viernes, 29 de julio de 2011

EL RETORNO DE LOS BRUJOS


EL RETORNO DE LOS BRUJOS

Artículo escrito por Mons. José G. Martín Rábago, Arzobispo de León, Gto.

Es sorprendente que en pleno siglo XXI se perciba un ambiente, un tanto generalizado, de acudir al poder de personas que dicen ser capaces de realizar acciones de carácter mágico, ya sea para conseguir un bien o para causar un mal. Este no es sino el testimonio de que existe una mentalidad supersticiosa que es propia de personas con una formación religiosa deficiente o con una psicología desequilibrada.

¿Cómo surgen y se afirman las prácticas supersticiosas? Mientras más limitado se siente el ser humano para explicar racionalmente los fenómenos que observa más se inclina a pensar en la presencia de fuerzas superiores, y se vuelve a ellas tratando de conseguir su protección contra las adversidades y desgracias, o implorando su ayuda a favor para lograr una vida tranquila y cómoda.

La falta de fe en el Dios verdadero produce en el ser humano un desequilibrio que lo lleva a rendir culto a criaturas que considera superiores y a las cuales divide en buenas y malas. En el fondo es una desviación de la verdadera religiosidad, entendida como la virtud que nos lleva a ofrecer el homenaje que corresponde al único Dios verdadero.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “La superstición es la desviación del sentimiento religioso y de las prácticas que impone. Puede afectar también al culto que damos al Dios verdadero, por ejemplo, cuando se atribuye una importancia, de algún modo mágica, a ciertas prácticas… Atribuir su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición” (No. 2111).

Si bien la superstición en sus formas más graves constituye un pecado grave, su malicia puede disminuirse o desaparecer por completo por la ignorancia, o por el temor; pero es necesario evangelizar una fe que nos conduzca a poner nuestra total confianza en los designios benéficos del Padre Providente.

La magia y la hechicería

Las prácticas de la magia y hechicería son más frecuentes de lo que podría pensarse. Su uso se intensifica en la medida en que no se conoce y no se venera al Dios verdadero. Cuando se expulsa a Dios del corazón “el lugar” se deja libre para que lo habiten los falsos dioses.

Todas las prácticas de magia o hechicería, mediante las cuales el hombre pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo- aunque sea para procurar su salud- son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios” (Catic 2117).

Es frecuente que en algunos medios de comunicación, en carteles que se ofrecen en la calle o en otros lugares, se nos invite a visitar a personas que pueden adivinarnos el futuro, que pueden liberarnos de todos los males o que pueden ayudarnos a vengarnos por medios sobrenaturales de quienes nos han hecho un daño. Desde liego se trata de prácticas a las que acuden personas ignorantes o desesperadas que en lugar de encontrar la solución a sus problemas se verán envueltas en mayores conflictos y sumidas en sospechas sembradas hábilmente en su corazón.

La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión… están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios” (Catic 2116).

La forma más grave de hechicería es cuando se acude al demonio para obtener ya sea bienes ya sea males. Se pervierte así un principio básico de la fe cristiana: LA CREENCIA EN UN SOLO DIOS VERDADERO. El culto a Satanás se sostiene en una mentalidad dualística, como si existieran dos divinidades: el principio del mal y el principio del bien, que combaten entre sí en igualdad de fuerzas. Para nuestra convicción cristiana Satanás es una criatura, por tanto inferior a Dios, sujeto y controlado por Él.

La verdadera religión nos lleva a poner nuestra total confianza en el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha destinado a ser partícipes de la vida nueva que es la misma vida de Dios. Cristo, con su muerte y su resurrección, ha vencido definitivamente al Maligno y Él se ha puesto de nuestro lado como nuestro abogado y defensor: “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Rom. 8, 31).