alegría de la vida de la familia dependen, en gran medida, del hombre, esposo fiel y padre providente, quien con su trabajo, su esfuerzo, su generosidad, fortalece la unidad de la familia. Hoy queremos dar gracias por todos los padres de familia que tienen el coraje de serlo en plenitud; por todos aquellos padres de familia que saben infundir esperanza en sus hijos, que los acogen y los perdonan, cuando han cometido algún error.

Es, ciertamente, un momento de agradecimiento; pero también ha de ser, especialmente para los hijos, un momento de reflexión sobre la relación con sus padres. El cuarto mandamiento del Decálogo entregado por Dios a Moisés expresa: «Honra a tu Padre y a tu Madre». Este cuarto mandamiento está estrechamente ligado al mandamiento del Amor: «Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado». Y, ¿quién es el otro para los padres, sino los hijos? ¿Y para los hijos, sino los padres?

El respeto y el amor de los hijos, menores o mayores de edad, hacia su padre, y hacia su madre, se alimenta de la gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en edad, en sabiduría y en gracia. El libro del eclesiástico es claro al afirmar: «Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo le pagarás lo que contigo han hecho?».

El respeto y el amor de los hijos hacia los padres se expresan en la docilidad y en la obediencia. «Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre... en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por tí; conversarán contigo al despertar», enseña el libro de los Proverbios.

Este mandamiento, también presenta algunas exigencias para los padres de familia, quienes tienen el grave deber de educar a sus hijos, no sólo en lo intelectual, en lo cultural y social, sino también en la fe y en las virtudes humanas y cívicas. Es verdad que en la educación de los hijos cuentan con la colaboración de otras personas, pero no hay que olvidar que los hijos dependen primordialmente de los padres y madres de familia.

Es cierto que algunas formas antiguas de ser padre rayaban en un autoritarismo represor de los hijos. Pero parece que actualmente muchos padres de familia han renunciado a su función. ¡Padre de familia, no tengas miedo de corregir a tus hijos cuando sea necesario! «El que ama a su hijo le corrige sin cesar», para hacer de él un hombre o una mujer de bien. No renuncies a tu función de padre en nombre de una supuesta libertad que permitirá vivir más cómodamente tus hijos, pero que los puede conducir al desenfreno, al libertinaje, al sexo promiscuo, al alcohol, a la droga, etc. Muchas de las actitudes de rechazo a Dios y muchas de las angustias y sufrimientos de los padres de hoy provienen de esa renuncia a ejercer su función de padres y educadores de sus hijos, sea por cobardía, sea por comodidad: «¿para qué me meto en problemas?», «estoy muy ocupado»; «no tengo tiempo».

La educación, los consejos y ejemplos que da la madre o el padre, difícilmente pueden ser suplidos por otros. No tengas miedo. Aunque hoy no lo valoren, y hasta tal vez lo consideren un estorbo, tus hijos te lo agradecerán años más tarde, cuando a ellos les corresponda formar un nuevo hogar. Entonces, elevarán a Dios una plegaria dando gracias, porque fuiste guía de sus primeros pasos, sostén de su crecimiento y punto de apoyo en el camino de la vida.

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