Escrito por: Pbro. José Luis Ye Ehuán.
Adiós no es la palabra propia para este momento, sino más bien decir que alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor, y la casa de Dios es el universo entero y ustedes, mis queridos seybanos, son parte de este universo.
Ciertamente en este corazón sacerdotal viven y vivirán para siempre. No me es fácil dejarlos, pero debemos comprender que la vida es un continuo caminar y caminar; en mi mente vibran las caras de los niños de la primaria que, cuando llegué, desde sus aulas me saludaron, y a quienes espero no haberlos defraudado. Esas sonrisas y esa alegría de cada domingo vivirán en mi recuerdo; esas palabras de “padre”, “padre”, por siempre resonarán en mi memoria. No les digo adiós, mis queridos niños, sino hasta siempre.
Sean dóciles a las enseñanzas de sus catequistas, personas que llenas de fe y entusiasmo llenaron de grandes gozos y alegría mi ministerio entre ustedes, siempre dispuestas no a satisfacer los caprichos del padre, sino a servir a Dios en cada uno de los hermanos.
Gracias catequistas, amazonas de Dios, servidoras del único que puede dar la vida; no se desanimen, pues no olviden que sólo Dios basta. Para mí sólo pido una oración, y cuando lleguen la Navidad, la Cuaresma y las fiestas, llenen de alegría esta casa del Creador y sigan sembrando palabras de fe y amor en los niños, que son la esperanza de una Iglesia fundada por nuestro Señor Jesucristo.
Decir gloria a Dios es fácil; pero glorificarlo con nuestras vidas es una alegría que llena de gozo el alma y el corazón. Haber caminado por sus calles con ustedes llenaron de ánimo y entusiasmo mi ministerio y fortalecieron mi fe. ¿Cuál sector fue el mejor? No lo sé. Pero de que alimentaron mi fe, todos, sin excepción, lo hicieron. Subir un cerrito y bajar al otro me hizo sentir el pastor que visita a sus ovejas.
El abrirme no sólo las puertas de sus almas, sino también de sus corazones, es una alegría más que llevo grabada en el corazón. Se que a muchos les incomodó el exceso de trabajo, pero también pude palpar la alegría de sus corazones al sentir el crecimiento de nuestra fe.
Yo he sentido, como muchos de ustedes, la tristeza de saber que me voy, pero también la esperanza del Cristo que llevamos dentro; esa tiene que ser nuestra motivación para continuar en este camino de servicio a Dios y al prójimo. Sé que no será fácil, pero tampoco difícil, pues la semilla de la fe, espero que haya caído en tierra fértil, capaz de dar el ciento por uno. Ámense los unos a los otros, sean todos un solo rebaño en torno a un solo pastor, que es nuestro Señor Jesucristo.
Cuando escuchen repiquetear las campanas sientan la voz de Dios que los invita a la alegría y al gozo de mantener una fe viva y alegre, capaz de entusiasmar a los que se han alejado de Él. Ustedes, jóvenes, que son la voz sonante de Dios y la alegría de Dios en la tierra, primero que nada perdón por haber hecho muy poco por ustedes, pero no dejen de sonar sus guitarras, sus mandolinas, sus instrumentos musicales ni de elevar sus voces al cielo aunque sea para decir ¿A dónde irán veloz e infatigables?
Cántenle a Dios, cántenle al amor y obtendrán la vida. Jóvenes, gracias por compartir su juventud conmigo, gracias por soportarme en mis momentos difíciles como ser humano, gracias por comprender y decirme siempre Daddy.
Si en un momento les fallé, en verdad les pido perdón, pero mi sola intención fue siempre acercarlos a Dios; aunque a veces me sentí fracasado, yo sé que en sus corazones hay una fe muy grande que siempre recordarán al daddy amigo y sacerdote que nunca dejará de pedir a Dios por ustedes. A todos ustedes, mis queridos jóvenes, Dios los bendiga hoy y siempre.
El toc toc de mis bastoneras era el ritmo alegre de mis ancianitas que pedían tanto a Dios por mí; a muchas despedí con la Eucaristía y muchas siguen pidiendo a Dios por mi sacerdocio; no les digo adiós porque estamos unidos en Dios, pues seguiré celebrando la santa misa y en ella siempre estarán presentes todas. Son ustedes, mis ancianitas, la fe hecha carne en la tierra, pues el testimonio de cada una de ustedes es, y será siempre, un aliciente para seguir siendo católicos y sobre todo para amar nuestra fe. Cuando desgranen las cuentas del santo rosario, sepan que hay un sacerdote amigo que se acoge y se une a sus plegarias; no se pongan tristes porque la tristeza marchita el alma y envejece el corazón.
A todos los grupos parroquiales les recuerdo que el amor de Dios por nosotros es más grande que el nuestro y que Él pide de nosotros nuestro servicio, pues Él sabe que ustedes, aunque sea refunfuñando, todo lo harán con amor. Sepan que a todos los he amado con el mismo amor, que todos son mis hijos en la fe y siempre pensé en todos de la misma manera. No les digo adiós, sino que vean en el sacerdote que viene a ustedes, al Cristo que habita en él, y que así como trabajaron conmigo lo hagan con él; me sentiré honrado si un día al volver veo que continúan laborando en la viña del Señor. Los amo y los amaré siempre.
A todos ustedes, amigos de Seybaplaya, primero que nada gracias por tanto y tanto amor que he recibido de su parte; perdón si no los dejaba descansar con mis repiques de campanas y bombas en el cielo. Es cierto que debo partir, pero sepan que entre ustedes me sentí más humano. Gracias por su apoyo, por su generosidad: Sepan que no me llevo un peso ni coche nuevo; me llevo la alegría de sentirme aceptado y amado por muchos de ustedes. Si a alguien ofendí, perdón le pido, pero sepan que me llevo la grata alegría de una comunidad que sabe vivir y contagiar su fe, me voy enriqueciendo por la fe de ustedes y doy gracias a Dios y a la Virgen Santísima por haberme permitido vivir entre ustedes por tres años y medio.
Gracias Seyba, te llevo en el corazón.
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